La cineasta, hija del realizador Francisco Lombardi y la poeta Giovanna Pollarolo, dirige su primera obra de teatro, “Una gata sobre el tejado caliente de zinc”, de Tennessee Williams, en el Centro Cultural de la PUCP. La puesta en escena va desde el 10 de mayo al 16 de julio.
Por Dan Lerner / Foto de Víctor Ídrogo
En el año 1955, el escritor estadounidense Tennessee Williams escribió “Una gata sobre el tejado caliente de zinc”, una obra en la que retrataba a una familia de la época que, al juntarse para celebrar el cumpleaños del abuelo, enfrentaba todos sus conflictos. Temas tan actuales como la sexualidad, las relaciones de pareja y la opresión de la sociedad son tratados con maestría por Williams. El texto ha sido adaptado por directores de la talla de Ingmar Bergman y Elia Kazan. Esta vez, es el turno de Joanna Lombardi, que empieza una prometedora carrera como directora de teatro.
¿Por qué elegiste esta obra?
Me llamaron del Centro Cultural de la PUCP para ver si quería dirigir una obra. Me encantó la idea, pero podía ser siempre y cuando yo eligiera la obra. Siendo mi primera puesta en escena, tenía que ser algo con lo que conectara. Si eres director, tanto de cine como de teatro, y no conectas con el texto, debes tener muchísimo oficio para que te salga algo bueno. Entonces me puse a leer un montón de obras. De hecho, yo leo sobre todo novelas, pero me metí en el teatro. Estuvimos a punto de hacer otra obra (“Hedda Gabler”, de Henrik Ibsen), pero yo quería tener el elenco perfecto y para esa no se pudo. Seguí leyendo, hasta que me topé con esta, y me gustaron muchas cosas. Primero, a mí me encanta el tema familiar, que de hecho está presente en “Casadentro” (su ópera prima). En “Una gata sobre el tejado caliente de zinc”, todo ocurre en una tarde, en un cuarto, donde toda una familia pasa un cumpleaños. Vemos cómo se van descubriendo los conflictos de cada integrante de la familia, los rollos que tienen con los demás, todo un entramado fregado, y me llamó la atención que lo que sucedía en este texto, que se escribió en los años cincuenta, podía estar pasando ahora mismo… De hecho, la mirada hacia el tema gay es muy parecida a lo que sucede ahora en Lima y en el Perú; gente que no sale del clóset, que vive una vida normal y no consigue aceptarse ni que la acepten.
¿Cómo crees que el público limeño va a recibir una obra que toca precisamente estos temas que no son muy tratados en público?
Yo creo que sí estamos preparados, porque no es una obra superada, es una obra en donde está el conflicto, y creo que mucha gente que está metida en eso y que no quiere ver lo que realmente la hace feliz va a ver la obra y va a sentirse identificada. Por otro lado, se habla también sobre qué tanto fingimos en la vida, cuánto mentimos para vivir en sociedad. Hay un acto que es una conversación entre padre e hijo, y es un acto maravilloso, una conversación linda, fuerte, y por eso digo que la gente la va a pasar bien en la obra porque te identificas con eso, con todo, con el rollo de familia, de tu relación con tus familiares.
El texto de Tennessee Williams ha sido reinterpretado por Elia Kazan e Ingmar Bergman, entre otros. ¿Cuánto tomas del texto original y cuánto de las muchas adaptaciones que ha tenido?
Creo que una de las cosas más difíciles de esta obra para mí ha sido el texto. Primero empecé con una traducción, digamos, oficial, y luego había cosas que no entendía bien, así que me metí en el texto original. Y entré en trompo porque era otra obra. No solamente había elementos que no estaban en la traducción, sino que estaban también completamente en otro tono. En la versión en español estaban narrados de manera súper solemne, edulcorada. Cambiaba totalmente. En un momento tomé la decisión de volver a traducir todo.
¿Todo?
