Fernando Berckemeyer Pazos es una figura clave para entender las relaciones diplomáticas entre el Perú y Estados Unidos durante buena parte del siglo XX. Fue embajador en ese país durante casi veinte años y accedió a los círculos del poder en Washington como pocos peruanos antes (y después). Fue amigo personal de los más poderosos de esa época, como John F. Kennedy y su esposa, Jacqueline, el banquero David Rockefeller, el presidente del Banco Mundial Robert McNamara, entre otros. Y su vida estuvo salpicada de deliciosas anécdotas, que aquí se cuentan por primera vez.

 Por Renato Velásquez

Dear Fernando, thank you so much for your magnificent book –“El arte y los toros”–. How I adore it! And how thoughtful of you to send it to me. I will be in Spain for the Feria. Wouldn’t it be wonderful if you were there too? I hope so. All my best wishes to Claribel –and again– my thanks and much, much love”. El destinatario de estas cariñosas líneas, firmadas por Jacqueline Kennedy, es el diplomático peruano Fernando Berckemeyer Pazos, embajador en Washington a lo largo de veinte años y una figura clave para entender la relación de Estados Unidos con nuestro país durante el siglo XX.

Fernando Berckemeyer junto a su esposa Claribel, en la residencia de la embajada del Perú en Washington. La revista “Life” la consideró la mejor de todas las casas diplomáticas en ese país. La pareja posa para el reportaje de la revista con un gobelino de su colección particular al fondo.

Berckemeyer fue cónsul en San Francisco en 1934, luego en Nueva York hasta 1938 y finalmente ocupó la residencia peruana en Washington entre los años 1949 y 1963, y luego nuevamente entre 1968 y 1975, durante los gobiernos de Manuel Odría, Manuel Prado Ugarteche (el segundo periodo) y Juan Velasco Alvarado. Refinanció la deuda externa peruana en dos ocasiones, gestionó el préstamo bancario para la construcción de la Vía Expresa de Paseo de la República y evitó que Richard Nixon aplicara al Perú la funesta ley Hickenlooper, que nos hubiera condenado al ostracismo político mundial tras la expropiación de la International Petroleum Company.

Todo eso gracias a una gran destreza diplomática, pero, sobre todo, a su íntima cercanía con los círculos del poder que se cierran sobre Washington como un campo magnético que atrae a los elegidos, y escupe a quienes no se acoplen a ese entramado de ceremonias, negociaciones y vida social de la ciudad donde se decide el destino del mundo.

Amante del arte, los toros, los habanos y del mejor bourbon, Berckemeyer perteneció a una élite a la que pocos peruanos han tenido acceso. El obituario publicado por el “Washington Post” tras su muerte en 1981 (cuando tenía 76 años) consigna los puestos más altos que ocupó: gobernador del Fondo Monetario Internacional y presidente de la Junta de Gobernadores del Banco Mundial.

Fernando Berckemeyer fue elegido chairman de la Junta de Gobernadores del Banco Mundial.

Pero su verdadero poder no residía en martillos de chairman, sino en un encanto personal que lo hizo amigo cercano de los más poderosos de su época, como el presidente John F. Kennedy y su esposa Jacqueline, el dos veces secretario de Defensa estadounidense Robert McNamara, el banquero David Rockefeller, Katharine Graham, dueña del “Washington Post”, y los Vanderbilt, con quienes se reunía en exclusivos ámbitos como el centro gastronómico de Filadelfia, el Racquet and Tennis Club de Nueva York (ubicado en Park Avenue) o el Pacific-Union de San Francisco, que aún hoy ocupa la mansión del millonario James C. Flood, donde se reúnen los pesos pesados de la Costa Oeste.

San Francisco

Su sobrino homónimo, Fernando Berckemeyer Conroy, lo recuerda como un hombre elegante, pero cercano; formal, pero cariñoso; cosmopolita y a la vez criollo como el más limeño de los limeños. Él conserva anécdotas deliciosas que lo pintan de cuerpo entero, y nos trasladan a un mundo donde todo funcionaba de otra manera.

