La modelo peruana con mayor proyección internacional, Alessia Rovegno, viste el glorioso uniforme de los Húsares de Junín, reinventado por la diseñadora Ani Álvarez Calderón, para esta edición especial. A sus veinte años, Alessia es representada por la prestigiosa agencia New York Models.
Por Renato Velásquez / Fotos de Rafo Iparraguirre
“Peruanos”, arengaba Simón Bolívar en una carta escrita en su cuartel de Huancayo, el 13 de agosto de 1824, “la campaña que debe completar la libertad ha empezado bajo los auspicios más favorables. El ejército del general Canterac ha recibido en Junín un golpe mortal, habiendo perdido, por consecuencia de este suceso, un tercio de sus fuerzas y toda su moral”.
Dos meses antes, el ejército independentista había remontado los Andes con el objetivo de aislar a las tropas realistas, dispersas entre la sierra central y el Alto Perú debido a la sorpresiva sublevación del general español Olañeta en Jujuy. El español Canterac, sabiéndose en desventaja, emprendió la retirada el 6 de agosto por las inmediaciones del lago Junín. La huida fue advertida por las tropas patriotas, y Bolívar envió novecientos jinetes para detenerla. Sin embargo, Canterac resistió el ataque al mando de los Húsares de Fernando VII y los Dragones del Perú, y envolvió a la caballería libertadora del general Necochea y los Granaderos de Colombia cuando se desplegaban sobre el campo de batalla. Ante la inminencia de la derrota, Bolívar, que observaba todo desde una altitud cercana, ordenó la retirada.
El enemigo persiguió lo que quedaba del ejército patriota y desató un baño de sangre. Grande debió ser su asombro cuando, en medio del desorden de una batalla que creían ganada, y cuando ya entonaban el himno de la victoria, vieron emerger dos escuadrones de Húsares del Perú en perfecta formación, como un gran escudo de bronce que arremetía contra ellos desde su retaguardia.
¿Qué había sucedido? Los realistas no habían notado, en el fragor del combate, que el primer batallón de Húsares del Perú, comandados por el coronel argentino Isidoro Suárez, aún no había entrado en batalla. Y el mayor José Andrés Rázuri, al divisar un flanco expuesto en el ejército realista, había transmitido una falsa orden de Bolívar: ¡a la carga!
El historiador español Mariano Torrente cuenta que los hombres de Suárez “cayeron sobre los diseminados realistas, los acuchillaron horrorosamente, los obligaron a ponerse en pronta retirada y les arrebataron el campo de batalla”. El enfrentamiento duró cuarenta y cinco minutos y se libró a lanza y espada; no se disparó un solo tiro.
Bolívar reconoció la actuación heroica de los Húsares del Perú y cambió su nombre por el de Húsares de Junín, que conservan hasta hoy. Esta victoria del llamado Ejército Unido fue crucial para el devenir de la confrontación, pues introdujo el desaliento entre las huestes de Canterac, que serían derrotadas definitivamente en la Batalla de Ayacucho, cuatro meses después.
Cuentan que, después del enfrentamiento, el general José de La Mar llamó al mayor Rázuri para reprenderlo por su indisciplina. Pero al final reconoció: “Debería usted ser fusilado, pero a usted se le debe la victoria”.
El coronel Isidoro Suárez fue bisabuelo de Jorge Luis Borges, quien le dedicó un poema titulado “Inscripción sepulcral” (“Fervor de Buenos Aires”, 1923): “Dilató su valor sobre los Andes./ Contrastó montañas y ejércitos./ La audacia fue costumbre de su espada/ Impuso en la llanura de Junín/ término venturoso a la batalla/ y a las lanzas del Perú dio sangre española”.
El uniforme
Según el historiador Mauricio Novoa, el uniforme de los Húsares de Junín fue diseñado por el prócer Guillermo Miller, a semejanza del que llevaban los húsares ingleses. Consta de pantalón azul y botas de montar, chaqueta grana con charreteras y morrión. Una carrillera de bronce protege el rostro desde la sien hasta el mentón, y en la parte de atrás llevan una cartuchera donde se guardaba una piedra para afilar el sable. Actualmente, el regimiento está conformado por quince oficiales, veinte técnicos y doscientos treinta soldados. Incluye una banda de clarines, cuyos toques servían para comunicar instrucciones en el campo de batalla.
