El 2022 será recordado por la frustrada clasificación de la selección peruana al Mundial de Catar. Pero también por un grupo selecto de deportistas que ganaron medallas históricas a nivel internacional en las principales disciplinas acuáticas. ¿Qué tiene en común la mayoría de ellas? ¿Cuál es el secreto del éxito peruano aguas adentro?
Por Kike La Hoz
Valeria y Alessia Palacios
SUBCAMPEONAS MUNDIALES EN REMO
Las medallas de plata que cuelgan sobre sus cuellos son idénticas. Ellas también. O al menos eso parece. Paradas sobre el podio del Mundial de Remo Sub-23, en Varese, al norte de Italia, las gemelas Valeria y Alessia Palacios engañarían a cualquiera. Detrás de unos lentes negros y una bandera peruana, tan solo los que más las conocen pueden notar esas pequeñas diferencias surgidas de ese minuto que las separó al nacer: Valeria es más alta por unos centímetros y tiene tres kilos más.
“Además, soy menos nerviosa y no me dejo influenciar tanto”, aclara Valeria con una mueca de sonrisa. Alessia no la desmiente. Sobre su embarcación, sin embargo, esas diferencias vuelven a equilibrarse. Balanceadas adecuadamente para permitirles ser una de las mejores duplas del mundo cada vez que empiezan a agitar las aguas con sus remos. En la modalidad de peso ligero, están dentro del top cinco y ambas están convencidas de su secreto. “Estamos supersincronizadas por ser gemelas”, dice Alessia.
“Ha sido el mejor año para las dos y un año histórico para el remo peruano. Pero también nos ha permitido saber en qué debemos mejorar y que con esfuerzo todo se puede alcanzar”. – Valeria Palacios (22)
Desde que empezaron a remar a los 12 años, siempre fue así. Llámenlo intuición, conexión genética o mística sanguínea, pero las gemelas Palacios sabían que tenían una ventaja sobre las demás. “Nuestra anatomía es muy similar, y eso nos ha facilitado ir a la misma velocidad”, dice Valeria. “Tenemos la misma técnica, y cuando yo estoy nerviosa, con mucha adrenalina, Valeria pone cabeza fría”, explica Alessia. “Me da confianza estar con ella, porque siempre hemos estado una al lado de la otra”, añade Valeria.
Una década después de haber empezado, influenciadas por su padre, un remero sin fecha de jubilación, los progresos continúan: con 22 años, ambas no se contentan con los logros alcanzados. Las dos medallas de oro en los Juegos Bolivarianos en Valledupar, a mediados de año; la presea de plata en la Mundial de Remo Sub 23, dice Alessia, quien de inmediato aclara: “Y sí es posible”. Pero antes de pensar en París 2024, prefieren concentrarse en en julio; y la de bronce en los Juegos Sudamericanos en Asunción, subirse al podio de los Juegos Panamericanos de Santiago 2023. en octubre pasado, tan solo han confirmado los rumores de años
Las gemelas Palacios saben cómo lograrlo: Valeria adelante y anteriores: las gemelas Palacios son imparables.
“Ha sido el mejor año para las dos y un año histórico para el remo peruano. Pero también nos ha permitido saber en qué debemos mejorar y que con esfuerzo todo se puede alcanzar”, dice Valeria. En medio de su jornada de entrenamiento, en el club Regatas de La Punta, que puede durar entre seis a siete horas, ambas miran el horizonte convencidas de que aún no deben parar la marcha. “Si queremos una medalla olímpica, debemos mejorar diez segundos”, dice Alessia, quien de inmediato aclara: “Y sí es posible”.
Pero antes de pensar en París 2024, prefieren concentrarse en subirse al podio de los Juegos Panamericanos de Santiago 2023. Las gemelas Palacios saben cómo lograrlo: Valeria adelante y Alessia atrás, como si el orden que les impuso la vida, desde que nacieron hace veintidós años, fuera también el ideal para competir. “Antes yo iba al frente. Cambiamos porque el bote ahora avanza mejor”, explica Alessia. “Lo importante es que somos un equipo. Y si tuviera una hermana mayor o menor, no sería lo mismo”, dice Valeria. Un minuto alguna vez las separó. Pero hoy avanzan al mismo ritmo.
