La mayoría de nuestros lectores lo identifica por las fotos en la sección Sociales, o como cabeza de una importante joyería. Son pocos los que saben que trabajó como agente de seguridad, o que perdió a su hermana menor en la tragedia de la discoteca Utopía y que, desde entonces, por ella, ha aprendido a vivir con el doble de intensidad. Conozcan a Jacky.

Por Mariano Olivera La Rosa

JACK GOMBEROF

Junto a John Travolta, a quien trajo a Lima en junio de 2013, como imagen de la marca de relojes Breitling.

De primera impresión, Jack Gomberoff podría parecer el villano de una película de Hollywood. Mide más de un metro noventa, calza 48, viste con estilo, sus manos son más grandes que mi cabeza y tiene conocimientos militares –fue entrenado por el ejército israelí, lo que posteriormente le sirvió para trabajar de agente de seguridad en conciertos de megaestrellas como Michael Jackson o Madonna, en el mismo Israel–.

Pero las primeras impresiones rara vez dan en el blanco. Primera premisa: Jacky es un buen tipo. Ni bien llego a su casa, me invita algo de tomar, accede a pasearse por los diversos ambientes de su departamento en busca del mejor lugar para hacerle un retrato, enciende la chimenea de su sala ni bien percibe que sentimos frío y deja que hojee con total confianza dos álbumes de fotos del recuerdo, para ver qué imágenes nos convienen a la hora de ilustrar este artículo.

Su casa, elegante, pulcra, amplia, parece lista para una sesión de fotos. Es un penthouse de techos altos donde las obras de arte, los libros y los retratos familiares conviven en perfecta armonía y esbozan sus preferencias personales, que se complementan con su gusto por la cocina –que heredó de su madre–, el buen vino, el tequila en las rocas –aprendió a tomarlo así de Cindy Crawford y su esposo Rande Gerber, que además son sus amigos–, y las series de Netflix y Amazon Prime. Pero si en este punto sospechan que la suya es la historia del clásico bon vivant, se equivocan. Lo mejor es que sigan leyendo.

Jack Gomberoff

Yaacov Simon Gomberoff Elon (Jack, o Jacky, para los amigos) nació en Lima, en 1970. Es fundador y gerente general de G&G Joyeros.

Soldado raso

Lo primero que recuerda es estar dentro de un refugio subterráneo, en Israel, en plena guerra de Yom Kipur. Tendría tres años. Como muchas otras, su familia había partido de Lima huyendo del gobierno de Juan Velasco Alvarado. “Me tocó vivir dos veces una situación similar: la segunda, cuando ya era estudiante universitario, durante la Guerra del Golfo. Saddam Hussein mandaba misiles a Israel y ya no servía mucho refugiarse en los escondites subterráneos, porque el miedo era a las bombas químicas. Teníamos que quedarnos en los cuartos, cerrar puertas y ventanas, y ponernos máscaras hasta que todo terminara”, relata.

Su padre y su madre son judíos. Fernando Gomberoff nació en Chile y Daniela Elon en Israel, pero ambos llegaron a Lima de niños. Su padre trabaja hasta hoy; tiene una fábrica de ropa interior. Su madre fue profesora del colegio León Pinelo por casi cuatro décadas. Jacky estudió allí a partir de tercero de primaria, cuando regresaron al Perú. Luego ingresó a la Universidad de Lima, pero salió expulsado en tiempo récord, después de “triquear” un curso. “Mis primeros amigos no judíos los hice en la universidad. Es más, algunos se sorprendían de que no llevara barba o un gorrito en la cabeza, porque esa era la imagen que tenían de un judío”, recuerda. En los años ochenta, la comunidad judía aún era hermética, explica.

Jacky en su Bar Mitzvah, a los trece años.

De la Universidad de Lima pasó a la PUCP, donde comenzó a estudiar Ingeniería Electrónica, pero a los veinte años decidió volver a Israel por su cuenta. “Mi padre era un tipo duro, serio, muy estricto. Todos los veranos tenía que trabajar con él en la fábrica, mientras mis amigos se iban a la playa. Fue una época dura. Me fui a Israel en una situación bastante tensa con mi padre”.

“De joven fue un estudiante que cumplió con las expectativas, además de ser un hijo cariñoso, especialmente con su madre”, cuenta su padre. “Hoy, con orgullo, puedo decir que somos íntimos amigos, al grado de que al final de la jornada laboral de ambos, y casi a diario, nos sentamos alrededor de una taza de café para intercambiar nuestras experiencias del día y comentar sobre lo que sucede, especialmente, en el Perú”.

Con su hermano Eitan y su padre, Fernando, en 2001.

Jacky volvió a Israel en setiembre de 1990, cuando Saddam Hussein acababa de dar un ultimátum: si hasta enero continuaban atacando Iraq, respondería con bombas químicas. A los dos meses de instalado, se topó con un aviso en la residencia universitaria en la que vivía (siendo ciudadano israelí por parte de madre, había aprovechado las subvenciones que otorgaba el gobierno para retomar allá sus estudios de Ingeniería Electrónica).

“Buscamos gente con presencia, con tamaño por encima del metro ochenta y cinco de estatura”, anunciaba el aviso. Así fue como comenzó a trabajar de bouncer. “Cuando empezaron a caer los misiles, destruyeron algunos barrios y la gente abandonó sus casas. Mi primer trabajo fue cuidar que los vándalos no saquearan estas casas”, recuerda.

Jacky en una base al sur de Israel, en 1992.

