Es mucho más que un doctor y mucho más que un payaso. Siguiendo los pasos del mítico Patch Adams, ha encontrado en la unión de sus pasiones un oficio que lo ha convertido en un ser humano más feliz y que mejora sustancialmente la calidad de vida de las personas. Con ustedes, Gustavo Rivara, el “Doctor Gus”.
Por Dan Lerner / Fotos de Javier Zea
Como suele suceder con las buenas cosas de la vida, todo comenzó por el azar, por una idea que apareció un poco de la nada. Desde 2001, el doctor Gustavo Rivara, neonatólogo y pediatra, realizó muchos estudios alrededor del dolor, ya que, debido a su alergia a los antiinflamatorios y analgésicos, tuvo una relación particular con él. “Entonces, comencé a buscar estrategias no farmacológicas para mitigar el dolor. Ahí conocí la estimulación sensorial, que consiste en estimular los cinco sentidos durante un proceso doloroso, y pensé que el payaso era alguien que podía ayudar con esos estímulos”, nos cuenta el doctor Rivara. Junto a Wendy Ramos, una de las clowns más reconocidas de nuestro país, realizó un estudio clínico sobre el efecto del payaso hospitalario que ganó el Premio Nacional de Pediatría en 2010. Ahí empezó todo.
“Tú ves cómo, en compañía de un payaso hospitalario, los niños sonríen, están mejor, se elevan los estados de depresión o ansiedad. Es muy claro. Pero para que la comunidad científica lo crea, necesitas mostrarle evidencia científica, estadística. Una vez que comienzas a publicar el efecto, cómo la intervención de un clown disminuye la depresión, la ansiedad, el dolor, acelera los procesos de mejora y potencia la respuesta inmune, entonces ya se comienza a pensar que el payaso es parte del equipo de salud, como sucede en varios hospitales del mundo”, sostiene Rivara.
Por más que los efectos positivos son claros y se han podido sustentar científicamente gracias las investigaciones de Rivara y su equipo, todavía hay una barrera que romper, ya que parte de la preparación de los médicos consiste en construir una suerte de coraza a su alrededor, de manera que la relación con el paciente muchas veces es fría y distante. Rivara, que también es docente, tiene un punto de vista muy claro –y humano– al respecto: “Yo les enseño a mis alumnos que está bien que la muerte de un paciente les afecte. Está bien llorar. Los doctores tenemos que mirar a los ojos, conectar a un nivel humano. Nos han enseñado a ser herméticos y eso no está bien. Y en ese sentido, entrenarte como clown ayuda muchísimo”.
Dicho entrenamiento es realmente importante porque, a diferencia de un payaso de circo, el clown de hospital debe ser especialmente sensible y estar muy preparado. “Nosotros no estamos ahí solo para hacer reír al paciente. No somos comediantes. Lo que hacemos es acompañar al niño enfermo: no miramos sus heridas; lo miramos a los ojos, como a un amigo. No hacemos diagnósticos, sino que cantamos y bailamos por ellos; a veces también tenemos que llorar con ellos, porque ¿quién quiere reír cuando acaba de perder a un familiar?”, manifiesta Rivara.
Si bien todavía falta mucho para que en nuestro país y muchas de nuestras sociedades el payaso hospitalario sea visto como una necesidad para los centros médicos, iniciativas como la de Gustavo Rivara, o el “Doctor Gus”, son las que nos dan esperanza.