Conversamos con el actor londinense de sesenta años, que se llevó todos los premios gracias a su trabajo en Darkest Hour, donde, bajo la dirección de Joe Wright, interpretó al líder del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial: Sir Winston Churchill. ¿Cómo se sintió el actor después de asumir el reto más trascendental de su carrera?
Por Yenny Nun
Antes de la premiación del Oscar, una apuesta era segura: Gary Oldman sería el ganador en la categoría de Mejor Actor gracias a su magnífica interpretación de Sir Winston Churchill en Darkest Hour. Su contrincante más cercano era el joven actor Timothée Chalamet por Call Me By Your Name, pero finalmente los vaticinios fueron acertados. Era su segunda nominación a la máxima estatuilla después de haberse hecho merecedor a ella gracias a Tinker Taylor Soldier Spy, en 2012.
Desde el comienzo de su carrera, Gary Oldman desplegó una intensidad peligrosa en sus interpretaciones de personajes ambiguos y obsesivos en películas como Sid & Nancy (1986), o interpretando a Lee Harvey Oswald en JFK, dirigida por Oliver Stone en 1991. También hizo un trabajo inolvidable en Bram Stoker’s Drácula, y asustó encarnando a un narcotraficante en True Romance. Como un verdadero camaleón, se convirtió en Ludwig Van Beethoven en Inmortal Beloved y en un terrorista en Air Force One. Y, por supuesto, está su muy aplaudido personaje de Sirius Black en la saga de Harry Potter.
Hijo de un soldador y un ama de casa, Oldman nació el 21 de marzo de 1958 en el barrio de New Cross, en Londres. Sin éxitos académicos en el colegio, finalmente abandonó sus estudios a los dieciséis años y comenzó a trabajar como vendedor en una tienda. Tiempo después descubrió al grupo Young People’s Theater, en Greenwich, donde comenzó su pasión por la actuación. Luego ganó una beca para estudiar en el Rose Bruford College of Speech and Drama, en Kent, de donde se graduó en 1979. Desde entonces nunca ha dejado de trabajar en cine, teatro o televisión, llevando adelante una de las carreras más consistentes de la industria.
Su vida sentimental ha sido activa. Su primera mujer fue Lesley Manville, con la que tuvo un hijo. Luego vinieron Uma Thurman; Donya Fiorentino, con la que tuvo dos hijos más; Alexandra Edenborough y finalmente Gisele Schmidt, con la que se casó en agosto de 2017. Otra de sus parejas importantes fue Isabella Rossellini.
El actor ha confesado que una de las cosas más difíciles que ha enfrentado en su vida es el alcoholismo, una enfermedad que también sufría su padre. En 1991 fue arrestado junto a su amigo Kiefer Sutherland por conducir en estado de ebriedad, lo que lo llevó a internarse en un centro de rehabilitación. “Dejar de beber ha sido uno de los cambios más trascendentales de mi vida”, ha señalado.
Conversamos con él a propósito de su rol en Darkest Hour, donde fue dirigido por Joe Wright y compartió elenco con Kristin Scott Thomas, quien interpretó a la mujer de Churchill. En la cinta, Oldman se somete a una transformación asombrosa como el legendario primer ministro inglés que enfrenta las horas más difíciles de su vida, a punto de perder a miles de soldados en la batalla de Dunkerque frente al ataque de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué fue lo que más te impresionó de Churchill?
Que fue un ser humano incomparable, muy parecido a Lincoln. No sabemos qué tipo de presidente hubiera sido Lincoln en tiempos de paz, pero fue extraordinario en tiempos de guerra. Churchill escribió cincuenta libros, más palabras que todas las obras de Shakespeare combinadas, y además ganó el Premio Nobel de Literatura. Pintó 544 cuadros y montó dieciséis exhibiciones en la Royal Gallery. Estuvo más de cincuenta años involucrado en política, fue reconocido en cuatro guerras, y la lista de sus logros sigue y sigue. Era conservador, pero también liberal. Muchos de los programas sociales que existen hoy en el Reino Unido fueron iniciados por él.
¿Cómo te preparaste para este rol tan desafiante?
