“El miedo no cura, la prevención sí. La prevención te abre las puertas de las oportunidades. El miedo te las cierra”.

Por Silvia Miró Quesada

Desde muy niña estuve familiarizada con los términos cáncer y prevención. Palabras intensas con alta carga emocional. Esto se debe a que un familiar muy cercano se entregó de lleno –casi cuarenta años– a luchar contra esta enfermedad desarrollando campañas educativas, pues estaba convencido de que al cáncer se le puede enfrentar con una prevención temprana. Fue su compromiso de vida. Se caracterizaba por su entusiasmo contagioso para servir a las personas y encontró su base de operaciones en la Liga Contra el Cáncer. Este familiar padeció y luchó contra esa enfermedad, y murió a consecuencia de ella. Cerró el círculo.

Valgan verdades, nunca pensé que mi primer contacto cara a cara con el cáncer sería a la edad de treinta y siete años. Mis hijos eran chicos. Todo fue muy repentino, no tenía dolor. Un examen de despistaje permitió detectarlo a tiempo. Recuerdo que las palabras operación, carcinoma (cáncer) y quimioterapia me movieron el piso, pero sabía que lo único que me quedaba era enfrentarlo con ilusión.

Cáncer de mama

Ilustración de Melissa Siles.

Pasaron más de veinte años y volví a padecerlo. Una noche mi cuerpo habló y en buen momento lo escuché. Mi mama izquierda estaba inflamada y sentía un ardor. Mi médico me pidió una ecografía y una biopsia. Diagnóstico: tumor en la mama izquierda. Me dio flojera recomenzar, pero eso es lo que me tocaba. No me asusté, pero sí estuve ansiosa frente a la incertidumbre.

¿Esta vez me caería mejor la quimio? La primera vez que tuve cáncer la quimio me cayó fatal. ¿Qué pasaría? ¿Volvería a sentir esa sensación de aburrimiento, de hartazgo, por los papeleos que tenemos que realizar para que las empresas aseguradoras nos cubran los medicamentos o exámenes que nos solicitan nuestros médicos? Los doctores, tratamientos, salas de espera y seguro algún malestar volverían a ser –al menos por un tiempo– mis fieles compañeros de vida.

Silvia Miró Quesada es periodista y autora de “Unos días con Bobby”

Lo primero que me tocó entender es que los agentes químicos que ingresarían una vez más a mi cuerpo tendrían la función de matar a las células circulantes que quedan dentro de mí y que hasta hoy están en crecimiento. Estas fueron algunas de las lecciones que aprendí después de sobrevivir al segundo cáncer:

  • 1) Después de recibir la noticia, debemos trabajar para despejar el cielo. Andar por el camino de la ilusión. Plantarnos en nuestros dos pies, girar hacia el sol –aunque a veces sea difícil distinguirlo– y cargarnos de energía. Siempre he tenido ángeles que me han tendido la mano.
  • 2) Preparar nuestro cuerpo. Adaptarlo a la realidad que le tocará vivir durante el tiempo que dure la quimioterapia. Manejar la incertidumbre ayuda a tolerar mejor el tratamiento. El estrés impide el óptimo funcionamiento del sistema inmunológico. Hay que vigilar la nutrición, hidratación y peso (llevar un control diario). El paciente tiene que buscar su propio balance dietético. Es recomendable la comida casera y de fácil digestión. Los consejos que recibimos son referenciales y cada uno evalúa cuáles son los alimentos que mejor tolera. El cuidado de nuestro cuerpo es nuestra responsabilidad. Aprendamos a vivir en armonía con él.
  • 3) El miedo no cura, la prevención sí. La prevención te abre las puertas de las oportunidades. El miedo te las cierra.
  • 4) Lleva un diario de tu tratamiento para saber qué preguntarle a tu médico.

Las palabras de mi mamá aún resuenan en mi mente: “Háganle caso –se refería al cuerpo– cuando este les hable”. Aprendan a conocer su cuerpo. Saber escuchar a nuestro cuerpo es el chip de la prevención.