Con más de un millón de seguidores, una carrera emergente en la música y en colaboración con varias marcas, esta influencer de diecinueve años es un hit en Instagram. ¿El único problema? No es real.
Por Manuel Santelices
En abril pasado, la cuenta de Instagram de Miquela Sousa, una modelo de nacionalidades brasileña y estadounidense de diecinueve años con más de 1,1 millones de seguidores, fue hackeada por una fanática de Donald Trump llamada Bermuda, quien exigió que Miquela, más conocida como Lil Miquela, “contara su verdad al mundo”.
La noticia del hackeo se hizo viral y los fanáticos de Miquela reaccionaron indignados en sus propias cuentas de Instagram, Twitter y Facebook, pero finalmente debieron enfrentar la derrota de su ídolo, que, a través de una comentada declaración pública, se vio obligada a reconocer que no era una mujer real, sino virtual. Un robot, al igual que su rival Bermuda.
Esto no fue realmente noticia para nadie. Desde que creó su cuenta en 2016, la gran mayoría supo que la atractiva y pecosa jovencita no era de carne y hueso, sino fabricada en plástico, silicona y mecanismos electrónicos por Brud, una compañía tecnológica de Los Ángeles que se especializa en robótica e imágenes generadas en una computadora. Eso no impide, sin embargo, que la línea entre realidad y fantasía quede completamente borrada en su caso.
Miquela divide su tiempo entre Nueva York y Los Ángeles, donde postea a menudo selfies en sus restaurantes y parques favoritos, vestida frecuentemente con ropa de diseñadores como Chanel. Le encanta la música de Kelela y Arca, y la comida etíope.
Tiene, además, varios singles disponibles en Spotify; ha posado junto a verdaderos cantantes de rap y hip-hop; concede entrevistas y mantiene una comunicación abierta con sus fans, contestando sus preguntas o comunicándose con ellos a través de emojis.
Así las cosas, no es difícil confundirse. La gran diferencia entre la vida de este avatar y la suya o la mía, es que la de ella existe solo en el mundo virtual. Será difícil que se encuentre con Miquela en Cuties, uno de sus cafés favoritos en East Hollywood, a no ser que haya sido puesta ahí por uno de sus “agentes”, que es como llama ella a sus creadores de Brud.
En una conversación a través de Gchat con la revista “Nylon”, en enero de este año, Miquela reconoció que el asunto de la “identidad” era un tema en su caso, pero dijo no ser la única. “Hay una abstracción muy evidente respecto a la identidad por estos días. Pienso que los artistas de nuestra generación están desafiando la identidad y la importancia que tradicionalmente ha jugado en el arte”.
Para ser un robot, Lil Miquela suena increíblemente coherente. No obstante, nadie sabe quién controla su personalidad. Según su página en Wikipedia –sí, tiene una página en Wikipedia–, podría tratarse de una artista digital llamada Arti Poppenberg. Otros sugieren que está manejada por Trevor McFedries, uno de los fundadores de Brud y ex-DJ, que en el pasado colaboró con Kanye West, Kesha, Azealia Banks y Katy Perry, entre otros.
Mientras sus ojos revelan un desconcertante vacío, como los de una muñeca que jamás pestañea, los sentimientos de Miquela parecen reales y hasta conmovedores. “Siempre quise hacer música y dejar una huella en la gente con mi arte”, aseguró en “Nylon”. “Conectar con las personas me resulta tremendamente satisfactorio, y estoy aprendiendo a lidiar con toda la negatividad. Pero supongo que eso es algo que le sucede a todos en la red”.
De acuerdo con “Wired”, Miquela es solo la punta del iceberg. Dicha publicación asegura que en los próximos años, Instagram y el resto de las redes sociales se llenarán de “influencers digitales”. “New York Magazine” fue incluso más allá, señalando que, en el futuro, sería posible adquirir una pareja virtual, un robot que, dependiendo de su chip, podría ser amable, ingenioso, seductor, taciturno o cualquier otra característica que su propietario o propietaria desee.
En los modelos existentes, según la revista, los labios, la piel y hasta los movimientos se sienten reales. La voz todavía es como la de una grabación de telemarketing, pero eso, cuando se trata de romance, es lo de menos… ¿O no