Lejos del cine y la literatura, la capital argentina ofrece el testimonio más fiel de la vida y obra de quien fuera la segunda esposa del expresidente Juan Domingo Perón. Basta recorrer las calles porteñas para descubrir que, en la ciudad donde todo es pasión, el culto a Santa Evita –como popularmente es conocida– está más vivo que nunca.

Por Angie Yoshida Fotos: Ente de Turismo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires @travelbuenosaires

Treinta y tres años le fueron suficientes para convertirse en un ícono de la cultura popular en su país. Solo siete, para revolucionar la política desde su puesto como primera dama. María Eva Duarte de Perón nació el 7 de mayo de 1919 en Los Toldos, un pueblo rural de la provincia de Buenos Aires, con no más de 3000 habitantes en aquel tiempo. A la edad de 15 años, la hija menor de Juan Duarte y Juana Ibarguren llegó a la capital para iniciar su carrera como actriz de cine, teatro y radio.

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Este 2019, Argentina conmemora el centenario del natalicio de Eva Duarte de Perón, la abanderada de los humildes.

Pero, más allá de su calidad interpretativa, Evita tenía algo que la hacía especial: una profunda sensibilidad social. Cualidad que, pese al repudio de la clase conservadora, la convertiría poco después en una de las mujeres más influyentes de la política latinoamericana. Al cumplirse cien años de su natalicio, recorrimos la capital argentina tras sus huellas, hoy más vigentes que nunca.

Luna Park, donde todo empezó

Su debut actoral llegó en marzo de 1935 con la obra “La señora de los Pérez”, y en 1939 ya participaba activamente en sindicatos de actores y trabajadores de radio. En 1943 fundó la Asociación Radial Argentina y, un año después, fue elegida presidenta de dicha institución. El 22 de enero de 1944, Evita acudió a la colecta por los damnificados del terremoto de San Juan, organizada por la Secretaría de Trabajo y Previsión en el Luna Park.

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Evita en la colecta por los damnificados del terremoto de San Juan, en enero de 1944.

Juan Domingo Perón, entonces secretario de dicha cartera, conocería allí a la mujer que meses después sería su esposa. Actualmente, el estadio cubierto más famoso de Buenos Aires acoge espectáculos deportivos –principalmente de boxeo– y musicales.

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Luna Park, conocido como la Catedral del Boxeo en Buenos Aires.

La Casa Rosada, testigo de su labor política

En 1945, el ascenso al poder de Perón llevaría a Evita a la Casa de Gobierno, desde cuyo célebre balcón ofrecería su último discurso al pueblo argentino el 1 de mayo de 1952.

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Evita, profundamente emocionada, abraza a Perón tras ofrecer un discurso desde el balcón de la Casa Rosada, el 17 de octubre de 1951

Durante ese periodo, ella se mantuvo al frente del Partido Peronista Femenino y fue una de las más férreas promotoras del voto femenino, aprobado mediante la Ley 13.010 –también conocida como Ley Evita– el 9 de setiembre de 1947. Una jornada histórica que alimentaría la lucha en otras partes del continente.

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La Casa Rosada, ubicada en la Plaza de Mayo de Buenos Aires. 

Teatro Colón, el escenario perfecto

Durante el primer gobierno de Perón, el Teatro Colón, símbolo máximo de la lírica y la danza en Argentina, dejó de ser percibido como foco de la cultura elitista, cobrando matices político-sociales. Fue así como, en esa época, albergó tanto actos protocolares como otros de índole proselitista. Perón dio allí varias conferencias y mantuvo encuentros con la clase obrera.

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Evita y Juan Domingo Perón antes de la gala por el Día de la Independencia Argentina, en 1951.

Evita, por su parte, abrió sus suntuosas puertas a los humildes, organizando con frecuencia funciones especiales para los sindicatos. Pero el Colón también fue el espacio predilecto donde lució su belleza natural y su innata elegancia. No en vano el diseñador francés Christian Dior dijo que ella era “la única reina” a la que él había vestido.

Atelier Marcelo Toledo, lujo y poder

A lo largo de su corta vida, la apodada “Madre de los descamisados” mostró una fuerte debilidad no solo por los trajes de diseñador sino también por las joyas. Inspirado en esa imagen sofisticada, el artista Marcelo Toledo diseñó una colección en oro, plata y piedras preciosas, que recrea las piezas más icónicas que alguna vez lució la esposa de El General. Entre ellas, el broche de zafiros y diamantes que representa la bandera argentina y el famoso collar de rubíes birmanos, obsequio de Francisco Franco.

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 La importancia política de Evita en los años cincuenta y ahora es innegable.

Cada una de esas alhajas y algunas réplicas a escala de sus principales vestidos se exhiben en la muestra titulada “Evita, mujer del bicentenario”, en el elegante atelier del orfebre, ubicado en el tradicional barrio de San Telmo, al sur de Buenos Aires. En un recorrido por doce vitrinas, los visitantes pueden apreciar la evolución de su estilo, desde su etapa como actriz y dirigente sindical hasta su ascenso al poder.