Ani Álvarez Calderón fue la diseñadora que reinterpretó el glorioso traje para esta sesión de fotos. “Ha sido un desafío muy interesante adaptar el uniforme para una mujer, y de la forma más glamorosa posible”, comenta. “Me encantó hacerlo, y lo voy a repetir de alguna manera. Definitivamente van a ver unos sacos inspirados en los húsares en mis siguientes colecciones”, adelanta la diseñadora, quien comenta que los uniformes militares siempre han servido de inspiración para las pasarelas, desde Alexander McQueen hasta John Galliano.
La modelo
A Alessia Rovegno le gusta bromear diciendo que sale en la televisión desde que estaba en el vientre de su madre. Y es cierto: su mamá, Bárbara Cayo, actuaba en “Torbellino” cuando estaba embarazada de su primogénita. Proveniente de una familia de artistas (es sobrina de las actrices Fiorella y Stephanie Cayo), Alessia ha crecido rodeada de cámaras, shows y mucha música. Por eso cuenta que su tiempo libre en Nueva York lo emplea en clases de guitarra y piano, y que tiene algunos proyectos musicales que todavía no puede revelar. Sus viajes a Lima son cortos y los pasa, sobre todo, bajo los flashes de las cámaras. Sus pocas horas libres las dedica a su familia y a las innumerables amigas que ha dejado acá.
— En tu familia hay varias actrices, pero ninguna modelo. ¿Cómo comenzaste en esto?
—Mi primer comercial de televisión lo hice a los ocho años para el Banco Wiese. Representaba a Sofía Mulanovich en su niñez y decía: “Quiero ser campeona mundial”. Me acuerdo perfectamente. Salía en una playa, con una tabla y mi wetsuit. A los catorce años hice un comercial de Adidas Neo, y ahí empezó todo.
— Muchas modelos tienen la historia de que las vieron en un centro comercial, el scouter se les acercó y les propuso trabajar… ¿Te ocurrió algo parecido?
— (Risas) Por esa época, cuando tenía catorce años, estaba en Miami entrando a un Starbucks por Lincoln Road. Se me acercó un fotógrafo y me dijo: “Me encantaría hacerte unas fotos, un casting y que firmes por mi agencia. Dime si estás interesada”. Me dio su tarjeta, pero al final no pasó nada porque mi papá me dijo que era muy peligroso. Yo era muy chiquita todavía… Pero yo nunca quise ser modelo. Siempre quise estudiar Educación Inicial y tener mi nido. Y lo sigo queriendo, me encantan los niños.
— ¿Cómo te contrataron para New York Models?
— Todo el mundo me decía que tenía potencial y me animaba a desarrollar mi carrera afuera. Yo estaba en Nueva York de vacaciones y fui a un open call. Ahí me vio el director, cuya mamá es peruana; me mandó llamar con una asistenta, y me dijo directamente: “Me gustaría que trabajaras con nosotros”. Me gustó porque hubo mucha química. Ahí todos mis planes cambiaron.
— En tu opinión, ¿qué debe tener una buena modelo? Porque chicas lindas hay miles en todas partes…
— La actitud lo es todo. Tienes que ir supersegura de ti misma. Y no tienes que desearlo tanto, sino ir lento, paso a paso. Es mejor si entras a una edad más madura. Yo firmé con esta agencia a los diecinueve años. Me parece mucho mejor porque la tengo clara: los valores están ahí, no te vas a dejar influenciar… Hay chicas que comienzan a los quince o dieciséis.
— El cine y la televisión muestran el mundo del modelaje como un paraíso de hoteles cinco estrellas, donde se celebran fiestas desenfrenadas con gente influyente que bebe mucho Moët & Chandon. ¿Ese mundo existe o es una idealización?
— Por supuesto que existe. Y full. Pero yo no lo veo así para nada. Como dijo Gisele Bündchen: “Para mí el modelaje no es un estilo de vida, es un trabajo”. Y es muy cierto. Pienso exactamente igual que ella.
—¿Qué es lo más difícil de ser modelo?
— Para mí, estar lejos de mi familia. Tengo dos hermanos chiquitos que están creciendo y me gustaría estar con ellos. Es una vida muy solitaria, estoy de aeropuerto en aeropuerto, sola. Pero tengo muchos planes en el modelaje, y estoy dispuesta a sacrificarme para cumplirlos.