Cristhiana de Osma
MEDALLISTA PANAMERICANA EN ESQUÍ ACUÁTICO
“Ganar medallas junto a mis hermanos (Rafael y Alejandra) nunca había ocurrido antes. El viaje a los Juegos Bolivarianos fue muy emocionante para mí. Me encantó la experiencia de subir al podio al igual que ellos”. – Cristhiana de Osma (13)
La última heredera de la dinastía De Osma acaba de llegar a Lima. Toca tenerle fe. Se llama Cristhiana, tiene apenas trece años y pla- nifica su vida como una feligresa de la perfección. No han pasado ni veinticuatro horas de haberse bajado del avión que la trajo desde Orlando, Florida, y ya está subida en un esquí sobre las aguas de la laguna de Bujama. Su madre, Mónica Bedoya, y su entrenadora, Rhoni Barton, campeona mundial de esquí acuático, la observan casi sin pestañear. El entrenamiento es exigente. No hay tiempo que perder. La agenda lo amerita: el Mundial Junior en Chile empieza el 4 de enero de 2023.
Sus hermanos mayores, Rafael y Alejandra, arribarán en pocos días. Todos deben competir en el Campeonato Nacional que cierra el año deportivo, pero, en realidad, la familia está concentrada en el viaje a Santiago. No lo dicen, pero todos están ilusionados con una medalla histórica. Y es que el talento entre los De Osma es hereditario, pero Cristhiana ha tenido una ventaja. “Recibió entrenamiento de élite desde chiquita por tener cerca a sus hermanos. Entonces, estamos viendo resultados enormes mucho antes de lo esperado”, explica su madre. Por supuesto, se refiere al título de campeona del Junior Women Master en la categoría Sub-18 en Georgia, con cinco años menos que sus rivales. A la medalla de bronce en los Juegos Bolivarianos absolutos. Y a la presea de bronce en la categoría Sub-17 en los Panamericanos de la disciplina. La pequeña maravilla del esquí acuático se acostumbró a pisarles los talones a los más grandes. Y la culpa es de sus hermanos.
Cristhiana aún tiene fresca la imagen de los tres con las siete medallas ganadas en Valledupar 2022. Alejandra, oro en slalom, plata en salto y bronce en overall; Rafael, plata en overall, bronce en figuras y bronce en salto; y ella, la menor de los De Osma por diez años de diferencia, bronce en figuras. “Eso no había ocurrido antes”, dice Cristhiana, con el atardecer de Bujama pegándole en la cara. Y tiene razón: era la primera vez que los tres hermanos compartían medallas internacionales en una misma competencia. El summum de un legado iniciado por su abuelo Felipe de Osma. Las victorias de Alejandra y Rafael eran de esperarse, como resultado de una trayectoria curtida. Pero la aparición de la tercera hermana en la foto de los ganadores era la verdadera noticia. La niña que había empezado a competir desde los 6 años no necesitaba ser una adulta para brillar.
La precocidad de Cristhiana puede sorprender a varios, pero no a su madre Mónica. “Cuando nació, pudo haber sido sin anestesia, porque se salía, se salía…”, dice sin contener la risa. Ella misma se encargó de hacerla surcar las aguas de Bujama sobre un esquí con apenas un año; y, cuando decidieron atravesar la pandemia en Orlando, logró que Rhoni Barton la empezara a entrenar. Ahora es una especialista en tricks (figuras), es la mejor rankeada del mundo en la categoría Sub-14 y ya ha roto varios récords de Alejandra. “Mi hermana es feliz si yo logro eso. Me estimula para seguir mejorando”, dice Cristhiana. En Georgia, las dos se abrazaron tras el primer lugar en el Máster, y en Chile esperan repetirlo. Alejandra y Rafael ya anunciaron a Mónica que todos irán a Santiago. Las vacaciones serán alentando a Cristhiana. “Necesitamos estar con ella, mamá”, le dijeron.
