Los viejos apristas solían decir: “En el dolor, hermanos”, cuando uno pasaba a mejor vida. Y en la política, ¿qué pasa con los hermanos? El poder se ha interpuesto en la relación de muchos de ellos. El caso más reciente en el Perú es el de Keiko y Kenji Fujimori, quienes no se hablan desde hace meses. Aquí repasamos su historia, así como las peleas de otros ex líderes de la región con sus hermanos.
Por Débora Dongo-Soria S.
La diosa Amaterasu es la deidad más importante de la mitología japonesa. Según la leyenda, su padre, Izanagi, repartió los poderes del mundo entre sus tres hijos. A Amaterasu le entregó el sol, a su otra hija, Tsukiyomi, le dio la luna, y a su hijo SusanoWoo le otorgó los mares. Este último no quedó contento con el reparto. Estaba celoso de su hermana Amaterasu y decidió enfrentarla. Le propuso un duelo para demostrar cuál de los dos tenía más poder: ganaría quien consiga crear más dioses. Amaterasu quebró la espada de su hermano y con los pedazos creó tres diosas. Furioso, SusanoWoo le arrancó el collar a su hermana y de los trozos creó cinco dioses.
“Yo gané”, le dijo SusanoWoo a Amaterasu. Ella dijo que no. Con astucia argumentó que los cinco dioses habían salido de su collar y que de la espada de su hermano solo habían salido tres. SusanoWoo enfureció y generó gran destrucción. Asustada, la diosa del sol se encerró en una cueva y dejó a la tierra en penumbra. Las otras deidades no se resignaron a vivir en la oscuridad y, apelando a la vanidad de Amaterasu, lograron que salga de su encierro. Una vez restablecido el orden, SusanoWoo fue expulsado del cielo. Tras un largo peregrinar, se arrepintió de sus ofensas y se sometió al poder de su hermana.
Esta leyenda japonesa ilustra muchas de las desavenencias que existen entre hermanos, y que cuando trascienden al espacio político se vuelven de interés ciudadano. En el caso del conflicto desatado entre Keiko y Kenji Fujimori, el mito termina calzando casi a la perfección.
Las peleas entre hermanos, en todas sus combinaciones, son más comunes de lo que se cree. “No hay lugar donde haya dos seres humanos relacionados entre sí y vinculados por un mismo patrimonio, espacio o afecto, donde no haya algún tipo de conflicto”, asegura el psicoanalista Augusto Escribens.
Determinar realmente cuándo es que la relación de los hermanos Fujimori se rompió es muy difícil, pero queda claro que hay una rivalidad por el padre. Kenji, el menor de la familia, siempre fue el engreído de Alberto. Keiko, la mayor, fue su primera dama, a la que abandonó cuando se fugó del país, y la que trabajó para construir un partido con poder mientras él estaba en la cárcel.
Ella podría estar luchando por el cariño y la atención paternal que no tuvo de joven por tener que asumir responsabilidades políticas. Él, en cambio, por el protagonismo que, como favorito e inmolador por la libertad de su padre, siente que lo consagran como legítimo heredero. “Si Keiko fuera hombre, quizás sus posibilidades de tener un liderazgo absoluto en una sociedad como la peruana serían mayores”, reflexiona Escribens.
Según el psicoanalista Pedro Morales, esta conducta podría verse alimentada por la practicidad de su papá: un ingeniero que no medía los medios para obtener sus fines –como su alianza con Vladimiro Montesinos– y que apreciaba la utilidad de las personas y de las cosas en función de sus intereses. Cuando dejaban de servirle, las apartaba, incluso con maltrato físico, como habría hecho con su exesposa, Susana Higuchi.
El factor poder solo agrava la relación. “Es muy difícil salir del sentimiento de poder y de omnipresencia. Es casi como una locura. Keiko podría estar convencida de que su hermano es un traidor para que su mente guarde la coherencia de que está actuando correctamente. Esa es la mentalidad de quienes tienen tendencia a la tiranía. Se genera una especie de paranoia y se empieza a detectar a los ‘buenos’ y a los ‘malos’. A los ‘malos’ se los elimina, así sea un hermano”, explica Morales.
