Bicicleta Schwinn, chaqueta azul, cámara y extraña sonrisa, Bill Cunningham se paseaba por Nueva York retratando tendencias y excentricidades andantes. La obsesión por el street-style nació en las páginas de estilo del New York Times, su sección y reino por treinta y ocho años. Tras su reciente fallecimiento, hacemos un recorrido por su carrera y sus espectaculares páginas.
¿El primer paparazzo de moda? Tal vez, pero sin ninguna intención. Su historia tiene muchos inicios. De niño sentía culpa por pasarse la misa mirando los sombreros de las mujeres en lugar de concentrado en Dios. Como parte del ejército de Estados Unidos, pasó una temporada en Francia donde se enamoró de la moda. De regreso a Nueva York inicio una prometedora carrera como sombrero profesional. También trabajó como costurero en Chez Ninon, expertos distribuidores de alta costura. Curiosamente, fue Cunningham quien tiñó de negro un traje Balenciaga rojo, para que Jacqueline Kennedy lo usara en el funeral de su marido.
Factor Garbo
Era 1978 y Greta Garbo se había alejado de cine eligiendo una vida semi ermitaña. Fue en esa época que Cunningham empezó a recorrer Nueva York fotografiando todo look, detalle o accesorio que llamara su atención. «Había estado fotografiando a una mujer en la calle. Tenía un abrigo de nutria, y pensé: ‘Mira el corte del hombro. Es hermoso’, era un saco simple. Lo miras y te preguntas si estoy loco, porque no es nada especial», contó el fotógrafo sobre la toma. Luego se dio cuenta de que la gente volteaba a mirar a Garbo y finalmente se percató de la mujer dueña del saco. El resultado fue el New York Times publicando una de las raras imágenes que existen de la reclusa leyenda de Hollywood, y ofreciéndole a Cunningham trabajo en sus secciones de estilo.
Pionero y fantasía
Cunningham inventó cada semana una tendencia nueva para el Times. Su mirada capturaba la más pura originalidad, mientras que mente hilaba historias que explicaran la fantasía ante sus ojos. Tuvo páginas sobre capas, calzado masculino sin medias, infinidad de sombreros, chalecos, colores, broches. Oscar de la Renta trató de explicarlo al definir su trabajo como «el alcance total de la moda en la vida de Nueva York». Cunningham fue un documentalista único, pero también un artífice de escenas que cruzaban la línea la ficción. Isabella Blow lo recordaba como alguien que «te hacía correr». Un día, frente a Louvre, la hizo pararse sobre una rejilla en la calle. «Estaba usando un vestido de chiffon y se veía hasta mi ropa interior. Hace poco caminaba por la calle y tan solo me jaló y me indicó dónde pararme. Pero nada importa porque reconoces su voz», declaró en algún momento la icónica editora.
«Si no tomas su dinero, no te pueden decir qué hacer», bromeaba Cunningham sobre su trabajo. La magia estaba en su renuencia a reconocer fama o dinero, ajeno o propio. El hombre solo veía ropa, y se movía en un lenguaje de fantasía en tela. Fotografiaba lo que quería. Magnates se peleaban por tenerlo en sus eventos y tuvo siempre asientos de primera fila en los desfiles. Anna Wintour declaró que si se vestía para alguien, era para él. Sin embargo, a la narración de la semana solo llegaban aquellos que habían logrado capturar su curiosidad y nadie más.
Leyenda en documental
Cunningham fue nombrado «hito vivo» por la Conservación de lugares emblemáticos New York en el 2009 y recibió la medalla de excelencia Carnegie Hall en el 2012. Además, fue el protagonista del aclamado documental de Richard Press, “Bill Cunningham New York». Este fue el primer y último gran vistazo que tanto público y algunos de sus colegas más cercanos tuvieron a su vida privada. Hombre reservado, disfrutó el anonimato como pocos. Escondido detrás de una cámara, deslumbro sin humo ni espejos. Solo con imágenes.
Por Alejandra Nieto