Pase lo que pase en Chile, la fe se mantendrá intacta. La meta es acercarse, poco a poco, a otro sueño compartido en familia. Así como sus hermanos, Cristhiana también aspira a los Panamericanos de Santiago 2024. Rafael y Alejandra le llevan una amplia ventaja, pero ella prefiere flotar como lo hace en el agua. A los trece es inevitable soñar.
Alexia Sotomayor
FINALISTA DEL MUNDIAL
JUNIOR DE NATACIÓN
Al otro lado del mundo, en Melbourne, Alexia Sotomayor se acaricia la rodilla derecha. Lo hace de manera inconsciente. Está a pocas horas de debutar en el XVI Mundial de Natación en Piscina Corta, que se celebra en Australia, pero no puede evitar recordar que hace un año, también en vísperas de la Navidad, una lesión –la primera de su vida– la obligó a detener sus aleteos dentro del agua. Durante dos días fue un pez fuera de la pecera. Una sirena enyesada. Al final, la recuperación le tomaría mucho más tiempo: unas veinte semanas sin competir. Una tortura para alguien que creció dentro del agua.
“Nunca había estado tan desesperada en mi vida”, reconoce, a través del teléfono, con la voz hecha casi un susurro porque en Melbourne apenas amanece y no quiere levantar a su compañera de cuarto. Si alguien le hubiera dicho a principios de año que superaría la lesión, ganaría cuatro medallas (una de oro) en los Juegos de la Juventud Rosario 2022, dos más en los Juegos Bolivarianos de Valledupar, que disputaría dos mundiales absolutos y que clasificaría a la final de los 100 metros espalda del Mundial Junior de Natación, Alexia lo hubiera dudado. Pero aquellas semanas fuera de toda competencia le permitieron sumar sabiduría a sus cortos 16 años: “Algo que aprendí es a enfrentar todo sin expectativas. Porque cuando menos esperas es cuando las cosas más te sorprenden”, dice.
“El 2022 es el mejor año que he tenido en lo que va de mi carrera. Lo que sigue en pie es lograr el sueño olímpico. Y no solo es llegar, es ir a buscar el mejor resultado posible hasta el último suspiro”. – Alexia Sotomayor (16)
En Cali, Colombia, con la rodilla adolorida aún, no podía pensar en eso. Un esguince, producto de un mal movimiento en el aire al momento de lanzarse al agua para una competencia, acabó con su participación en los primeros Juegos Panamericanos Junior. En ese momento, Alexia sintió que todo el sacrificio se había escurrido por un drenaje. El 2022 se convirtió, de pronto, en el año más desafiante de su carrera. Luego de la tortuosa recuperación y de lograr ser la primera mujer peruana en llegar a una final de un Mundial Junior de Natación, decidió nadar aún más lejos. Estados Unidos pasó a ser su nuevo hogar. Sus padres decidieron mudarse a Misuri y Alexa se inscribió en un internado en Boca Ratón, Florida, para acabar la escuela. Lejos de su país, lejos de todo.
Tuvo que aprender a sobrellevar la distancia con disciplina y unas cuantas fotografías. Pegó varias en la pared de su habitación: las de sus primeros chapoteos en el agua; las que comparte con su madre, Patricia Acuña, responsable de sumergirla en una piscina a los seis meses de nacida; las tomadas después de algunas victorias; las que retratan su sonrisa cándida en ese cuerpo de hombros rudos, cincelados para no fallar. “Este año ha sido muy duro; hubo muchos cambios”, dice Alexia desde Melbourne. El nuevo ritmo de vida le enseñaría a valorar mucho más el camino recorrido: las primeras medallas de oro en el Juvenil en Chile apenas a los 12 años, la participación en los Panamericanos de Lima 2019 con la voz aún de niña y los más de setenta récord batidos en diferentes categorías. Cinco meses fuera del Perú le bastaron para terminar de ser una adulta.
“El tiempo de Dios es perfecto”, dice Alexa, como una profeta que parece correr bajo el agua. En Melbourne, en medio de su tercer mundial de natación en lo que va del año, ya planifica el último sueño que le toca cumplir: ese que empezó a germinar mientras veía por televisión los Juegos Olímpicos de Londres 2012 con tan solo 6 años. “Quiero estar en París 2024, pero no solo es llegar, sino dar lo mejor hasta el último respiro”, dice antes de cortar. Quiere terminar de prepararse antes de la competencia. La piscina la espera.
