Debo confesar que, después de tanta marea brava política, sumada a una intensa ola de trabajo, he andado últimamente con una noción del tiempo bastante poco confiable. Es más, si no fuera por tanto post en Instagram probablemente ni me hubiera dado cuenta de que me encontraba, nada más y nada menos, que en pleno jueves patrio. 

Por Cecilia de Orbegoso

Esta vez, sin embargo, me apena decir que no fueron el sinfín de posts de ceviche, anticuchos, piscos sours o los clásicos soundtracks de Augusto Polo Campos los que atiborraban mis redes sociales, más sí los exaltados mensajes de reclamos por nuestra francamente aterradora coyuntura política, digna de su propia saga de Televisa.

No obstante, la adversidad de la escena no quita las ganas fervientes de ostentar, orgullosos, nuestra camiseta. Así fue como Camila, Emilio y yo decidimos visitar cuanto a bar peruano estuviera a nuestro alcance, dispuestos a celebrar este día con nuestro licor bandera en mano. Total, no hay pena en este mundo que no pueda ser curada por un pisco sour bien cargado.

Camila, quien se encontraba en proceso de recuperación de una terminada «inexplicada y poco justificada» con un chico que había conocido una noche mientras buceaba en un dating App, se encontraba especialmente dispuesta a recibir lo que este nuevo año patrio le ofreciera con los brazos bien abiertos.

Yo, personalmente, apoyaba su decisión completamente. Y es que la situación por la que estaba pasando, si bien no era la más original, definitivamente justificaba una metafórica “subida al caballo” que le quitara de la cabeza el mal rato que había pasado.

Para hacer el cuento corto (y, por tanto, más acorde al romance que relata) me limitaré a comentar que esta se trató de una historia, como tantas, de las cuales hemos sido testigo en carne propia tanto yo como varias de mis amigas:

Un rally de emociones por parte del muchacho, seguido de actos de desaparición justificados con escuetos y poco satisfactorios mensajes.

Sin embargo y como si de novatas se tratase, (aun cuando ya hace rato podría decirse que somos profesionales en estas canchas) el tremendo e innecesario sufrimiento que Camila terminó por pasar se debió verdaderamente a la ridícula novela que ella se había decidido a formar en su mente:

“El hombre ideal, padre de mis hijos y marido perfecto”

Donde el protagonista, evidentemente el susodicho galán, se encontraba encima de todo reproche.

Honestamente, si me dieran una moneda por cada vez que una amiga me ha llamado, hecha un mar de lágrimas, contándome entre sollozos una variante de esta misma situación, la cual, tras un poco de paciencia por mi parte y algo más de introspección por la suya, termina por develar estas irracionales e inconscientes expectativas de nuestra parte.

¿El problema detrás de estas expectativas? al no verse realizadas nos dejan no solo con el corazón roto, sino también con una francamente injustificada sensación de haber sido traicionadas.

Justamente hoy en la mañana estaba leyendo un post en Instagram sobre un coach de amor, quien tocaba el mismo tema:

¿Por qué idealizamos a las personas, específicamente a la pareja?

Y es que, si bien la pareja es y debe ser siempre un espacio en el que coinciden muchos terrenos (por ejemplo: emocional, sexual, intelectual y familiar), el famoso «pedestal» en el que tenemos la tendencia de colocarlos no hace más que llevarnos a echar injustificadamente sobre sus espaldas la responsabilidad de ser no solo fuente de gratificación de la mayoría de nuestros deseos, sino también los encargados de la interminable labor de librarnos de todo mal.

“Dudo que haya un hombre hoy en día que no sepa de la desafortunada tendencia de las mujeres de sobreestimar sus expectativas sobre las relaciones” les decía yo a Camila y Emilio

Así que, después de ser víctima de esta particular representación, y tras haber pasado por múltiples lecturas de tarot, baños de florecimiento y sesiones de meditación, podría decirse que Camila se encontraba ya lista para empezar, de mano con nuestro querido país, una nueva etapa.

Ese 28 de julio, tras haber cerrado personalmente nuestro cuarto bar y asomándose en Londres ya hacía rato el amanecer, Camila, en proceso de pedir un uber, se dio cuenta de que un mensaje inesperado retumbaba su pantalla.

[3:59 a. m., 29/07/2021] John Fletcher: Hola Camila. Solo quería saludarte y espero que este yéndote muy bien. Estoy muy avergonzado por cómo terminaron las cosas entre nosotros. No fue justo para nada de mi parte, pero quiero que sepas que no estaba en mi mejor momento. Ahora me siento nuevamente al 100% y no puedo sacarte de mi cabeza. Te extraño

Solo con verle la cara, mi amigo Emilio y yo nos encontramos inmediatamente frente a dos desagradables certezas:

Supimos quién era el causante de la conmoción y, desafortunadamente, que no importaba cuanto Camila intentara sacarlo de su vida, dicho muchacho, con tan solo un mensaje, había vuelto a tener residencia permanente en esta.

Camila, sentada en el taxi y con una gran frustración encima, nos confesó que no estaba completamente segura de qué era lo que afectaba más: que el finado, a lo Lázaro, hubiera resucitado o que este acto de magia, el cual hubiera sido intensamente bien recibido al inicio del velorio, llegó nada más y nada menos cuando ya había sido efectivo el entierro.

Allí estaba, exactamente lo que necesitaba escuchar… dos meses demasiado tarde.

¿Cómo se debía sentir? A fin de cuentas, era el timing más imperfecto, que había dejado a mi amiga con la sensación de tener todas las piezas para su futuro, pero colocadas en el único orden en el que no tenían sentido alguno:

Las cosas correctas dichas en los momentos equivocados, que abrían puertas no solo a un futuro que aún no se manifestaba, sino también a un pasado que regresaba demasiado pronto.

No pude evitar pensar en la cantidad de veces que he escuchado a alguien decir que no era su momento. Cientos de amigos y cientos de historias en las que el timing simplemente no es perfecto:

«Conocí a la persona de mis sueños, pero se muda en un mes al extranjero” o “la química es impresionante, pero esa persona ya está saliendo con alguien más”.

Así mismo, son más de una las relaciones que terminan porque una de las partes no estaba lista, lo que inevitablemente conlleva a una separación en el momento en que la relación se empieza a poner ya muy seria:

“Que pena, si otro hubiera sido el tiempo esto hubiera sido simplemente perfecto”.

No pude evitar preguntarme:

¿Es acaso el tiempo una barrera? ¿O nos cruzamos con las personas que simplemente no eran?

¿No será, en cambio, que la falta de concordancia no se deba a que una persona inadecuada llegue en el momento adecuado, sino que un momento inadecuado rodee a la persona correcta?

Personalmente, siempre he sido fiel creyente de que el famoso Mr Right (o Señora Right) no tiene fecha de caducidad, por ende, debemos cuidarnos de no terminar haciendo la vista gorda a la atemporalidad de lo perfecto.

Total, uno nunca va a conocer a las personas adecuadas en el momento equivocado porque, le guste a quien le guste, cuando alguien es adecuado para nosotros nos tomamos el tiempo para dejar que entren en nuestras vidas.

…Y para ese tipo de situación no existe un mal momento.

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