Los seres humanos siempre encontramos caminos para justificar nuestras pasiones. Las redes sociales son solo la versión novedosa.

Por Diego Molina

Porque lo que hacemos es publicitar lo que había decodificado hace unos mil setecientos años una banda de ascetas que pululaban por el norte de África. Conocidos como los “padres del desierto”, buscaban la conexión espiritual máxima con el creador a través de la purificación y la penitencia. En ese tránsito, descubrieron que había siete rasgos que nos separaban de nuestro esplendor en cuerpo, alma y mente: ira, gula, avaricia, soberbia, lujuria, pereza y envidia. Los siete pecados capitales.

Luego aparecieron Santo Tomás de Aquino y el Papa Gregorio I, y los señalaron, oficialmente, como los males principales. Para Dante Alighieri, estos eran alteraciones del amor: por ejemplo, la ira es el exceso de amor por la justicia que se pervierte en la venganza. El amor, como no lo entendemos, lo distorsionamos.

Setecientos años después de “La Divina Comedia”, abrimos las redes sociales y allí están todas nuestras “distorsiones de amor” en exhibición: los platos exóticos en el restaurante (gula), la foto mostrando los músculos (soberbia), la foto resexy (para generar lujuria), el repost del viaje de una celebridad (envidia), el domingo entero en la cama (pereza), las zapatillas Balenciaga (avaricia) y la rabia por la realidad del país (ira).

Obviamente, comer rico, vestirse cool o indignarse con el actual gobierno no son pecados. Pero, en su multiplicidad, tienen un trasfondo poderoso: las redes sociales amplifican y justifican nuestras pasiones de forma constante. O sea, son posts, videos y fotos de nuestros delirios todo el tiempo. Y en un sentido voyerista, porque importan en cuanto se alimentan de la atención de los demás. Eso nos lleva al “pecado original”: la soberbia.

Verán, en latín, “Lucifer” se traduce como “portador de luz” . Él era el ángel más amado por Dios, el más hermoso. Un día decidió que podía tomar el lugar del creador. Y su rebelión terminó con su caída. Su pecado fue la soberbia. Entonces, para esta historia apócrifa judía, anterior a Adán y Eva, sentirse superior es el origen de los males de la Tierra.

“El tema es que el diseño de las redes nos enfoca hacia el alarde y no a su contraparte”.

Puede sonar a una historia sin importancia hoy, pero es una alegoría de lo que muchas veces guía a nuestro “yo digital”: aquiere sentirse único, feliz más allá de todos, inalcanzable. Ejemplos hay de lo más variados. Mira el juergón de mi cumpleaños, nuestra familia feliz, lo sexy que me veo, las fiestas que nunca me pierdo, lo exótico de mi viaje, las experiencias que hacen única a mi vida.

Pero ¿qué tiene de malo postear un atardecer en Taormina, tomando un Negroni? El tema es que el diseño de las redes nos enfoca hacia el alarde y no a su contraparte. Porque el otro lado de nuestras pasiones son nuestras virtudes: paciencia, gratitud o humildad, diligencia, templanza, esperanza, prudencia, caridad. Siete de nuevo, esta vez no tan visibles para otros.

El mensaje debería ser claro en su oscuridad: frente a las luces y los ojos de las redes sociales que nos invitan a ser provocativos, lo que sí nos hace trascender a un plano mayor es invisible. La ayuda anónima, la espera sin prueba, la templanza sin queja, la gratitud sin aspavientos, la caridad sin reconocimiento. Estos son los verdaderos acompañantes de nuestra mortalidad y que nos hacen silenciosamente únicos. Al igual que el desierto, y sus padres.

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