Con dos traducciones, más el texto original… No sabes lo que ha sido. Lo hice con Diego (Lombardi, su hermano), porque no podía terminar y teníamos que entregar el texto. Diálogo por diálogo. Y cuando llegué al acto tres, leí que Tennessee Williams presentaba ese acto en su versión original, el que hizo él, y también una versión que hizo para la obra que dirigió Elia Kazan en Broadway. Kazan le pidió grandes cambios, como que el abuelo volviera en el acto tres, cosa que no sucede en el texto original. También me demoré un tiempo en elegir la versión, pensando en qué era lo mejor para mí. Al final, he usado el acto tres con dos de las modificaciones de Kazan, he hecho una mezcla según lo que consideré que era mejor para mi obra, para este momento. Hay algunas cosas que he cambiado, pero en realidad es básicamente la obra tal cual.
No ha sido una interpretación totalmente libre, entonces…
No. La idea era seguir el texto original lo más posible, porque, además, al ser mi primera obra, tampoco quería arriesgarme a hacer grandes cambios. No quería edulcorarla, por ejemplo, que es lo que pasó con la película de Richard Brooks, en la que actuaron Elizabeth Taylor y Paul Newman, en donde todo termina bien, final feliz, los gays se “curan”… imagínate. De hecho, por eso Williams se molestó cuando salió la película. Para mí era súper importante ser contundente aquí, porque en cine o teatro siempre estás diciendo algo.
¿Es muy distinto dirigir actores para teatro que para cine?
El otro día conversaba con Frank Pérez Garland y Paul Vega, y Frank y yo le decíamos a Paul que hacer teatro nos parecía sumamente difícil. Paul se reía, porque sabía que al ser mi primera obra era normal que me pareciera más difícil. Yo lo primero que sentí es que el teatro es un gran plano general. Eso es difícil, porque en el cine estás acostumbrado a que la cámara sea un elemento para contar. Acá tienes que lograr que el público vea lo que tú quieres. Tienes un elemento menos.
Lo otro que siento es que el cine es un trabajo de mucha más gente, y en el teatro siento que el director es más responsable de los elementos. Es mi sensación a la primera vez. Me parece superdifícil, y por eso Diego, que ha hecho varias obras, es mi director adjunto, lo cual me da tranquilidad. Los ensayos también son otro mundo, porque tiene que estar todo perfecto. En el cine ensayas y vas puliendo en el rodaje. Acá tienes que armar todo, y de pronto lo ves… Mi papá (Francisco Lombardi) siempre me decía: “El cine es del director y el teatro es de los actores”. El teatro está vivo, cada función es diferente, el proceso siempre continúa.
¿Te ha gustado tu primera experiencia en el teatro?
Sí, claro. Es un proceso que todavía no termino, es largo, y no he visto el producto final. Pero sí me encantaría volver a hacerlo. Y siempre he querido hacer teatro acá, en el Centro Cultural de la PUCP, porque es una sala íntima, y para esta obra, que es en una habitación, eso es ideal.
Siendo hija de uno de los directores de cine más conocidos del país, ¿ha sido difícil para ti salirte un poco del paraguas de tu padre, de su sombra?
Yo creo que siempre voy a ser la hija de Francisco Lombardi, eso es obvio. Pero me da orgullo, me encanta. Yo he aprendido de mi papá un montón, me encanta su cine, y creo que sería tonto querer decir que me molesta eso. Sí siento que nuestro cine es superdiferente, que, por ese lado, la gente del medio y que está metida en esto sabe que no copio a mi papá, que tengo otra mirada. Cuando era chica, sí, quizás sentía la necesidad de alejarme de su imagen, pero a estas alturas ya no. Y de hecho me ayuda, porque tengo alguien de quien aprendo un montón, que me pasa películas, novelas; igual, mi mamá (Giovanna Pollarolo). Tengo en casa a dos capos.
Eres muy crítica con el sistema de distribución de películas en el Perú. ¿Crees que eso va a cambiar pronto, o que está cambiando?
En realidad, es un problema que se da en todo el mundo. En todos los festivales a los que voy, es el mismo tema. Estamos totalmente devorados por Hollywood. No podemos salir de eso, ni competir en los multicines. Hablo del cine de autor. Los dos caminos que se vislumbran son o que todo sea por internet, o que existan circuitos de cine alternativo. Más que el Estado me dé plata para distribuir, yo creo que lo que habría que hacer es crear espacios, como hay en Argentina, en Chile, en Francia o en España. Son espacios reducidos pero que funcionan, y tienen público.