El sábado pasado me encontraba, junto con Máxima y su recientemente firmado galán, Simón, en Bluebird, un restaurante que, si bien no me encanta, encajaba perfectamente en el plan tranquilo que los tres buscábamos: cerrar con broche de oro la ardua faena de juerga en la que habíamos incursionado la noche anterior.
Mientras nos poníamos al día y elegíamos las entradas del menú, me llegó un artículo de un ex jefe mío en mis épocas de «financista» (léase, cuando trabajaba como analista de acciones para un fondo de cobertura para la región andina). Aparentemente nos encontrábamos en la «semana del inversionista», y el propósito de su artículo era el de promover una cultura de mercado de valores, explicando para «dummies» tanto los beneficios como los riesgos asociados a las diversas alternativas de inversión y finalizando con una especie de «mandamientos» del inversionista responsable, los cuales, a ojeada rápida y tal vez un poco soberbiamente, me parecieron tanto redundantes como de lo más obvios.
Y es que, honestamente, ¿quién no es capaz de entender que el riesgo existe en cualquier inversión, y que jamás de los jamases podremos minimizar el riesgo de pérdida si no hacemos una buena diversificación?
Sin embargo, mientras Simón le preguntaba al camarero sobre su selección de Côtes-du-Rhône, llegó a nuestro grupo de WhatsApp un mensaje de Camila, una amiga nuestra quien, al igual que Shakira, tenía el corazón destrozado, pero mientras una motenizaba su dolor de manera excepcional, la otra, lejos de lograr sacarle provecho a su desafortunada situación, pareciera hundirse cada vez más en un pasivo inexorable el cual, no contento con la nula experiencia que ofrecía tras incontables años, pareciera, para colmo, arrastrarla a un grado de desesperación que se veía claramente reflejado en sus atrevidas incursiones en la bolsa del amor.
Para hacer el cuento corto: a inicios de Junio Camila atizaba el ardor del caluroso verano en KX, un exclusivo gimnasio del barrio de Chelsea, específicamente situado en Sloane Avenue.
Y cómo no, a veces la tentación aparece de la manera más inesperada, algunas veces con forma de una manzana y otras de un banquero de inversión con brazos fuertes y definidos músculos en la espalda. Así fue como empezó sus amoríos con James, un ejecutivo de mando medio en Morgan Stanley. Sin embargo, James, como buen financista, creía profundamente en el mandamiento principal de la diversificación, por lo que Camila no tardó en descubrir que sus sesiones de «cardio» las complementaba más tarde con Mariela, una joven de origen belga, asidua también a dicho gimnasio.
Y es que «ojos que no ven, entrenador que te lo cuenta» y así fue como Camila se enteró que su banquero de Inversión disparaba a dos cañones (aún no sabemos qué otras membresías tenía en otros gimnasios, por lo que la magnitud de su artillería queda aún como interrogante).
Como buenas mujeres empoderadas y civilizadas, ambas féminas se sinceraron, encararon al desgraciado, se solidarizaron, entablaron una relación amical y, por si fuera poco, se enamoraron y fueron pareja por lo que restaba del verano. Sin embargo, conforme se acercaba el cambio de temporada y el calor ardiente del verano se iba apagando, también lo hizo la magia entre Camila y Mariela, y si bien lograron valientemente intentar revivir la chispa, para octubre era más que evidente que esta ya estaba completamente evaporada.
Ya saben mi dicho por excelencia: cuando la magia se va, es porque alguien más está haciendo trucos con esa varita. Pues me enorgullezco de anunciar que mantengo mi muy bajo margen de error. Algo de observación y un par de testigos incriminatorios fueron suficiente para que Mariela le confesara a Camila que había retomado el affaire con James y, aún peor, Camila había decidido que en lugar de terminar la inversión y buscar prospectos más sanos, iba a intentar “trabajar en la relación”.
Una golondrina no hace un verano, evidentemente, pero ninguno de nosotros podría negar que Mariela se había vuelto para Camila el equivalente emocional al big crash del 29: una especie de choque repentino que ningún analista pudo pronosticar.
