¿Qué hace que pedir ayuda sea una labor tan difícil? ¿Qué mejoras hacen falta en el enfoque bajo el que se ofrece la psicoterapia? ¿Por qué es necesario cambiar nuestra visión de la salud mental?

Por Ana Paula Chávez 

Hablar de terapia hoy no solo es aceptado sino valorado positivamente a comparación de hace muchos años atrás. Con mucho esfuerzo y desde las experiencias vividas, las nuevas generaciones van rompiendo con los mitos de ir al psicólogo y con el gran estigma asociado a la titánica tarea de pedir ayuda.

Pedir apoyo profesional es complejo debido a que siempre fue mirado como una acción propia de un carácter débil que carece de espíritu de lucha. Pedir ayuda, se pensaba, era rendirte ante los problemas. No poder con todo solo. Por razones contextuales y generacionales, la autosuficiencia era incentivada, pues significaba madurez, logro y éxito. Ser fuerte era saber “controlar” los afectos y jamás dejar que nos quiebren, esto traducido en: “no llores, no te frustres, solo sigue adelante”.

Al día de hoy con lo que sabemos ya podemos cuestionarnos: ¿por qué está mal que los problemas nos sobrepasen, nos carguen y nos afecten? No somos máquinas e incluso las máquinas cuando se sobrecargan, colapsan. Afortunadamente hoy, al menos en parte, aplaudimos la vulnerabilidad, el llanto, la conexión emocional, valoramos la sensibilidad más que nunca. Nos permitimos ver con otros ojos el necesitar de otras personas.

Los potentes resultados de la investigación científica en trauma y experiencias adversas tempranas (ACEs, 1997) unidos a la difusión de la crianza respetuosa impulsaron una serie de acciones preventivas que hoy incentiva a las personas a reconocer sus heridas y hacerse cargo de sanarlas.

Así, existe cada vez menos miedo de decir “voy al psicólogo”, “hago terapia” e incluso compartir los aprendizajes del proceso personal “descubrí que…”. Ahora sugerimos terapia a nuestras amistades y familia. Las redes sociales están llenas de información, unas más serias que otras, pero eso es tema aparte. Campañas de concientización y espacios de psicoeducación cada vez más cerca de nosotros. Sin embargo, hay factores que deben incluirse en la conversación sobre psicoterapia.

En primer lugar, debemos considerar la problemática social a la hora de recibir un apoyo especializado. El Ministerio de Salud (2018) informó que existen muchos factores que impiden el acceso a tratamiento: la estigmatización de los trastornos y personas diagnosticadas, ingresos económicos bajos, atención sanitaria insuficiente, falta de acceso a educación, el desempleo, falta de acceso a servicios de agua o luz y otras necesidades básicas insatisfechas.

En respuesta a la falta de accesibilidad al apoyo psicológico es que fueron creados los Centros de Salud Mental Comunitarios del Ministerio de Salud del Perú, que puedes consultar aquí. Además, cuentan con una línea de ayuda llamando al 113 las 24 horas del día.

Sobre los tratamientos, el Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado – Hideyo Noguchi reportó que los pacientes atendidos en Perú no reciben garantías de recuperación, seguimiento e incluso viven experiencias de violencia psiquiátrica. Agregó que las cuatro principales razones que influyen en el pobre acceso a salud mental son: escasos servicios disponibles, centralización de profesionales, falta de detección e intervención oportuna y temprana e inversión muy deficiente en salud mental (INSM, 2012). Se hace esto aún más complejo al considerar la invisibilización de ciertos grupos y comunidades debido a su orientación sexual y género (LGBTQI+), etnia, discapacidad, situación geográfica y socioeconómica, edad, entre otros.

“De todas las formas de desigualdad, la injusticia en el cuidado de la salud es la más impactante e inhumana”. (Dr. Martin Luther King Jr, 1966)

Es por ello que el primer paso es dejar de pensar a la salud mental solo desde la profesión psicológica o psiquiátrica:

  • Salud mental es tener condiciones de vida dignas.
  • Salud mental es vivir en un contexto libre de violencia y desigualdad.
  • Salud mental es que se respeten los derechos humanos, aún más en el espacio donde se acude a pedir ayuda.

Por otro lado, aunque hayamos ido avanzando en el imaginario de la terapia, aún hay mucho que revisar y transformar en el marco desde el que se provee. Algunos elementos del llamado “enfoque biomédico” de la salud, que distingue sanos de enfermos, lo normal de lo anormal, siguen engranados en nuestras organizaciones. La etiqueta de “enfermo mental” representa un intento de ubicar una falla individual en lugar de profundizar en los factores contextuales y estructurales que generan y mantienen el malestar de muchos.

Es necesaria una salud mental con un enfoque socio-político-cultural, sensible al trauma e informada en neurodiversidad. Una salud mental que salga de la esfera individual culpabilizadora y que reconozca, como ya lo hace la ciencia, el enorme poder de las experiencias de vida y la huella de nuestros contextos sociales.

