Mi gran noche, Los hombres lloran también o Digan lo que digan son algunos de los clásicos del mítico cantante que escucharemos en “ReSinphónico”, su más reciente álbum. La vitalidad de Raphael queda plasmada en esta entrevista que concedió en exclusiva para COSAS.

Por Fátima Poppe

Nos encontramos con Raphael en pleno centro de Madrid. Nos avisan que a sus setenta y cinco años, sesenta de estos sobre el escenario, sigue manteniendo la misma energía que siempre lo ha caracterizado.

Raphael es un artista de cifras potentes. Empezó a cantar cuando apenas tenía cuatro años; a los quince pisó su primer escenario; lleva ochenta álbumes originales grabados e interpretados alrededor del mundo; ha actuado en decenas de películas para el cine y la televisión. Mientas recontábamos la cantidad de discos de oro que ha recibido, nos enteramos que tiene también un disco de uranio, el elemento químico de mayor peso atómico de todos los hallados en la naturaleza, reinterpretado en un galardón que se concede por vender más de cincuenta millones de copias. Aparte de él, solo lo han recibido Michael Jackson, U2, AC/DC y Queen.

Revisamos toda su discografía. Lo primero que nos llama la atención son los títulos de sus discos. En ellos siempre resalta su nombre, Raphael; el subtítulo aparece apenas como un mero distintivo.

Él nos recibe sereno, sentado cómodamente sobre un sillón. Le contamos que venimos del Perú y, sonriendo, nos dice: “Amo su tierra. Hace dos años que no voy y no veo las horas de volver; mi público peruano es maravilloso”.

Raphael acaba de lanzar su más reciente álbum, titulado “ReSinphónico”, una fusión de sus canciones más emblemáticas con música sinfónica y electrónica. Su público está más que expectante por escucharlo.

¿Cómo has logrado una simbiosis tan potente y singular conjugando lo clásico con la electrónica?

La idea es mía, pero ha sido Lucas quien lo ha hecho posible (se refiere al músico y compositor de bandas sonoras Lucas Vidal, hoy afincado en Los Ángeles, desde donde se ha ganado el reconocimiento de Hollywood, además de dos Premios Goya por la musicalización de películas como Palmeras en la nieve o Nadie quiere la noche). Mi pasión y mis ganas de hacer cosas no tienen límites; cada año trato de darle una vuelta de tuerca a mi música, a las canciones, al sonido, a la forma de presentar el espectáculo… Trato siempre de estar renovando, no cambiando sino evolucionando.

Miguel Rafael Martos Sánchez, alias Raphael, tiene 75 años. Asegura que en su nuevo álbum su voz “está donde tiene que estar, y está mejor que nunca”.

El lugar elegido para la grabación de “ReSinphónico” fue el famoso estudio Abbey Road, donde The Beatles grabaron casi la totalidad de sus discos. 

Grabar allí te da un gran prestigio porque los mejores lo han hecho ahí. Yo he grabado en todos los estudios importantes del mundo, pero este tiene una cosa especial. Cuando empezamos el disco, no sabía ni explicar lo que quería, porque con sinfónica ya tenía uno y creía que era insuperable, pero quería que este tuviera algo más potente, con mucha fuerza. Así que me embarqué a Los Ángeles para hacer un concierto y Lucas me fue a ver. Luego lo visité en su estudio y me puso la canción No vuelvas, ya con los primeros tintes de lo que había interpretado que yo quería. Fue ahí donde escuché por primera vez el efecto de la electrónica con mi voz.

Hasta la médula

Raphael va cobrando aún más brío y vitalidad mientras nos cuenta sobre el proceso de grabación, los arreglos musicales, la intensidad de tener en frente a los músicos clásicos y escuchar los sonidos electrónicos. Le pregunto si oiremos su voz como un catalizador entre ambos mundos, o más bien como un elemento más, y enseguida nos aclara que en el disco su voz “está donde tiene que estar, y está mejor que nunca”.

Para muchos es un ídolo; para otros, un divo, y, cómo no, un clásico en constante renovación. Lo cierto es que tiene un poco de todos estos calificativos. A lo largo de su carrera lo hemos visto manejar varios géneros; él nos cuenta que muchas veces ni recuerda qué ha hecho. “Hace poco juraba que no había cantado tangos, hasta que me ‘googleé’ y me encontré frente a un concierto mío de tangos”. Nos cuenta que es perfeccionista hasta la médula, que no hace deporte y que trata de comer sano, que lo más importante en su vida es su familia y sus amigos.

Se casó con Natalia Figueroa en 1972, con una “grande de España”, como la llama la aristocracia castiza, hija del marqués de Santo Floro y sobrina de los condes de Romanones. Para él simplemente es una gran mujer, con la que tuvo a sus tres hijos, Jacobo, Alejandra y Manuel. Nos dicen que es ella quien sigue siendo su mayor fan, y que solo le reclama que trabaje un poco menos. Se sabe que no para nunca, que termina una gira y ya quiere empezar con el próximo álbum, y así sucesivamente. Por eso no es de extrañar que haya llevado su música por todo el globo terráqueo.

Junto a su esposa Natalia Figueroa y sus tres hijos: Jacobo, Alejandra y Manuel, en 1992.

Los rusos

Le preguntamos qué hay de cierto sobre el mito de que tiene toda una legión de seguidores en Rusia que aprendieron español gracias a él. “En 1968 vino una delegación rusa al Festival de Cine de San Sebastián; era la época de Franco en España y del régimen soviético allá, así que España no tenía relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Compraron unas cuatro películas mías y las doblaron al ruso; lo único que se escuchaba en español era cuando yo cantaba. Tardaron mucho tiempo en poder contactarme, pero finalmente Digan lo que digan se estrenó en Moscú dos años después”.

Lo recuerdo como el éxito más grande que he tenido en mi vida. Las salas de los cines estaban abarrotadas, colgaban carteles informando que no había entradas ni durante la matiné ni por la noche. En ese entonces no había empresas privadas, así que recorrí Rusia con una delegación oficial del Estado para poder dar mis conciertos. Yo suelo cambiar las letras de las canciones cuando las canto en vivo, me gusta improvisar; las rusas que se las saben al pie de la letra me siguen diciendo: ‘Hoy confundirse’”.

¿Qué hace que Raphael trascienda los géneros musicales y enganche tanto a la gente?

Siempre he tratado de proyectar mi personalidad y mi forma de ver la vida a través de mi voz. Sea lo que sea eso, lo convierto en Raphael. Creo que tiene que ver con esa autenticidad.

“Suelo cambiar las letras de las canciones cuando las canto en vivo, me gusta improvisar”, dice Raphael.

Eres un referente para muchos artistas, pero nunca te hemos escuchado hablar de tus propias referencias. 

Es que no las tengo. Soy un autóctono total. Si soy algo es original, a mí nadie me ha enseñado nada de lo que hago. De niño quería ser actor, quería interpretar a Hamlet, pero era solista del coro de la iglesia. Los empresarios que se acercaban a mí, me buscaban por mi voz. Siempre me gustó mucho el teatro, iba desde muy chico, pero para ver lo que no se debía hacer. Era muy crítico con los artistas y ahora lo soy mucho más conmigo.

En tu próxima gira, ¿te veremos bailar en el escenario con la música electrónica?

Aún no lo sé, me lo estoy pensando (ríe). Lo que sí espero hacer es bailar muchísimo. Creo que la gente se va a llevar un sorpresón con “ReSinphónico”, el disco ha superado mis expectativas, nunca creí que pudiera ser tan potente. 

Así lo esperamos. Finalmente… Qué sabe nadie.