– “Pobre Camila, tiene demasiado invertido en esta relación” – nos dijo Simón, a quien Máxima y yo habíamos puesto rápidamente al corriente de los antecedentes de nuestra amiga, tras lo cual, emocionado, se dispuso a aplicar su extenso conocimiento en la bolsa al analizar las razones que la llevaron a tener el equivalente a una carpeta crediticia negativa en sus relaciones.
Debo admitir que me impresioné por algunas de sus analogías entre la bolsa de valores y el mercado del amor, hasta el punto en el que me sigo preguntando, ¿Son estos dos realmente tan diferentes? Total, en ambos se pone en juego tanto tiempo como dinero y, si somos irracionales, hay que agregarle el componente sentimental. Además de ello, debo aceptar que cada día me convenzo más de que estos dos se rigen bajo el mismo proceso de inversión, pues al igual que un buen equity analyst, quien al proponer una tesis de inversión, espera un flujo de retorno positivo en el futuro, igual esperamos los que invertimos nuestro esfuerzo e ilusiones en una relación, por lo menos esperamos pasar un buen tiempo. Si no fuera así, creo yo, lloraremos tal vez en igual medida la rotura de nuestros corazones, pero definitivamente sería mucho menos lo que sufrirían nuestros egos.
Y es que, a fin de cuentas, después de capear todos los altibajos, una mala experiencia, ya sea en el mercado de valores o en el mercado de las relaciones, te pueden dejar, en igual grado, tanto traumado como pelado.
Mientras el camarero descorchaba el vino que Simón había elegido, no pude evitar pensar en otra de las recomendaciones del artículo de mi ex jefe, quien proclamaba que es vital asegurarse de que la inversión a realizarse coincida con nuestras metas, preferencias y, sobretodo. tolerancia al riesgo.
Es por ello que recomendaba, muy tajantemente, tener bien definido ese subjetivo concepto al que se refieren en el mercado como stop loss o, dicho de otro modo, la pérdida máxima que un inversor está dispuesto a asumir antes de considerar cortarse la cabeza. ¡Parece que es fundamental al momento de gestionar una cartera!
Ahora, si bien esto se ve maravilloso en papel, y especialmente en el artículo de mi ex jefe, creo que no hace falta mencionar que, al momento de ponerlo en práctica, tanto el miedo como la codicia se apoderan de la situación y hasta el mejor analista puede perder la noción de cuándo es momento de ejecutar el famoso stop loss. Después de todo, no puedo negar que gran parte del trading es psicológico y emocional.
Viendo nada más el caso de Camila, ¿por qué, a pesar de los evidentes riesgos, seguía invirtiendo? ¿No era acaso lo más lógico liquidar la inversión y buscar otras opciones donde armar una nueva posición más sólida? Pareciera que nuestra amiga, al momento de armar su portafolio personal no buscaba seguir ninguna estrategia de inversión más que la del random walk.
Yo no pude evitar preguntarme una gran duda que para un tercero pareciera ser evidente: teniendo frente a ella las virtudes y defectos de Mariela, ¿Qué estaba esperando Camila para dejar de invertir y de una vez liquidar su posición? ¿Cuál sería para ella el deal-breaker?
Camila estaba dispuesta a hacer la vista gorda a las mil y una redflags que aparecieran en su camino, ya que de ninguna manera estaba dispuesta a liquidar su posición, por lo que Mariela contaba con un horizonte ilimitado de tiempo para «madurar» como acción. Quedaba bastante claro que Camila, conforme pasaba el tiempo y aumentaba su exposición emocional a dicho proyecto al que conocemos como Mariela, por ningún motivo la iba a soltar muy a pesar de las claras señales de underperformance, y por otro lado se transformaba cada vez más en una romántica activista, proponiendo cambios y haciendo gestos románticos para que despegue el precio de la acción.
No pude evitar preguntarme ¿Será, tal vez, que mientras menos probable se vuelve un desenlace, más desesperadamente estamos dispuestos de actuar al buscarlo? Después de todo, ¿Qué tanto daño puede hacer un poco de riesgo cuando es tan deseado el premio?
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