Sol Aguirre
CAMPEONA SUDAMERICANA DE SURF
El sol piurano de Los Órganos se refleja en sus ojos. Aquello que su papá advirtió cuando la vio al nacer hace diecinueve años ocurre ahora que Sol Aguirre ha vuelto a su casa frente al mar para pasar las fiestas de fin de año. El descanso era necesario después de once meses entre aviones y olas. Apenas han transcurrido unos días desde que se despojó de su tabla, arrojó las maletas sobre su cama, acarició los lomos de sus perros Pisco, Cappuccino y Maui, abrazó a sus padres y devoró un cebiche como si fuera el último de la galaxia.
“Muchas cosas han cambiado”, dice, aunque su habitación sigue igual que siempre, excepto por una pieza que acaba de añadir al decorado: una cuarta copa de campeona sudamericana Pro Junior, sumada a las otras tres que ha ganado desde 2018. La última parada previa, en la playa limeña de Punta Rocas, le sirvió para cerrar con trofeo nuevo un año tan cambiante como el humor del océano: un tetracampeonato histórico en la World Surf League (WSL). Elogios y más elogios. Pero Sol quiere dejar de ser una promesa.
“La nueva princesa del surf sudamericano”, como la bautizaron en 2017, aún conserva su primera tabla rosada y se pasa la vida extrañando las almohadas de su cama en Los Órganos. A la distancia, creció viendo el reinado de Sofia Mulanovich. Y por eso ahora está decidida a cerrar una etapa: su último año como junior será el fin de la transición. El salto final a los rankings reservados para las más grandes, en edad y prestigio. Lo sabe bien: el surf no tiene princesas, solo reinas. “Cada vez que me entrevistan, hablo de la nueva generación, pero yo aún sigo siendo parte de ella”, dice Sol y suelta una carcajada.
“Este año ha sido el más desafiante. He crecido y aprendido mucho. He madurado más. Cada resultado, bueno o malo, ha sumado a mi carrera. Una de mis metas, ahora, es ir desafiando a las mayores”. – Sol Aguirre (19)
La calma de estos días contrasta con un año vertiginoso. El 2022 le enseñó a tener las maletas siempre listas. Un viaje a Indonesia junto a su padre dio paso, por ejemplo, a una travesía hasta Saquarema, en Brasil, para competir en las Women’s Challenger Series. Más de dos días de viaje desde las islas Mentawai, vía Yakarta y Doha, hasta las costas de Río de Janeiro. La oportunidad ideal para surfear olas con las mejores del planeta. Luego, un vuelo hasta Galápagos para lograr el primer lugar de las Qualifying Series 1000 de la WSL. Y, en menos de dos semanas, otro trasbordo a Iquique, en Chile, para levantar las copas en las categorías Open y Junior por las QS 3000. El surf le permitió empezar a cumplir una de sus tantas fantasías: un pasaporte lleno de sellos y con olor a mar.
“Viajo tanto que a veces vivo en maletas”, dice Sol, y no exagera. El 4 de enero deberá viajar a California para competir en el Mundial Pro Junior de la WSL. Los Panamericanos y las clasificatorias para los Juegos Olímpicos también rondan por su cabeza. “Ahí está mi mira”, aclara. Ya no es más la niña que intentaba vencer a sus amigos hombres bajo el sol de Los Órganos, ni la que miraba el mar piurano a través de la ventana de su colegio estatal. Los retos ahora son otros. “Este año ha sido el más desafiante. He madurado más”, dice, acostumbrada a que la presión se haya incrementado con el paso de los años. “Una de mis metas, ahora, es ir desafiando a las mayores”, asegura.
Antes de marcharse otra vez de Los Órganos, quiere disfrutar un poco más de ese calor que no encuentra en ninguna otra parte del mundo. “Volver acá me recarga”, dice. Y aunque quizá no sea igual, se ha prometido a sí misma llevarse consigo un poco de ese calor en su tabla. Dibujará muchos soles. Soles luminosos. Tan luminosos como su nombre.