Su primer destino diplomático fue el consulado del Perú en San Francisco, ciudad con la que mantendría una estrecha relación durante el resto de su vida y a la que llegó en 1934. Allí conoció al amor de su vida: la aristócrata californiana Claribel Rapp, hija de un industrial cervecero.

“Cuando mi tío pasó a recogerla a su casa, aparentemente para una blind date (cita a ciegas), Claribel subió rápidamente las escaleras y le advirtió a su mamá: ‘Acabo de conocer al hombre con el que me voy a casar’”, cuenta su sobrino Fernando, el más querido de todos y con quien tuvo una gran complicidad hasta el final de su vida.

Fernando Berckemeyer a la derecha del presidente estadounidense Dwight Eisenhower, como vicedecano del cuerpo de diplomáticos destacados en Estados Unidos.

El vaticinio se cumplió, y el diplomático peruano llevó al altar a Claribel, quien lo acompañó a su siguiente destino: Nueva York. Allí vivieron hasta 1938, cuando los tambores de guerra ya sonaban en Europa. La pareja vivió esos años durísimos en Suecia, donde Fernando fue nombrado primer ministro del cuerpo diplomático peruano afincado en Estocolmo.

Londres

En 1943, durante uno de los momentos más tensos de la Segunda Guerra Mundial, fue enviado por el presidente Manuel Prado a Londres, donde debió soportar los bombardeos nazis. El objetivo era lograr el estatus de embajada para la dependencia peruana, lo cual se consiguió. Sin embargo, los explosivos alemanes destrozaron la residencia y Fernando y Claribel debieron mudarse al hotel Claridge.

“Entonces mi tío gestionó la compra de la actual embajada peruana en Londres, en la que había vivido Victoria Eugenia de Battenberg, esposa del exiliado rey español Alfonso XIII. Hasta allí llegó a visitarlos la Reina Madre de Inglaterra, en un gesto de agradecimiento por haber seguido adelante con su misión diplomática a pesar del horror de la guerra”, cuenta Fernando Berckemeyer II.

Según él, la monarca quedó admirada con el buen gusto y el sentido de la organización de Claribel, quien guardaba todos sus sombreros en cajas con pequeños agujeros para identificarlos. “Le dijo que se iba a copiar esa idea tan práctica”, cuenta su sobrino.

Con Eisenhower y Manuel Cisneros Sánchez, primer ministro del presidente Manuel Prado.

Una muestra de la excelente relación que unió a Fernando Berckemeyer con la Casa Real británica fue que, años más tarde, en 1952, lo invitaron a la coronación de la reina Elizabeth II. En una ocasión, Claribel tuvo un mal presentimiento al abordar un avión que debía despegar de Portugal con destino a Inglaterra, y obligó a Fernando a descender de la nave. El peruano iba vestido como un caballero (como siempre), con abrigo y sombrero confeccionados por los mejores sastres de Savile Row, y con su infaltable puro en la boca.

Horas después, se enteraron de que el avión había sido derribado por los nazis y que, por lo tanto, el presentimiento de Claribel había salvado sus vidas. ¡Un espía había confundido a Berckemeyer con Winston Churchill! Así lo cuenta el propio ex primer ministro británico en la página 219 del cuarto tomo de sus memorias.

D.C.

La pareja volvió a Estados Unidos en 1949 para ocupar la casa que había comprado Pedro Beltrán en Rock Creek Park, y que hasta hoy es la residencia del embajador peruano en Washington. “Con muy buen tino, mi tío hizo que declarasen monumento histórico el edificio y compró el bosque adyacente. Esto evitó que Alan García, con las ideas socialistas de su primer gobierno, vendiera esa residencia”, cuenta Fernando Berckemeyer II.

Esa casa fue elegida por la revista “Life” como la mejor embajada en Washington D.C., por encima de otras como las de Francia o España, donde era embajador el entonces duque de Alba. Estaba casi totalmente decorada con la colección privada de Berckemeyer, que incluía varios cuadros de Pacho Fierro y Mauricio Rugendas.

Almuerzo en los jardines exteriores de la residencia de la embajada del Perú en Estados Unidos.

