Veinte años después de asumir su primera embajada, se preparan para decir adiós a la vida diplomática activa. Antes de cerrar la puerta de una carrera brillante, rememoran juntos sus experiencias dejando siempre en lo más alto el nombr-e de nuestro país.
Por Dan Lerner
La vida del diplomático no es fácil. Implica una capacidad admirable de desarraigo combinada con un amor incondicional por el país al que se representa. Es mover a la familia de un país a otro, dejar colegios y amigos para encontrar otros nuevos.
Para sortear esas dificultades, resulta indispensable construir un buen equipo, sólido y comprometido. No nos referimos a los funcionarios del Estado, sino al equipo que, como familia, han formado Carlos y Consuelo Pareja, un dúo vital para representar al Perú en el más alto nivel. Pocas parejas se han complementado como ellos, desde Suiza a España, pasando por Chile y Estados Unidos. Aprovechamos su retiro de la vida diplomática –que se llevará a cabo el 31 de diciembre– para conversar con Carlos y Consuelo desde Washington, donde él se desempeña como embajador del Perú.
Ambos han pasado por momentos difíciles, como la representación del Perú en Chile en pleno litigio marítimo, o a principios del siglo XXI, cuando nuestro país parecía caerse a pedazos por la crisis política desatada al final del fujimorismo. Aun así, se mantuvieron unidos y trabajaron siempre pensando en lo mejor para nosotros, los peruanos.
—Asumo que la ambición más grande de un diplomático es llegar a ser embajador de su país. Usted ha desempeñado esa función en España, Suiza, Chile y Estados Unidos. ¿Siente que ha tenido una carrera exitosa?
—En mi caso, el haber sido hijo de diplomático –mi padre fue el embajador y constitucionalista José Pareja Paz-Soldán– permitió que desde niño pudiera tener una visión más amplia del mundo. La vida de hijo de diplomático es dura, lo digo por experiencia propia… pero con el tiempo uno aprecia esas vivencias, pues te exigen esfuerzo para adaptarte a distintas realidades.
Más adelante, mis primeros años universitarios en la PUCP y el haber cursado dos años de estudios en la Universidad Complutense de Madrid me hicieron integrarme desde muy joven a un medio distinto.
Esta estadía de estudiante en España fue muy valiosa durante nuestra posterior misión como embajadores en Madrid. Consuelo también había estudiado la secundaria en un colegio de esa capital y, además de amistades de colegio, tenía una percepción clara de la idiosincrasia propia de los españoles. Pudimos insertarnos con mayor facilidad en el medio político, cultural y social de ese fantástico país, que recorrimos extensamente llevando la representación del nuestro. Puedo asegurar con orgullo que en España se admira al Perú mucho más de lo que nos podemos imaginar.
Volviendo a su pregunta: la carrera diplomática tiene un largo proceso de aprendizaje y la he seguido paso a paso con perseverancia, muchas veces con sacrificios familiares. Consuelo ha sido una esposa y compañera increíble durante cuarenta años, abriéndose sus propios espacios, apoyándonos mutuamente, ambos teniendo como norte el servicio al país.
Momentos históricos
—Ha sido embajador durante una época particularmente turbulenta en el Perú, con un presidente que se fugaba y un accidentado retorno a la democracia. ¿Fue más difícil representar a un país con menos legitimidad democrática –como lo era el Perú de fines del siglo XX– que a un país más consolidado en la región, como es el Perú actual?
—El derrumbe del gobierno de Fujimori fue muy traumático para todos los peruanos. En ese momento yo era embajador en España, país que siempre ha tenido una actitud positiva hacia el Perú. La designación de Valentín Paniagua como presidente fue bien recibida en Madrid, y el que nombrara al embajador Pérez de Cuellar como presidente del Consejo de Ministros y canciller le dio una inmediata legitimidad internacional. Recibió un clarísimo apoyo del gobierno del presidente Aznar, tan es así que en setiembre de 2001 se convocó en Madrid a una reunión de los organismos multilaterales y países amigos, que diseñaron una estrategia de cuantiosa ayuda económica al Perú, lo que fue claramente un espaldarazo al gobierno de transición.
—¿Qué tan distinto es ser embajador de un país pequeño y menos importante para el Perú, como Suiza, y serlo en España, Chile y Estados Unidos, países clave para el nuestro, con amplias colonias de peruanos?
