La historia dirá que el siglo XX peruano vio nacer a un puñado de mujeres que se convirtieron en sus ciudadanas más admirables. Mujeres que encarnaron un cambio de época; que se encargaron de proteger las tradiciones sin dejar de mirar hacia el futuro, de promover el arte en todas sus formas y de alentar a creadores. Que además encendieron con su chispa la escena social local.
Se trató de un grupo de mujeres adelantadas a sus años, cultas, independientes y resueltas, cuya vigorosa presencia resulta aún más significativa en la actualidad. Una de ellas –y quizás de las más recordadas– fue sin duda Mocha Graña. La lista de actividades en las que intervino y la cantidad de honores que se le atribuyen son larguísimas. Una de ellas es ser considerada la primera diseñadora de modas del país; otra es que, al día de hoy, su huella puede rastrearse en los álbumes familiares más queridos de muchas casas peruanas. Y es que, durante décadas, Mocha vistió a las novias más elegantes de Lima.
«Mocha es sinónimo de buen gusto y sofisticación. Es ícono de la haute couture en el Perú».
Noe Bernacelli
“La moda no es más que buen gusto y un poco de audacia”, dijo Rosa Angélica ‘Mocha’ Graña Garland, en una de sus últimas entrevistas. La innovación fue su marca. Las novias que se ponían en sus manos sabían que muy probablemente Mocha haría lo que quisiese, pues ella tenía que sentirse inspirada y motivada por la historia de los novios, por la familia (conocía a medio mundo), y no por seguir tendencias.
Así, la mayoría de novias se entregaba con la certeza de que el resultado sería insuperable. “Era muy importante que el vestido te lo hubiera hecho Mocha, ella era la top de Lima”, asegura María Esther Sparks. En agosto de 1954, en la iglesia Santa María Reina, ella se casó con Dante Brambilla Picasso y llevaba un vestido firmado por Mocha Graña. “Nada de revistas, me advirtió Mocha, y yo no tenía idea de lo que quería. No importa, yo te lo hago, dijo ella, así que lo dejé en sus manos”, cuenta María Esther sobre la primera vez que visitó a la diseñadora en su taller del Centro de Lima, frente al cine San Martín. Dueña de una hermosa figura y de una cintura que Mocha elogiaba en cada prueba, Sparks se casó con un vestido de raso muy sencillo, cuyos grandes protagonistas fueron la cola de tres metros y las aplicaciones en hilos de plata que subían por el cuello. “Esos mismos adornos los usé para el tocado de mi matrimonio”, cuenta Úrsula Diez Canseco, nieta de María Esther. Ella se casó sesenta años después que su abuela, en enero de 2014, con Marcelo Ramos Rizo Patrón en la iglesia Virgen del Pilar. No solo usó los hilos de plata elegidos por Mocha en su tocado, sino que también los replicó en la torta de bodas, como un homenaje a su historia familiar. Fue una decisión que hizo aún más emocionante esa noche para Úrsula. Prueba, además, que la visión de Mocha se adelantaba a su tiempo.
Rosa de Lima
Mocha Graña comenzó a coser de manera autodidacta. En una época en donde la oferta de moda era mínima, las damas de sociedad empezaron a llegar a su taller en el Centro de Lima, atraídas por su talento, mirada cosmopolita, innata elegancia y, seguramente, también por su carisma. Después de un tiempo se mudó a Miraflores y abrió una tienda llamada Rose Bercis, en donde llegó a tener un equipo de treinta costureras con el que organizaba desfiles en el Hotel Bolívar.
Mocha fue amiga de personalidades como Chabuca Granda, Carola Aubry y Serafina Quinteras. Fue fundadora de la Asociación de Artistas Aficionados, impulsora del Festival de Ancón, asesora del Museo de la Nación e integrante del Comité Salvemos Lima. Gente del mundo cultural como Javier Luna, arquitecto y coleccionista, ha dado fe de “su fuerza para conseguir cosas, para armar eventos”. Poco antes de cumplir los noventa años, Mocha Graña fue condecorada por el entonces canciller Fernando de Trazegnies con la Orden al Mérito por Servicios Distinguidos. Durante la ceremonia, De Trazegnies se refirió a “la Mocha de todos los peruanos comprometidos con la cultura”. Tremendo honor, pues, haber llevado uno de sus vestidos.
“Mocha no solo vestía a la novia, vestía también a la familia. Se volvía parte indispensable de la boda”.
Lucha Parodi
La familia de Marisol Ayulo era muy amiga de Mocha, y la diseñadora siempre había querido vestirla de novia. Cuando llegó el momento, en 1982, “ni siquiera tuve una opinión: llegué con recortes y con ideas de todo lo que quería, y ella hizo lo que quizo”, recuerda con risa y cariño Marisol. Confiesa, además, que ella, a pesar de tener veinticuatro años en ese momento, tenía gustos mucho más conservadores que la osada Mocha. Su vestido llevó una falda ancha, hombros protagónicos (muy de la época) y mangas grandes, que la novia no había visto antes; tenía, también, una doble tela. Marisol recuerda cuando llegaba a la casa de Mocha en la avenida Salaverry: el mayordomo Manuel le abría la puerta y le ofrecía té y galletas. “¡No! ¡Galletas para la novia no!”, se aparecía gritando Mocha, en son de broma. “Ella era muy directa, franca y muy agradable”, cuenta Marisol. “Tenía mil cosas escondidas en sus cajones. Sacaba de ellos una tela, un gancho, un adorno, de todo. Yo no puedo visualizar algo que no existe, pero ella, usando apenas un trapo o un cojín, podía explicarme lo que quería hacer. Ir a su casa no solo era probarse el vestido, eran cuatro horas de tertulia”, recuerda.