Un año después de comenzar sus estudios de Ingeniería Electrónica, se cambió a Ingeniería Industrial. “A mitad de carrera, el ejército me cita y me dice: ‘¿Te has cambiado de carrera sin consultarnos?’. Entonces me dejaron de pagar la carrera y fui enrolado como soldado raso en una unidad combatiente”, cuenta, mientras la chimenea de su sala calienta sin emitir ningún sonido.

“Creo que lo mejor que me dio el ejército fue la disciplina, aprender del trabajo en equipo y a formar una familia. Cuando volví de Israel a Lima, a los veintisiete años, ya casado y con una hija, luego de haber hecho servicio militar por dos años y haberme mantenido solo, mis compañeros de promoción estaban en otra frecuencia. Algunos todavía vivían con sus padres. Cuando regresé, casi era un extraterrestre, tenía otra visión del mundo. Esa etapa me sirvió muchísimo”.

El zapato

Con su hijo Eric, su esposa Inés Gierke y su hija Michelle, en 2016.

Se casó por primera vez en Israel, a los veinticuatro años, con Dalia, una joven inmigrante judía llegada de Brasil. “Creo que, a pesar de ser muy diferentes, formamos una linda familia que nos hizo tener muchas cosas en común durante muchos años –estuvieron casados catorce años–, pero cuando los hijos crecieron –Michelle y Eric–, de forma natural, las diferencias se fueron enfatizando y terminamos separándonos”, explica, y añade que hasta hoy mantienen una muy buena relación.

De su primer matrimonio, nació su hija Michelle, en Israel; y ya de vuelta en Lima, nació el segundo, Eric. Había jurado no volverse a casar, pero, luego de separarse de Dalia (estuvieron casados por catorce años), conoció a la alemana Inés Gierke en una feria de relojería, en Basilea, Suiza (ella vivía en Nueva York).

“La invité a salir y no quería, porque yo era el cliente y ella la proveedora. Lo veía como una falta ética”, recuerda Jacky. Al final, salieron juntos en Nueva York y mantuvieron una relación “de un año de coqueteos”. “Me mudé a Lima por él, sabiendo que nunca iba a encontrar a alguien igual en Nueva York”, confiesa Inés. “Con Jacky tenemos mil cosas en común, y da los mejores abrazos. Necesito miles, y hasta ahora no se cansa de mí pidiendo más”, agrega.

“Cuando me dijo que se mudaba al Perú, supe que era el momento adecuado, la señal. Le propuse matrimonio en Nueva York”, relata Jacky. “La esperé afuera de la tienda Jacob & Co, entre la calle 57 y Park Avenue, con unos zapatos (me encantaba regalarle zapatos). Le pedí que se probara el par que le había comprado y, con uno de ellos en la mano, le dije: ‘Este es mi zapato de compromiso. ¿Aceptarías casarte conmigo?’. Siempre le bromeé con que, como no tenía el dinero suficiente para la piedra que merecía, le iba a proponer matrimonio con un zapato. Ella se lo probó y, como no le quedaba, vio que dentro estaba la cajita con el anillo. Lo sacó, lo vio y empezó a llorar. Alrededor, la gente pasaba y, al vernos, aplaudía”.

Vivo

Jack Gomberoff

Junto a sus padres, Fernando y Daniela, y sus hermanos Eitan y Orly, en el Bar Mitzvah de Eitan, en 1987.

“Somos cuatro; tres vivos”, cuenta Jacky sobre sus hermanos: Dafna, que vive en Estados Unidos, Eitan, que vive en Argentina, y Orly, la menor, que falleció a los veintidós años en la discoteca Utopía, el mismo día en que terminó su carrera en la Universidad de Lima. “Ella terminó la universidad enfrentándose a las adversidades, porque había perdido la audición y tuvo que usar audífonos durante toda su vida”.

El fin de semana del accidente, Jacky estaba en Miami, en un viaje de trabajo. “Fue terrible. Los tres hermanos llegamos a Lima para el entierro. Y yo fui el único que se quedó en Lima; viví toda la época de luto, y creo que esa experiencia me formó el carácter. Por la forma trágica e ilógica en la que falleció, decidí que viviría el doble por ella. Tomé decisiones osadas en mi vida que tal vez en otras circunstancias no habría tomado. Por ejemplo, formar mis negocios, divorciarme, operarme de la vista…”.

Junto a sus padres, Fernando y Daniela, y sus hermanos Eitan y Orly, en el Bar Mitzvah de Eitan, en 1987.

Hace algunos días, Jacky fue al cine y se topó con el tráiler de la película “Utopía”. “No estoy listo para verla”, confiesa. “Trato de no pensar mucho en la muerte de mi hermana. Intento acordarme de los momentos de alegría que pasamos juntos. Mi padre, hasta el día de hoy, va todos los domingos al cementerio. Nunca se pudo recuperar. Mi madre dejó de ir, porque le dolía mucho”.

A futuro, Jacky se ve pasando más tiempo con su familia; viajando y leyendo más, también. Y no descarta la idea de volver a ser padre. “Sería algo que me alegraría mucho”, dice. “A pesar de que la gente piensa que soy una persona social, en realidad no me gusta mucho salir. Nos encanta cocinar en casa. Con mi esposa, mi placer máximo es estar desde el viernes en la noche hasta el lunes en la mañana en la cama, viendo Netflix”. Es hora de mirar el reloj –Jack y tiene unos treinta, uno de cada marca que representa y, de alguna que le gusta más, tiene dos–. Segunda premisa: Vale la pena ver más allá de lo evidente.