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Marcelo Toledo es el único orfebre que cuenta con la autorización de la familia Duarte y del Museo Evita para la reproducción de sus joyas.

Museo Evita, el legado histórico

Durante el gobierno de Perón, Evita volcó todos sus esfuerzos a la asistencia social y sanitaria de las poblaciones más vulnerables. A través de la fundación que lleva su nombre, logró asistir a miles de ancianos, niños y madres solteras, en un momento histórico marcado por las grandes migraciones del campo a la ciudad. Ahora, en uno de los edificios adquiridos por la fundación en 1948 y que funcionó hasta 1956 como hogar de tránsito, situado en el barrio de Palermo, se encuentra el Museo Evita.

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Evita en una sesión fotográfica de Anne Marie Heinrich, c. 1940. Hoy en día, la prenda se exhibe en el museo.

Dicho espacio, además de difundir su vida, obra e ideario, promueve estudios historiográficos, críticos, filosóficos, sociales, económicos y políticos, mediante cursos, seminarios y talleres impartidos por el Centro Nacional de Investigaciones Históricas. Para este año, la propuesta del museo consiste en repasar su figura para comprender por qué, a más de sesenta años de su muerte, nos sigue interpelando.

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El Museo Evita renueva su exposición de vestidos y objetos personales cada seis meses.

Ministerio de Obras Públicas, el discurso inmortal

El 22 de agosto de 1951, en un acto multitudinario que tuvo lugar en el entonces edificio del Ministerio de Obras Públicas, la Confederación General del Trabajo (CGT) pidió a Evita que acompañara a Juan Domingo Perón en la fórmula presidencial para las elecciones de ese año. Días después, el 31 de agosto, ella misma explicaría que renunciaba a ese honor para que nadie dijera jamás que todo lo hizo “guiada por mezquinas y egoístas ambiciones personales”. La leyenda cuenta que, detrás de esas palabras, se ocultaba una razón más poderosa: su deteriorado estado de salud.

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Evita fue considerada “guía espiritual de los corazones peronistas”.

Un año después, el 26 de julio de 1952, Evita moriría víctima de un cáncer. Desde 2011, el rascacielos erigido en la avenida 9 de Julio, que evoca la renuncia de Evita al poder, lleva en sus caras norte y sur dos murales de acero con su rostro realizados por el escultor Alejandro Marmo, según un diseño en conjunto con el artista plástico Daniel Santoro. El edificio en el que hoy funciona el Ministerio de Salud y Desarrollo Social es una de las construcciones más representativas del paisaje de Buenos Aires.

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Construido en 1936, el edificio que perteneció al Ministerio de Obras Públicas es el primer y más emblemático rascacielos construido sobre la avenida 9 de Julio.

Cementerio de Recoleta, descanso y eternidad

A su muerte, los restos de Evita escribieron otra historia. En la novela “Santa Evita”, el periodista y escritor Tomás Eloy Martínez recoge, entre la ficción y la realidad, pasajes terribles que incluyen el secuestro y la desaparición de su cadáver. Para arrancar su recuerdo de la memoria colectiva, el gobierno militar dispuso que su cuerpo reposara en el Cementerio Maggiore de Milán bajo otra identidad.

No fue hasta 1976, y tras muchas idas y vueltas, que Evita retornó a Argentina y fue sepultada en el mausoleo familiar, en el barrio de Recoleta, al norte de la ciudad. Su tumba, que no destaca precisamente por la fastuosidad con la que deslumbraba en vida, es punto de peregrinación de miles de turistas cada año.

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Los funerales de Evita duraron dos semanas. Llegó tanta gente a despedirla al Congreso de la Nación que la cola se extendió por más de treinta cuadras.

El Santa Evita, cocina peronista

Pero la abanderada de los humildes también ha inspirado espacios gastronómicos en la capital, y para muestra un bodegón. Inaugurado en setiembre del año pasado, El Santa Evita es un restaurante ubicado en el barrio de Palermo, el cual rescata la cocina popular argentina. Florencia Barrientos Paz y Gonzalo Alderete Pagés, sus propietarios, han elaborado una carta que incluye manjares a base de carne de ciervo y jabalí, alimento del hombre de campo, ahumadas o braseadas en horno de barro, además del clásico bife acompañado de fideos con manteca, perejil y pimienta, el plato típico de la clase trabajadora.

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El Santa Evita da un giro al viejo bodegón, familiar, ruidoso y cercano, y apuesta por un ambiente más fresco y desenfadado.

La lista de postres, que también se sirven de la historia y la geografía argentinas, rescata recetas tradicionales como la ambrosía, uno de aquellos dulces de las abuelas, elaborada con yemas de huevo, leche, azúcar y canela, que por estos días son muy difíciles de encontrar.

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Locro, plato de origen precolombino que atraviesa las distintas regiones de Argentina.

Agradecimientos: Ente de Turismo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, hotel Mio Buenos Aires y Aerolíneas Argentinas.