Una gran amistad unía también a la familia de Cecilia Bancalari con Mocha. Su madre, Graciela Benavides, o Lita, cenaba todos los miércoles con ella e iba a su casa los domingos a tomar el té. Naturalmente, cuando Cecilia se comprometió, no había otra persona que pudiese diseñar su vestido. “Yo tenía una idea muy básica en la cabeza y ella le dio una vuelta”, explica Cecilia, quien se casó en 1987. Su vestido tenía la parte superior en encaje, con mangas globo, y la falda de seda en A. “Eres la novia, necesitas realzarte”, le aconsejaba Mocha, quien la convenció de agregar una cola larga recogida. “La recuerdo llena de vida y de anécdotas. Superpendiente y delicada, además”, dice Cecilia. Tan delicada que tuvo el gesto de brindarle su casa para la recepción (que alquilaba solo a personas muy allegadas), e incluso le cedió su propio dormitorio a la novia, para que se cambie. Cecilia bailó el vals en el patio sevillano de la casa de Mocha, la torta se puso en el comedor y Lucha Parodi se encargó de vestir el jardín con las mesas. A Cecilia le queda un recuerdo lindísimo. “Era un placer ir a hacer las pruebas”, asegura. “Mocha te emocionaba, te decía que estarías radiante”. Y así era.
Quizás por ser autodidacta su aproximación a la confección era perceptiva: Mocha no hacía patrones sino que cortaba la tela como quería y le daba forma en el cuerpo (moulage). Toda una vida de trabajo le había permitido ser terca, y en su casa subía y bajaba las escaleras, siempre haciendo algo, nunca tranquila. Se recuerda que la celebración por sus noventa años (justo cuando fue condecorada por el gobierno) la encontró preparando un desfile de moda que se llamaría “Cien años del vestido en el Perú”. Así como podía trabajar con las telas más exquisitas que sus clientas le trajeran, Mocha era caserita de Gamarra.
Marisa Cavero ya tenía su modelo pre-diseñado y su inspiración era un vestido de época. Mocha, además de ser conocida por sus vestidos de novia, lo era por ser vestuarista (amaba el teatro y la danza). Marisa se casó en 1990: ya en ese entonces, Mocha no cosía, pero seguía diseñando cada traje. “Me entendió perfecto lo que quería”, asegura Marisa. “Yo quería una cola, quería un bulto levantado en la parte posterior y la cintura muy marcada, realmente un vestido de época”, continúa. “A Mocha le gustó mi modelo y me sugirió muchas cosas prácticas, como que la cola pudiese sacarse, pensando ya en el momento de la fiesta”. Marisa se casó con David Castrat el 15 de setiembre de 1990, en la iglesia San Francisco de Asís de Barranco, con su hermoso vestido de raso y una mantilla de encaje. “Ella era muy divertida. No era como ir a una costurera cualquiera, que se pone los alfileres en la boca: Mocha hablaba todo el rato, te preguntaba cómo estabas y por tus planes para la fiesta. A mí me contó sobre las obras de teatro en las que participó. Cada prueba era entretenida”, recuerda Marisa.
Aunque Mocha murió en 2003 a los 94 años, Lima la recuerda como una de sus protectoras más entusiastas. Reconocer su legado en el mundo cultural es ineludible. Y su arte está presente en cada una de sus novias.
“Rosa Graña Garland, ‘Mocha’, fue una persona excepcional. Con una profunda vocación artística, entregó su vida tanto a la expresión del arte en varias formas como a la promoción del arte en el Perú. Fue fundadora de la Asociación de Artistas Aficionados, buscando siempre dar a conocer la belleza artística e invitando a las nuevas generaciones a seguirla. Ahí, como ella misma ha contado, hacía “teatro, ballet, baile clásico, pintura, de todo”.
«Me fue muy grato reconocer en nombre del Perú todas sus virtudes y es así que, siendo ministro de Relaciones Exteriores, tuve el honor y el placer de otorgarle la condecoración de la Orden al Mérito por Servicios Distinguidos. Como ella declaró más tarde, hablé de Mocha y de su labor cultural ‘con alma, corazón y vida’. Y sigo diciendo: ‘¡Gracias, Mocha, en nombre de todos los peruanos!’”
Fernando de Trazegnies
Por Rebeca Vaisman
Fotografía: archivo fotográfico de Marisa Cavero, Susana Noriega, Cecilia Bancalari, Úrsula Diez Canseco y Marisol Ayulo
Publicado en COSAS Novias edición 16.