“Cuando una flor no florece, arreglas el entorno en el que crece, no la flor.” (Alexander Den Heijer, 2018)

Por su lado, el boom de la autoayuda y psicología popular hace creer que venimos fallados, que siempre hay algo más que debemos cambiar, que todo depende de nosotros y nuestra actitud; que existe un ideal de sanación y positivismo al que debemos aspirar. Lamentablemente, la cultura de la salud mental y los profesionales reproducen estas perspectivas dañinas, puesto que si es el paciente el que está dañado, es el terapeuta quien tiene lo que necesita para sanarse. Vendiendo la idea equivocada de que existe una única respuesta para su problema y que algo especial y sagrado sucede dentro de la terapia que no puede suceder sin ella.

El siguiente paso, entonces, será entender que un psicoterapeuta puede enseñarnos y brindarnos un entorno seguro y efectivo para aprender de nuestra historia y refinar nuestras ideas; sin embargo, ir a terapia es involucrarse en un trabajo duro diario de ganancias incrementales, que no suele ser gratificante inmediatamente. La terapia tiene absolutamente su lugar en la recuperación pero el papel y la eficacia de todos nuestros apoyos y herramientas (terapeutas, programas, grupos, filosofías) deben estar en un estado constante de evaluación y revisión.  Al final, no se trata ni del profesional ni de la terapia. La recuperación se trata de lo que sucede cuando todo eso no está ahí, con la influencia del resto de factores sociales que complejizan el proceso.

Se necesitan profesionales dispuestos a abandonar ese rol de expertos y que se dediquen realmente a profundizar en la construcción de  relaciones terapéuticas horizontales, a crear ambientes que faciliten el cambio y que reconozcan a los consultantes como sujetos dignos y fortalecidos en sí mismos, resilientes. Terapeutas que crean firmemente en que existe un futuro en donde el paciente se haya recuperado, terapeutas que no pierden la esperanza en ellos.

“La terapia es un encuentro genuino con el otro… Aunque hay muchas frases para la relación terapéutica (paciente/terapeuta, cliente/consejero, analizando/analista, cliente/facilitador, y la última, y, con mucho, la más repulsiva, usuario/proveedor), ninguna de estas frases expresa con precisión mi sentido de la relación terapéutica. En cambio, prefiero pensar en mis pacientes y en mí mismo como compañeros de viaje, un término que elimina las distinciones entre “ellos” (los afligidos) y “nosotros” (los sanadores)”. (Irvin D. Yalom, 2001)

Por último, ya que hablamos de terapia debemos entender que no es el único espacio terapéutico existente. No caigamos en el error de idealizarlo y mucho menos a los psicólogos, ya que la salud mental no se reduce a la presencia de estos. Mucho antes del desarrollo de las profesiones formales de la psicología y la psicoterapia, las comunidades bien organizadas sanaban relacionalmente, a través de sus propias formas de contener la expresión emocional, los rituales, los cambios, y otras formas de lidiar con las adversidades.

Desde siempre el ser humano ha sabido responder a su necesidad de desenredar sus sentimientos y de otorgar significado a sus experiencias. Por ejemplo, desde siempre el arte, en todas sus formas, ayudó a muchos grupos e individuos a transitar períodos sumamente difíciles a lo largo de la vida. La lectura, la espiritualidad, la música, las disciplinas o deportes también. Las relaciones sociales y redes de apoyo son también espacios donde uno sana.

Mientras que es importante animar a las personas que queremos a recibir ayuda, no debemos perder nunca de vista sus contextos ni las deficiencias del sistema que debe cuidarnos. Repensar nuestra idea de la terapia como un espacio privilegiado nos permitirá abrir campo a acciones fuera del consultorio, aquellas que exigen una innovación e integración en el enfoque del sistema educativo y de salud. También nos permitirá dirigirnos al activismo que señala y lucha por modificar los factores contextuales y estructurales de desigualdad y violencia, que exige que el sistema cambie para que deje de llevar al colapso a las personas. En definitiva, repensar la salud mental nos permitirá luchar para que este mundo sea uno donde todos nos queramos quedar.

Referencias:

  • ACE Study – Kaiser Permanente (1995-1997)
  • Adverse Childhood Experiences – Centers for Disease Control and Prevention (CDC) (2023)
  • Estudio Epidemiológico de Salud Mental en Niños y Adolescentes en Lima Metropolitana y Callao 2007 – Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado – Hideyo Noguchi” (INSM) (2012)
  • Lineamientos de Política Sectorial en Salud Mental Perú – Ministerio de Salud (MINSA) (2018)
  • Nothing you don’t already know: Remarkable reminders about meaning, purpose, and self-realization – Alexander Den Heijer (2018)
  • Plan Nacional de Fortalecimiento de Servicios de Salud Mental Comunitaria 2017 – 2021 – Ministerio de Salud (MINSA) (2018)
  • The Gift of Therapy: An Open Letter to a New Generation of Therapists and Their Patients – Irvin D. Yalom (2001)

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