Cuando tenía veinte años no pensaba en la actuación como una profesión para el resto de su vida. Pero el tiempo terminó por demostrarle lo contrario. Hoy, a puertas de estrenarse Amigos en apuros (2018) —película con la que se estrena como director junto con Joel Calero—, hacemos un repaso por «la memoria emotiva» de Lucho Cáceres.
Por Manuel Coral González
(Foto principal: Facebook de Lucho Cáceres).
En el colegio Champagnat, Luis Alberto disponía de un teatro bien iluminado y de techos altos. Ahí montó, con sus compañeros de clase de tercero de secundaria, Ángeles de cara sucia, una película de Michael Curtiz que se encargó de adaptar y en la que además actuó. “Fue una cosa muy rápida, bastante sencilla”. Pero ese fue el primer atisbo de la actuación en su vida. “Descubrí que tenía cierta afinidad, que me gustaba lo que hacía”. Tenía quince años y, durante el lento transcurso de los días, pensaba qué película vería el fin de semana junto a su padre en las butacas del cine Roma, del Orrantia, del Pacífico. “Disfrutábamos mucho yendo al cine, era todo un evento”.
La educación sentimental vive en algún lugar de la memoria. Piensas en Lucho Cáceres y la primera escena que reproduce tu memoria es “Kikín, el gallo del gallinero” de Mil oficios, jugándose el orgullo en una pichanga de barrio; en “El Cobra” de La Gran Sangre, buscándosela, yendo de un lado al otro. Y recuerdas a “Toño” de Cielo oscuro, quebrándose bajo la noche iluminada por fuegos artificiales que anuncian el Año Nuevo y, también, a “Ramón” de La última tarde, citando a Lenin: “lo mejor de la burguesía son sus vinos y sus mujeres”. Todos ellos pudieron no existir nunca, porque la actuación aún dormía en su vida. Estudiaba Derecho en la Universidad de Lima, no pensaba mucho en qué quería hacer. “La pasaba bien, vivía el día a día, no me preocupaba mucho en el futuro”. En perspectiva, ¿fue la decisión correcta? “Sí, definitivamente”, responde.
En los noventa nadie sabía que quería dedicarse a la actuación, ni él estaba tan seguro de ello: solo quería acabar la universidad, trabajar, ganar plata, como cualquier otra persona. La vida de Luis Alberto era tranquila, sin sobresaltos, pues trabajaba en un estudio de abogados, pero todo cambió una mañana típica, de cielo gris y de aire húmedo. “Estaba leyendo el diario Expreso, y entonces leí que Tito Salas estaba convocando a un casting”. Pensó: ¿por qué no intentarlo? “Así que a la salida del trabajo, fui a probarme”. Y ese día su vida cambió de rumbo. Un centenar de personas se presentaron a la audición y, al final, quedaron dos: Salvador del Solar y él, Luis Alberto, un muchacho de veinticinco años, que sentía, por primera vez, que la actuación le cambiaría para siempre la vida.
Lucho Cáceres debutó como actor profesional en el año 1994, con la pieza teatral llamada En algún lugar del corazón, adaptada de la cinta original de Robert Benton, en el Teatro Auditorio Miraflores. “Si hay alguien a quien considero mi mentor es Tito Silva”, confiesa. Fue él quien vio la naturalidad de sus gestos, su ‘timing’ actoral, su improvisación para los diálogos. Por eso, quizá, le propuso interpretar el papel protagónico. “Era un cura llamado Ernesto, lo recuerdo con bastante claridad”. ¿Dejó todo para entregarse a la actuación? No. Fue una vuelta de tuerca en su vida. “No sé si la palabra sea «dejar», tal vez sea mejor decir «cambiar»”. Piensa unos instantes: “Sí, eso. Mi vida cambió de rumbo”.