María Alejandra Bramont
DOBLE CAMPEONA BOLIVARIANA DE AGUAS ABIERTAS
A Mariale Bramont le da mucho miedo el mar: el sonido de las olas, la potencia de las corrientes, la ferocidad dormida del océano. Cada vez que pone un pie dentro de las aguas, debe vencer a ese otro rival que habita muy dentro de ella. En Chimichagua, Colombia, sin embargo, pudo ponerse el traje de baño sin distracciones. La competencia de aguas abiertas debía definirse en la ciénaga Candelaria Rincón Avisperos, una especie de lago a muy pocos kilómetros de Valledupar, la sede de los Juegos Bolivarianos 2022.
En menos de tres días, se subió al podio dos veces con el cabello aún húmedo y el corazón inquieto como el motor de una lancha. Oro en los 5000 metros. Oro en los 10.000 metros. Desde el segundo lugar logrado en el Mundial Junior de Aguas Abiertas, disputado en el golfo de Áqaba en Israel, en 2018, no había experimentado esa sensación de estar ahogándose de felicidad fuera de las aguas. “Mi mejor año fue aquel 2018. No solo por el podio en los 10.000 metros en el Mundial Junior, sino también por la medalla de plata lograda en los 5000 metros en el Sudamericano absoluto”, dice desde Sevilla, España, donde vive desde hace un año y medio gracias a su doble nacionalidad.
Mariale aprendió desde muy pequeña que al océano se le debía admirar, disfrutar y temer al igual que a una bestia soñolienta. En playa Las Arenas, muy cerca del balneario de Asia, hizo sus primeras incursiones junto a su hermano y una tabla. Y fue allí también que las palabras de su padre, un judoka que había perdido a un compañero por una corriente traicionera, calaron hondo en ella: el mar da, pero también quita.
“He empezado mucho mejor este ciclo olímpico, en comparación con el anterior. Sumé dos medallas en los Bolivarianos; antes, solo una; y en los Sudamericanos acabé cuarta, cuando antes ni pude acabar”. – Mariale Bramont (23)
Esas palabras no impidieron que a los 15 años, con una carrera de nadadora de piscina estancada por la excesiva competencia, Mariale decidiera probar suerte con las aguas abiertas. “Fue un cambio radical por decisión propia”, asegura. Sabía que sus brazos y sus pulmones estaban preparados para la resistencia de los 3000 metros entre muros. Un segundo lugar en una prueba en Agua Dulce, Chorrillos, terminaría por convencerla. Desde entonces, su madre, una sevillana que respeta tanto al mar como a su esposo, decidió comprar unos prismáticos para asegurarse de verla salir ilesa. “Y yo fui agarrándole el gusto”, dice Mariale, quien ahora es capaz de sobrellevar el miedo al mar por un propósito aún mayor: “Nadar en aguas abiertas me hace sentir más libre”.
Cualquier día del año, dudaría en enfrentar a las olas, pero basta con que empiece una competencia mar adentro para “cambiar el chip”, como dice ella. Lo que quiere ahora es hacer historia en el deporte peruano: lograr que el apellido Bramont, oriundo de Francia, suene fuerte en París 2024. El 2022 ha sido un buen punto de inicio. “He empezado mucho mejor este ciclo olímpico, en comparación con el anterior. Sumé dos medallas en los Bolivarianos; antes, solo una; y en los Juegos Sudamericanos acabé cuarta, cuando antes ni pude acabar”, dice. El miedo, en su caso, no la paraliza. La motiva.
Abigail Sirio
CAMPEONA BOLIVARIANA DE POLO ACUÁTICO
“La medalla de oro en los Juegos Bolivarianos de Valledupar 2022 y la presea de bronce en los Juegos Sudamericanos de Asunción 2022 son los máximos logros conseguidos, hasta ahora, por el seleccionado femenino de polo acuático”, explica Abigail.
¿Qué hace una pelota en medio de una piscina reservada para clavadistas? Eso mismo se preguntó Abigail Sirio una tarde cualquiera de 2015 en el complejo acuático del Campo de Marte. Una vez asomada la cabeza después de una zambullida, notó que algo redondo flotaba cerca a su cuerpo. “Disculpa, ¿me la puedes pasar?”, le dijo un muchacho. Al tomar la pelota, reconoció que no era lo suficientemente grande como una de fútbol, ni tan ligera para ser una de vóley. Sin pensarlo más, la devolvió con todas sus fuerzas.