—Luego de culminar la misión encomendada en España, asumí el cargo de Embajador en Suiza en 2003, y tuve que cambiar totalmente de chip (ríe). Fue una experiencia muy enriquecedora. Me ayudaron mucho los consejos que me dio Javier Pérez de Cuéllar, pues él fue embajador en Berna en la década de 1960. La cooperación suiza es muy interesante porque no es de tipo asistencial, sino más bien dirigida a potenciar las capacidades de las pequeñas empresas peruanas; plantea las exigencias del mercado europeo y las ayuda a colocar sus productos en esos mercados. Suiza es un país pequeño, pero también bellísimo e interesante.
—Le tocó ser embajador en Estados Unidos durante una de las administraciones más polémicas de la historia de ese país: la de Trump. ¿Afectó eso la relación de ese país con el nuestro? ¿Y a nivel personal?
—Fui nombrado en agosto de 2016 embajador en los Estados Unidos dada mi experiencia en Washington, pues estuve asignado al departamento político de nuestra embajada entre 1984 y 1990. Esta fue una época de tirantez en las relaciones entre ambos países, con políticas económicas diametralmente distintas. Recordemos que en Estados Unidos gobernaba el presidente Reagan [quien era extremadamente popular] y luego el presidente George H. Bush. Precisamente, hace unos días asistí a la solemne ceremonia de su funeral con la presencia de los presidentes Trump, Obama, Clinton, Carter y de su propio hijo, el expresidente George W. Bush, notable muestra del alto nivel institucional de este país.
El presidente PPK fue el primer mandatario latinoamericano en visitar a Trump en febrero de 2017. Hubo una inmediata sintonía, y existía el interés de la nueva administración de cultivar relaciones con el Perú, dado que en abril de 2018 se celebraría en Lima la VIII Cumbre de las Américas, en la que la Casa Blanca puso mucho interés y trabajo. Esta muy positiva dinámica me permitió un acceso especial a las altas esferas del gobierno norteamericano, a las que es difícil penetrar de otra manera.
—Ha trabajado en Chile en plena controversia marítima, y antes trabajó en las negociaciones de paz con Ecuador. ¿Esperaba ser protagonista de momentos tan importantes para la historia de nuestro país?
—Desde que ingresé al Servicio Diplomático trabajé en la Dirección de América de Cancillería y me fui interesando en los temas fronterizos. Es así que pude integrar el grupo de diplomáticos y especialistas que trabajaron en 1998 en lo que es ahora el ejemplar proceso de integración entre el Perú y Ecuador.
Mi experiencia como diplomático en Chile en dos oportunidades (la tercera ocasión fue como embajador) facilitó que el canciller Fernando de Trazegnies me designara cabeza de la delegación peruana que, con un selecto grupo de juristas, negoció la denominada Acta de Ejecución del Tratado de Límites con Chile de 1929.
En 2009, el Canciller José Antonio García Belaunde propuso mi nombramiento como embajador en Chile, justamente en base a este conjunto de relaciones que yo había desarrollado con las instituciones chilenas. Permanecí en el cargo hasta 2014. Fueron cinco años y medio de una delicada misión, pues la controversia por la frontera marítima estaba en manos de la Corte Internacional de Justicia de la Haya.
En todo este interesantísimo periodo desarrollé lo que algunos llaman la ciencia de las relaciones humanas, procurando que la sociedad chilena percibiera al embajador del Perú como un interlocutor confiable y eficiente. Conté para ello con un equipo de brillantes funcionarios diplomáticos en la embajada y con el firme apoyo del canciller García Belaunde, y más adelante también con el de los cancilleres Rafael Roncagliolo y Eda Rivas.
Trabajo en equipo
—Usted siempre ha dejado claro que el apoyo de su mujer, Consuelo Pareja, ha sido elemental para su exitosa carrera. ¿Cuánto de trabajo en equipo hubo para representar a nuestro país?
Consuelo es excepcional, tiene una inteligencia asertiva y un sexto sentido muy desarrollado, además de su gran interés por el desarrollo de los aspectos culturales. Ella procura encontrar sinergias y puntos de unión entre las instituciones culturales peruanas y aquellas de los países en los que hemos estado acreditados.
—No debe ser fácil someter a su familia a mudanzas constantes. ¿Cuál ha sido la experiencia de sus hijos Juan Carlos y José a lo largo de estos años?
Somos una familia muy unida y nuestros hijos participan activamente de mi carrera; en estos tiempos, la fluidez de las comunicaciones nos permite estar muy sintonizados. Creo que el vivir en Estados Unidos, Chile, España y, en el caso de Juan Carlos, en Inglaterra, les ha aportado una formación integral que les permite ver la realidad peruana con un criterio más amplio.