Para cambiar, a veces es necesario dejar atrás viejas costumbres, ideas y, acaso, amores. Terminó una relación de ocho años con su novia y se comprometió con su oficio de actor. Quién sabe, tal vez comenzar sea más difícil que terminar. Y, desde ese momento, trabajó en muchas cosas: en comerciales de televisión, fue extra, participó en cortos, hizo taxi y, luego, llegó la televisión. Y otra vuelta de tuerca en su vida. “Llegó Mil oficios y, entonces, el trabajo deja de tener un sabor a cachuelo”. La convicción y perseverancia de los actos estabiliza, de algún modo, la volatilidad de la vida. “Kikín es un hijo especial para mí”, admite y, al instante, “pero ponerlo por encima de mis otros personajes, no, ni hablar. Me divertí, la pasé bien en su momento”. El amor paterno no tiene favoritos. “Le tengo cariño a todos mis personajes”.
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Cuando era niño, Luis Alberto conoció el humor viendo dibujos animados: reía con las aventuras de El Correcaminos, Don Gato o Don Ramón; y, conoció la picardía e ironía leyendo La pequeña Lulú, Archie y Tom y Jerry. Fue así como su sensibilidad comenzó a cultivarse en silencio y, entre las risas y sonrisas, descubrió que el humor tiene la misma importancia en la vida que el amor. “Tal vez con esos dibujos descubrí que me gustaban los personajes «buscavidas»”. Esos que viajan ligero, que andan con poco, que se las arreglan para sobrevivir. “Personajes bastante sencillos”. Y cuando le tocó interpretar a un buscavidas —a uno de los suyos—, supo que era él interpretando a, y no fue tan difícil congeniar con ellos. “En cada uno de mis personajes está toda mi memoria emotiva, toda mi bitácora de vuelo”. Prejuzgar el humor, para él, es un error.
Quienes conocen a Joel Calero saben que es un cineasta apasionado, lleno de citas y referencias, y que se encuentra en busca de su propia poética cinematográfica. “Lucho me critica que no tenga ciertos referentes del cine hollywoodense y yo le digo: « ¿Y quién te ha dicho a ti que es el único cine de referencia? Tan negativo es que yo no sepa de esos referentes como tú no sepas lo que yo comparto. ¿Por qué tus referentes son más importantes? ¿Quién te ha dicho eso? ». Esa es una típica discusión nuestra”. Lucho Cáceres no tiene hermanos, pero cree que su amistad con Calero puede ser parecida. “No necesariamente en el buen sentido: peleamos, discutimos mucho, somos personas opuestas”. Un ejemplo: para Calero, Liv Ullman es una referencia; para Lucho, Pedro Picapiedra. «Pero cuando comulgamos, esa idea, me parece, es universal».
Ambos han trabajado juntos en tres proyectos en la última década: han hecho drama y comedia, y han descubierto que cada género cinematográfico tiene un tratamiento único y virtudes independientes. “Los actores somos muy esponjosos: todo el material con el que trabajamos no solo viene de la ficción, sino también del mundo real”. Un actor es un relicario de emociones y un director un artesano encargado de transmitir sensaciones. “Yo voy hacia el personaje”, dice Lucho. “Nunca la personalidad de un personaje se ha quedado en la mía”. Y Joel recuerda: “Aunque suene increíble, cuando trabajamos en Cielo oscuro, yo no conocía a Lucho. El proceso fue bastante arduo, pero el resultado gratificante. Por eso, tal vez lo mejor de esa película fue que pudimos hacer que aflorara en él esa naturalidad tan espontánea que lo caracteriza”.
La naturalidad es algo tan sencillo como complejo. Por eso Lucho no sabe cómo explicar el proceso de preparación que tiene para encarnar a un personaje. “Tengo una técnica propia que no sabría cómo explicarla”. No es un hombre con un método de trabajo fijo, “cada caso es particular, por eso veo cómo tratarlo cuando llega”. No importa el personaje, no es un actor atormentado, él solo se siente cómodo actuando. Cerca de cumplir cincuenta años, se define como una persona más pragmática. ¿Propio de la edad? “No. Hoy sigo siendo bastante pasional, impulsivo. Creo que ser pragmático sopesa esa personalidad que he tenido siempre”.
Y de nuevo el silencio: mueve los ojos, se oye su respiración. “Mi vida es normal, como la de cualquier persona”.
Mira aquí el trailer de Amigos en apuros (escrito y dirigido por Joel Calero y Lucho Cáceres):