Con todo lo que puedas imaginarte. El material era voluminoso; necesitas toda una vida para leer sus biografías y su trabajo. En un comienzo, cuando me pidieron que lo interpretara, dije que no porque pensé que no podía aportar nada nuevo. No solo me pedían que caminara en los zapatos de un ícono, el inglés más grande que haya vivido, sino también en los zapatos de Albert Finney, Robert Hardy, John Lithgow, y todos los otros grandes actores que lo han interpretado. Cuando cerraba los ojos e imaginaba a Churchill, no estaba seguro si, acaso, esa imagen estaba contaminada por las interpretaciones que se han hecho de él.
¿Qué hiciste entonces?
Dejé todo de lado, me concentré en el material escrito, y en particular en los viejos noticieros donde aparecía Churchill. Él fue siempre representado como un viejo camaleón, un anciano de mal genio, fumando un puro y tomando whisky, pero en esos noticieros aparece como un hombre dinámico, que amaba la vida y disfrutaba la posición de responsabilidad que tenía, marchando delante de todos los demás.
¿Y físicamente?
Parecía un bebé, tenía la cara redonda de un querubín, brillo en sus ojos y una sonrisa en sus labios, lo que me sorprendió. La película está ambientada en una época en la que él ya tiene sesenta y cinco años, cuando ya había llevado una vida extraordinaria con éxitos y fracasos. Pero su dinamismo seguía ahí. Yo traté de absorberlo como una esponja, estudiando cómo usaba sus manos, sus gestos, la manera como se comportaba en una conferencia o reunión. Todas esas piezas pasaron a ser parte de mí. Es como colocarse un par de zapatos nuevos; al comienzo se sienten algo incómodos, pero luego son parte de ti.
A través de tu interpretación, da la impresión de que era un hombre muy emocional…
Lo era. Churchill salía a visitar las zonas de Londres bombardeadas, se mezclaba con la gente y muchas veces lloraba. Lloraba incluso cuando veía a un gato o un perrito sufrir. Hay una anécdota que describe muy bien la romántica relación que tenía con su mujer.Una noche en una comida le preguntaron quién sería si no fuera él, y él respondió: “Sería el segundo marido de la señora Churchill”. Creo que es una frase muy sentimental.
Churchill fue querido y odiado. ¿Cuál crees que es la idea más equivocada respecto a él?
Churchill advirtió a los ingleses sobre la amenaza nazi. Después de la Primera Guerra Mundial, nadie pensó que habría otra guerra, era inconcebible. Aparte del costo en vidas, el costo financiero de la guerra había sido enorme e inmediatamente después vino la Gran Depresión. Todos estaban cansados de la guerra y sus efectos. Churchill escribió muchísimo en esa época, y uno de sus viajes fue a Alemania, donde vio lo que estaba sucediendo con la ascensión de Hitler al poder.
A su regreso a Inglaterra, anunció en el Parlamento: “Hitler está matando a los judíos y luego vendrá acá y los matará a ustedes”. En medio de un movimiento pacifista en el Reino Unido, él llamó a armarse. Su posición contra Hitler era inmensamente poco popular. La aristocracia favorecía al fascismo por sobre el comunismo, porque creían que los comunistas les quitarían sus tierras y su dinero. En esa época, había mucha gente que ingenuamente apoyaba a Hitler.
¿Cómo te sentiste después de interpretarlo?
En mi trabajo, casi siempre vengo de un lugar de inseguridad. Si me llega un rol valioso como este, mi primera reacción es preguntarme por qué yo. Si fuera director, no me contrataría a mí mismo. Para ser honesto, siento un poco de autodesprecio, soy inseguro, y por eso temí seguir los pasos de otros actores que interpretaron a este ícono. Mi amigo Douglas (Urbanski), uno de los productores de la película, y mi mujer Gisele me convencieron de que esta era una oportunidad única, y eso me llevó a dejar de lado mis inseguridades. Para un actor, interpretar a Churchill es como interpretar a Falstaff o al Rey Lear; es llegar a la cumbre del Everest.
¿Eras inseguro también de niño?
Era muy callado y solitario, uno de esos niños que si los dejas en una habitación con lápices y papeles pueden quedarse ahí durante nueve horas seguidas. Siempre estaba dibujando autos de carrera, cohetes, naves espaciales, aviones, cualquier objeto rápido que me llevara lejos. Y, sin embargo, aquí sigo.