Un nuevo libro ha despertado una inmensa controversia en Washington: James Comey, el larguirucho exdirector del FBI que fuera amargamente despedido por Donald Trump el año pasado, ha decidido contarlo todo en “A Higher Loyalty”.

Por Manuel Santelices 

La situación debe haber sido incómoda, por decir lo menos. Ahí estaba James Comey, por entonces director del FBI, reunido con el recién electo presidente Donald Trump en los dorados salones de la Trump Tower, explicándole, dos semanas antes de que ocupara el Salón Oval de la Casa Blanca, que circulaba por los pasillos de Washington un dossier con información supuestamente perniciosa para el magnate.

El dossier había sido preparado por un exespía británico, Christopher Steele, y entre otras cosas aseguraba que en 2013 Trump fue filmado por servicios de inteligencia rusa en una habitación de hotel mientras mantenía relaciones con prostitutas que, en un curioso acto, habían orinado sobre él.

“¿Parezco el tipo de hombre que necesita prostitutas?”, le contestó Trump, asegurando que no había ni una gota de verdad en el rumor, algo que reafirmó en una entrevista con The New York Times. “Cuando me lo mencionó, le dije que esto realmente era basura inventada. No pensé mucho más al respecto. Me pareció una tontería”, señaló el presidente, quien, dicho sea de paso, tiene una conocida fobia por los gérmenes.

El episodio está incluido en el nuevo libro de Comey, A Higher Loyalty, que ha creado enorme interés y controversia en Estados Unidos y ha puesto al exfuncionario del FBI no solo bajo la luz del protagonismo noticioso, sino también a un costado del ring político, enfrentando a Trump como su enemigo número uno en estos días.

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En entrevistas de promoción, Comey admitió que durante aquella conversación con el presidente electo no le había dicho que el dossier en cuestión había sido financiado por sus adversarios políticos, primero por aquellos republicanos que declaraban “Never Trump”, y luego por la campaña de Hillary Clinton y miembros del Partido Demócrata.

A pesar de no contener mayores evidencias sobre ninguna de sus aseveraciones, el documento formó parte de la investigación que Comey inició sobre la intervención rusa en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, un complicado enjambre de influencias e intrigas que se ha convertido en uno de los mayores dolores de cabeza para la Casa Blanca.

El 9 de mayo del año pasado, contrariando el consejo de muchos de sus asesores, Trump despidió súbitamente a Comey, lo que desató un efecto dominó que llevó, poco después, al nombramiento de Robert Mueller como consejero especial investigador sobre supuestos contactos entre Rusia y la campaña presidencial de Trump.

Esa investigación continúa, y ha llevado a la destitución del primer consejero de Trump en asuntos de seguridad nacional, Michael Flynn; a cargos de fraude contra dos de sus principales asesores durante la campaña, Paul Manafort y Rick Gates; y, hace pocos días, a una redada y confiscación de documentos en la casa y la oficina del abogado personal del presidente, Michael Cohen. Trump ha llamado a la investigación “una caza de brujas”, y ha insinuado en más de una ocasión que podría despedir a Mueller, una movida que, según muchos a ambos lados del espectro político, podría desatar una crisis constitucional en el país.

Ataques personales

El presidente detesta al exdirector del FBI, y el sentimiento parece ser mutuo. Después de mantener durante años su reputación de profesionalismo e independencia, y de haber ganado fama por investigaciones contra la familia Gambino y la mafia, por ejemplo, Comey ha decidido sacarse los guantes y lanzar abiertas bofetadas contra Trump. Las razones no están claras.

Sus defensores dicen que se trata de una honesta preocupación por la dirección en que va el país, y el peligro que, según él, representa el presidente para el establecimiento de la justicia. Sus adversarios, en cambio, lo acusan de vengativo y egocéntrico, un empleado federal profundamente molesto por la insultante falta de ceremonia con que fue despedido. Como sea, la batalla está declarada.

Pocas horas antes de que Comey brindara su primera entrevista en televisión previa a la aparición del libro, Trump lanzó una serie de tuits llamándolo mentiroso, deshonesto y débil, “una bola pegajosa que fue, como el tiempo ha probado, un terrible director para el FBI”.

Comey no se demoró en contestar, y lo hizo en las pantallas de ABC con la más calmada de las voces –este no es un hombre que hable en mayúsculas–, refiriéndose a la apariencia del presidente, hablando de cómo su piel es naranja y tiene ojeras blancas –“de los anteojos que usa durante sus sesiones de bronceado, supongo”–, para seguir con el tamaño de sus manos (pequeñas), el largo de su corbata (eterna) y lo raro que es su peinado. Durante la entrevista también agregó que “jamás pensé que diría esto sobre un presidente de Estados Unidos, pero no sé si el presidente se reunió o no con prostitutas rusas que orinaron sobre él. Es posible”. Finalmente, en la frase más comentada de la entrevista, declaró a Trump “moralmente impropio para ocupar la presidencia”.

En su libro, el exfuncionario compara a la actual Casa Blanca con las operaciones de la mafia. “El círculo silencioso de asentimiento. El jefe en completo control. Los juramentos de lealtad. Una visión del mundo de ‘ellos contra nosotros’. El mentir sobre todas las cosas, grandes o pequeñas, al servicio de un código de lealtad que pone a la organización por sobre la moral y la verdad”, escribe, diciendo luego que una de sus primeras visitas a la Trump Tower le recordó sitios como The Ravenite, The Palma Boys o el Café Giardino, donde se reunía la mafia en los años ochenta y noventa.

Si su intención con A Higher Loyalty era confirmar la fuerza de su carácter, la independencia de sus ideas y la moral de sus convicciones, Comey seguramente enfrentará un fracaso. El libro lo ha puesto en el centro del huracán político en momentos en que el país se encuentra profundamente dividido.

Su mayor problema es que no tiene muchos amigos en Washington. El Partido Republicano, y especialmente la administración Trump, lo detestan, pero lo mismo sucede con muchos demócratas, y particularmente con los partidarios de Hillary Clinton, que no le perdonan que a solo once días de las elecciones haya anunciado públicamente que reabriría el caso sobre el controvertido manejo de los emails de la ex primera dama, lo que, según ha dicho la propia Clinton, podría haberle costado la presidencia.

Así, Comey enfrenta solitario una gran batalla. Ahora solo queda tomar una decisión: creerle o no creerle.