“Debilidad”, “cobardía”, “demasiado sensible”, juicios que causaron años de supresión emocional, generación tras generación. ¿Por qué es verdaderamente necesario aprender a sentir hoy?

Por Ana Paula Chávez

Durante los años que llevo estudiando la salud mental y el mundo de las emociones, he descubierto cosas que pienso son absolutamente cruciales de entender para nuestro desarrollo y bienestar. Es sorprendente cómo algo que impacta tanto nuestra cotidianeidad no tiene espacio en nuestra crianza y nuestras conversaciones. Me cuesta entender por qué es que nos enseñan lenguaje, matemática e historia, pero nada acerca de cómo expresar lo que sentimos y por qué sentimos en primer lugar.

Mis emociones me acompañan cada día de mi vida y hubo un tiempo en el que no las entendía, renegaba de ellas y, honestamente, sentía que me estorbaban. Pasé mucho tiempo intentando eliminarlas, haciendo de todo para “dejar de sentirme mal”. Hoy te comparto los 3 aprendizajes sobre las emociones que cambiaron mi visión para siempre.

1. Son nuestro vehículo para la supervivencia

Quizás lo más importante de saber es que las emociones simplemente son. Nos guste o no, no podemos prevenir ni controlar lo que sentimos. Y para esto hay una razón muy válida: la presencia de las emociones asegura nuestra supervivencia como especie. Lo que sí está en nuestras manos, gracias también a nuestro cerebro evolucionado, es elegir cómo responder a las emociones que nos visitan.

Una divertida forma de introducirnos al maravilloso mundo de las emociones es viendo la película “Intensamente”, una narrativa fascinante y amena del crecimiento y la maduración emocional. Si la has visto, recordarás las emociones centrales: alegría, tristeza, asco, enojo y miedo. Estas, se podría decir, forman parte de nuestro software, de nuestra programación.

Más del 70% de la comunicación emocional es no verbal. Estamos programados para reaccionar profundamente a los tonos de voz, posturas corporales y expresiones faciales de los demás. Esto es aprendido en nuestro primer vínculo con nuestro cuidador, es así como aseguramos nuestra supervivencia gracias a esa primera conexión emocional (más conocida como apego) que nos acompaña por el resto de la vida. Por ejemplo, independientemente de las palabras que diga tu pareja, si se ve enojada y tiene un tono de voz áspero o crítico, tendrás una reacción emocional.

Si bien residen en nuestra cabeza, específicamente desencadenadas desde el sistema límbico del cerebro, el impacto de las emociones se siente en todo el cuerpo. Cada emoción tiene un programa específico para la acción que provoca ciertas sensaciones e impulsos. Esto con el fin de sobrevivir, por ejemplo, el miedo hace que el cuerpo quiera escapar o correr, la ira que el cuerpo quiera luchar. A cada emoción también le corresponde una necesidad. El miedo necesita seguridad, la vergüenza necesita aceptación y confirmación, la ira necesita límites y la tristeza necesita consuelo. Las emociones, entonces, como respuestas biológicas breves a estímulos internos y externos, no son “positivas” ni “negativas”, simplemente son.

2. Sí, hay que ser emocionales

La capacidad de sentir emociones centrales en el cuerpo tiene repercusiones importantes para la salud, el alivio del malestar, la sanación y la transformación. Y esto es algo que podemos aprender con esfuerzo y práctica.

Sin embargo, durante años se enseñó a las personas que siempre deben mostrar una suerte de “estabilidad” y “fortaleza” o que es posible ejercer total control de la mente y las emociones, y esto tuvo graves consecuencias para nuestra salud mental. No nos enseñan formas saludables de honrar lo que sentimos y apostamos por alejarlas cuando surgen. Cualquier defensa que tengamos a la mano, la usamos con tal de no sentir nada desagradable. Por eso cuando algo realmente nos afecta, explotamos.

Distraernos y evitar son defensas valiosas en nuestros intentos de no sufrir. De hecho, la distracción importa: quizás no puedo quebrarme en llanto en un espacio de trabajo u oficina, pero sí debo atender mi emoción al salir, preferiblemente en compañía de una persona segura. Es igual de importante entrenar nuestra habilidad de ser vulnerables pues la vulnerabilidad es el vehículo de la conexión en el mundo, el pegamento de nuestra empatía, pertenencia y compasión.

Ahora, enterrar una vida de emociones en el cuerpo y que distraernos sea nuestra única forma de vivir sí tiene un precio: el de la desconexión. Quienes lo pagan dicen sentirse “nulas”, emocionalmente aplanadas. Y es que las emociones no se suprimen selectivamente, si suprimimos algo como la tristeza, estamos suprimiendo la alegría y el placer (dado que comparten circuitos neuronales). Todo lo que “se sumerge” luego sale a flote con más fuerza, en forma de problemas psicosomáticos como la migraña y otros dolores crónicos.

3. Debemos construir una relación con nuestro mundo emocional

Procesar las emociones centrales en lugar de bloquearlas es importante. La cantidad de energía destinada a suprimir nos deja muy poca para realmente vivir. Construir una relación con nuestras emociones podría ser por sí solo el trabajo más importante que como humanos tenemos que hacer. Emprender el viaje de comprender cómo sentimos y por qué sentimos implica darnos permiso para sentir. Aprender a expresarnos: el cómo, dónde, cuándo, con quién. Todas estas cosas son importantes de explorar desde una temprana edad. Estaríamos mucho mejor equipados para lidiar con el demandante mundo en el que vivimos.

En estos tiempos de búsqueda de gratificación inmediata, pensar en sentarnos con una emoción dolorosa suena a un imposible. Además, es difícil encontrar espacios que nos permitan simplemente ser, estar y sentir. Por eso, quiero dejarte esta metáfora para reflexionar:

Podemos tenerle miedo a una gran ola, pero mientras más nos alejamos, más grande se vuelve. Cuando pares de correr de ella, caerá muy fuerte. En cambio, si no sucumbes a la ola ni a las que vienen después y simplemente te paras a observar, tal vez sientas incomodidad al inicio, pero conforme pasan, la sensación y el impacto será menor. Lo mismo sucede con nuestras emociones: dejar de intentar “controlar” lo que sientes a través de la evitación y detenerte a observar, permitirá que las emociones sigan su curso natural en lugar de engancharte al dolor. Aprender a surfear las olas de las emociones es una habilidad para toda la vida.

A veces pienso cómo sería un mundo donde creciéramos entendiendo nuestras emociones: seríamos más honestos con lo que nos ocurre, con cómo nuestras vivencias nos impactan. No tendríamos vergüenza en decir a otros “esto me dolió”, “tengo ganas de llorar”, “por favor, dame un abrazo”, “necesito ayuda”. En un mundo que nos culpa por el simple hecho de ser humanos, sentir es revolucionario.

La vulnerabilidad suena a verdad y se siente como valor. La verdad y el valor no siempre son cómodas, pero nunca son débiles. (Brené Brown, 2012)

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