Fuerza fraternal
Hasta hace un par de años, todo parecía indicar que la relación entre Keiko y Kenji era armoniosa, hasta que algunas pistas comenzaron a llamar la atención. La más clara llegó cuando Kenji no fue a votar en la elección de 2016. Era raro que no haya ido a apoyar a su hermana, quien tentaba por segunda vez la presidencia de la República. Recién hace poco él mismo reveló el motivo: el día de la votación, durante el desayuno familiar, Keiko lo había llamado inútil en público. Kenji dijo que se había sentido maltratado.
Ese año, Keiko perdió la elección por menos de 0,3%, pero Kenji fue el congresista más votado. Su agenda liberal dentro de un partido conservador, ser el abanderado de la liberación de su padre, sus constantes críticas a la verticalidad de Fuerza Popular y sus acercamientos al gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, comenzaron a darle un protagonismo político y mediático. Apartarse de la línea de disciplina del partido le costó una sanción, pero siguió en rebeldía y logró captar a otros congresistas inconformes con la abrumadora mayoría naranja. Con sus diez Avengers consiguió los votos necesarios para impedir el primer pedido de vacancia a PPK por incapacidad moral permanente a cambio del indulto humanitario a Alberto Fujimori.
A diferencia de lo que sucedió en la mitología japonesa, quebrarle la espada del poder a Kenji –en alusión a la sanción disciplinaria que Fuerza Popular le impuso– no hizo que, con el tiempo, aparecieran tres dioses sino tres grandes problemas para Keiko: el fracaso de la vacancia presidencial, la fractura de Fuerza Popular y la afectación de su liderazgo. Pero esos duros golpes no sosegaron a Keiko y, según muchos, la llevaron a construir un plan que trajo la renuncia de PPK y la expulsión de Kenji y sus principales socios del Congreso. Si algo no necesita un liderazgo vertical es alguien que le haga sombra. “La expulsión de Kenji del Congreso es un equivalente simbólico por parte de Keiko de quitarle el apellido”, dice Escribens.
“Si alguno cree que aquí termina mi vida política, está totalmente equivocado porque esto recién empieza”, señaló Kenji durante el debate de desafuero en su contra. Antes de las elecciones de 2016, ya había advertido a través de Twitter que “solo en el supuesto negado que Keiko no gane la presidencia” él postularía en 2021.
Si bien Kenji se lleva la peor parte de la pelea, aún tiene opciones políticas. De hecho ya anunció que creará su propio partido, Cambio 21. “La situación de Alan García en los noventa era lamentable y en 2006 volvió a ser presidente. La situación política de Kenji no es peor que la de Alan en esa época, así que todo puede pasar”, comenta el analista político Luis Benavente. Según la última encuesta de Ipsos Perú, el 80% cree que el conflicto entre hermanos debilita al fujimorismo.
Los últimos sondeos de intención de voto muestran una caída en ambos personajes que juntos suman 20%, lejos del 40% que obtuvo el fujimorismo en la primera vuelta de 2016. Sin embargo, a pesar de los errores y el desgaste de Keiko, aún se mantiene como la personalidad con la que la gente más simpatiza (15%, según Ipsos Perú). Kenji tiene un 5%, lo que, según Benavente, sería suficiente para mantenerse en una posición expectante de cara a las elecciones de 2021. Solo una inhabilitación para ejercer cargos públicos podría sacarlo del juego.
Mientras el enfrentamiento continúa, los hermanos Fujimori utilizan el Congreso y los medios de comunicación para entramparse en discusiones y revanchas políticas que no traen ningún beneficio al país.