“¡Tienes un buen chut!”, la alabó el desconocido, que ante su mueca de incomprensión tuvo que aclarar lo que había dicho: “Un buen lanzamiento”. Aún desconcertada, Abigail le agradeció el cumplido. No era casual: las clases de vóley en sus vacaciones de verano le habían servido para desarrollar una pegada potente con los brazos. Pero antes de volver a sus clavados, el muchacho volvió a interrumpirla: “¿No te gustaría practicar waterpolo? Estamos reclutando chicas para armar el equipo que competirá en los Juegos Panamericanos de Lima 2019”. ¿Waterpolo? Abigail no sabía nada de aquel deporte. Pero su madre sí. Cuando llegó a casa y le contó la escena, recién pudo enterarse de que algunos años antes había querido inscribirla en esa versión de fútbol siete para nadadores, pero las clases eran solo para niños. Demasiadas coincidencias. Tenía que probar.
“Y desde ahí no paré”, recuerda Abigail desde Madrid, con el acento peruano aún intacto. En setiembre decidió concretar un intercambio estudiantil como parte de su carrera de Gestión Deportiva. Y el viaje, además, terminó facilitando su ingreso al equipo profesional del Club de Natación Boadilla, integrante de la División de Honor de Waterpolo. Aquella pelota lanzada al azar en la piscina de clavados la llevó a España, pero también antes a Argentina, a entrenar con uno de los mejores técnicos de la región; y a Bauru, en Brasil, a capacitarse como entrenadora en la Asociación Baurense de Polo Acuático.
“Para mí, el 2022 fue uno de los mejores años. El mejor que he podido vivir con la selección nacional de waterpolo, porque hemos mostrado una evolución gigantesca, y eso nos ha ayudado muchísimo”. – Abigail Sirio (24)
Convertida en la capitana de la selección nacional, en Lima 2019, tuvo que experimentar, primero, el calvario de todo pio- nero. Ningún partido ganado en la fase de grupos. Apenas unos cuantos goles para celebrarlos como pequeños desagravios. Una derrota digna ante la poderosa Estados Unidos. Y una última batalla perdida ante Venezuela, que le hizo saber al rival que se cuidara las espaldas. De aquel torneo, a Abigail le quedarían dos recuerdos: la camiseta número 6 de Maggie Steffens, la capitana estadounidense, y la certeza de que la distancia con Venezuela se podría acortar. Una pandemia después, eso se empezó a notar. El cuarto lugar en el Sudamericano 2021 fue un primer aviso. El refuerzo con jugadoras repatriadas de España y Estados Unidos alimentó la competitividad. “A partir de ahí, nos convencimos de que realmente podíamos ganar una medalla”, dice Abigail.
El oro en los Juegos Bolivarianos de 2022 llegaría en el momento oportuno. La final ante Venezuela fue mucho más que una revancha. Una rivalidad había nacido. Unos meses después, la definición por el tercer lugar de los Juegos Sudamericanos en Asunción ratificaría lo avanzado: victoria otra vez ante Venezuela (18-17), con penales incluidos. Abigail volvió a ser la capitana de aquel equipo histórico y anotó uno de esos goles que se gritan desde los huesos. “Este ha sido nuestro mejor año, realmente. Hemos mostrado una evolución gigantesca”, dice Abigail, quien valora el oro bolivariano, pero cree que el bronce sudamericano cotiza más alto. “Quiere decir que estamos solo por detrás de Brasil y Argentina”, afirma, aunque la historia recién empieza. Confiarse no es opción.
Lo que toca ahora es masificar el polo acuático. Hacer que más niñas se formen desde los primeros años. Que las jugadoras más experimentadas, como Abigail, vuelquen todo lo aprendido como futuras entrenadoras. La clasificación de la selección juvenil al Mundial Sub-20 en 2021 alimenta la esperanza. Una pelota flotando en una piscina debería ser el punto de inicio. Pero sin que llegue ahí por pura travesura del destino.
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