Otros odios
Los Fujimori no son los únicos hermanos en política que no se llevan bien. Basta con recordar que el enfrentamiento entre los hijos de Huayna Cápac, Huáscar y Atahualpa, hace unos quinientos años facilitó, en buena parte, la conquista del Perú.
Un caso más reciente es el de los hermanos Humala. Antauro –en prisión por el ‘Andahuaylazo’ para pedir la renuncia del entonces presidente Alejandro Toledo– ha acusado varias veces a su hermano Ollanta de traidor por usar el discurso de la Gran Transformación para ganar las elecciones de 2011 y no ponerlo en práctica una vez que llegó al poder. Su padre y fundador del etnocacerismo, Isaac Humala, también se distanció de él y ahora apoya que Antauro sea presidente del Perú.
El año pasado Antauro pidió celebrar el encarcelamiento del expresidente y su esposa Nadine Heredia, y le escribió una carta abierta en la que le demandó que se suicide: “Lamentablemente fuiste mi hermano y camarada de armas; razón por la que –esforzándome– te hago este último exhorto que, ojalá, sigas: suicídate. Es lo mejor que te tocaría hacer, en caso tengas una pizca de dignidad aún”.
Hermanos enfrentados por la política hay en todo el mundo. Fabricio Correa fue gerente de la campaña que llevó a su hermano menor, Rafael Correa, a la presidencia de Ecuador en 2006. Pero apenas tres años después, Fabricio se convirtió en un apestado del gobierno, pues una investigación periodística reveló que como empresario se había beneficiado de millonarios contratos con el Estado. Los hermanos dejaron de verse y hablarse, y no han parado de acusarse mutuamente de corrupción.
Según Pierina Correa, hermana de Rafael y Fabricio, cuando eran niños los encontrones entre ellos eran “las clásicas peleas entre hermanos, siempre temporales”. Pero el tiempo haría que estas duren años. “Cuando sea grande, te voy a pegar”, le gritaba Rafael a Fabricio cuando eran niños. Su infancia fue difícil. Su padre, más apegado al mayor, estuvo preso durante tres años en Estados Unidos. Al volver, se separó de su esposa y dejó de vivir con sus hijos, aunque no perdieron el contacto. “A mi papá le gustaba sacarte de quicio. Más que tomarte el pelo, te tenía que humillar”, contó Fabricio al diario El Comercio de Quito.
Desde que se inició el pleito, el expresidente se ha justificado diciendo que su hermano está resentido porque su gobierno dio la orden de no permitir que suscribiera contratos con el Estado. Fabricio ha señalado, en cambio, que las investigaciones y acusaciones en su contra buscan callar sus críticas al gobierno por, según él, haber llevado a Ecuador por el camino de ser otra Venezuela o Cuba. Pero quizás haya algo más detrás: Fabricio tiene aspiraciones políticas. Hace unos cinco años intentó enfrentarse a su hermano, pero no pudo reunir las firmas necesarias para ser candidato.
Por lo pronto, la enemistad no ha ido más allá de dimes y diretes. En cambio, Pedro, el hermano de Fernando Collor de Mello, presidente de Brasil entre 1990 y 1992, fue su propio verdugo político. En una entrevista periodística, Pedro denunció una red de tráfico de influencias, extorsión y chantaje encabezada por el tesorero de la campaña presidencial de su hermano. El Congreso aprobó iniciar un proceso para destituir a Collor de Mello de la presidencia, pero la presión ciudadana fue tal que terminó renunciando antes al cargo.
De todas formas, el Senado lo inhabilitó para ejercer cargos públicos hasta el año 2000. Sin embargo, el Tribunal Supremo lo absolvió por falta de pruebas. A las pocas horas de conocerse el veredicto, Pedro entró en coma. Murió a los 43 años de un tumor cerebral.
A la luz de lo narrado hasta aquí, queda claro que las desavenencias fraternales no son solo patrimonio del Perú ni de la familia Fujimori. Aunque en el caso de esos hermanos, todo parece indicar que, lejos de haber llegado a su fin, esta historia continuará.