Pero no solo se trataba de un edificio hermoso. La atención de los anfitriones también concedía a la residencia un toque especial. “Enrique Chirinos Soto contaba que, durante las cenas, había un mozo detrás de cada silla. El chef principal había sido el segundo de Buckingham Palace y el maitre era un italiano portentoso, que vivía allí mismo con su mujer”, informa Fernando II.

En aquellos salones, los Berckemeyer recibieron en varias ocasiones a los Kennedy. La madre de Claribel había sido íntima de la de Jacqueline, y esa relación se había extendido en el tiempo. De hecho, Fernando y Claribel fueron invitados a la boda de John y Jacqueline, celebrada en Rhode Island, en 1953.

“Estimado señor embajador y señora Berckemeyer, ¡si supieran cuánto me gustan los tres ceniceros de plata peruana que nos han enviado como regalo de bodas! Son lo más hermoso que he visto, y ahora quiero botar toda mi platería y sustituirla por otra hecha en el Perú. Estoy muy contenta de que hayan podido venir a la boda”, agradece Jacqueline en una carta.

Berckemeyer era asiduo en los ágapes convocados por los Kennedy.

En esa misma casa se celebró la reunión entre los Kennedy y el presidente Manuel Prado Ugarteche, quien asistió acompañado de su esposa Clorinda Málaga. Se trata de la única vez que un presidente de Estados Unidos ha visitado la residencia de la embajada peruana.

Fernando seguiría siendo embajador en Estados Unidos incluso durante las juntas militares que sacaron del poder a Prado, pero Fernando Belaunde impuso a su cuñado como su sucesor cuando alcanzó el poder, y Berckemeyer pediría su licencia para dedicarse a sus asuntos personales en San Francisco, y escribir un libro sobre una de sus más grandes aficiones: la tauromaquia.

“El arte y los toros” fue publicado en 1966, y hoy es considerado un libro taurino de colección. A la par, Fernando había ido formando su “museíllo”: un conjunto de cuadros taurinos que exhibía en una casona del centro de Lima, que había restaurado de la mano del arquitecto Héctor Velarde. La colección albergaba seiscientos cuadros, muchos de ellos de gran valor. Destacaban pinturas de Pharamond Blanchard y la tercera impresión de “La Tauromaquia” de Goya, cuarenta litografías del genial español. 

Berckemeyer era amante del arte y el coleccionismo.

Esa colección se vendería muchos años después a la Real Maestranza de Sevilla, cuya feria Fernando no se perdía casi ningún año. “Se ha adquirido la colección pictórica de tauromaquia más importante del mundo”, publicó el diario madrileño “ABC”.

El retorno

En 1968, Berckemeyer volvió a Washington, convocado por el general Juan Velasco Alvarado. El entuerto a solucionar era la expropiación de la estadounidense International Petroleum Company, que el embajador resolvió con gran habilidad diplomática frente a la gestión de Richard Nixon.

Fernando y su esposa Claribel saludan a Richard y Pat Nixon. El embajador peruano tuvo que trabajar duro para que el presidente estadounidense, conocido por su neoliberalismo a rajatabla, no aplicara a nuestro país la enmienda Hickenlooper, que nos hubiera convertido en parias, tras la expropiación de la International Petroleum Company.

“El don de gentes del embajador Berckemeyer, su amplio conocimiento de la Administración de EE.UU., de los vericuetos de acceso al poder, así como del Congreso (debemos tener en cuenta que allá no existe límite para que un miembro del Congreso pueda ser reelegido, los más influyentes pueden llevar 20 o 30 años ejerciendo el cargo) le permitieron una amplia gama de contactos y amistades que amortiguaron las desavenencias entre ambos gobiernos”, indica el ex embajador en Estados Unidos Carlos Pareja, quien califica la gestión de Berckemeyer como “legendaria”.

Su labor diplomática continuó hasta 1975, cuando Velasco Alvarado finalmente aceptó su renuncia. Años después, el sobrino Fernando recuerda haber llevado a su tío a visitar al militar socialista en su casa de Roca y Boloña. “Velasco ya estaba postrado y gritaba orgulloso: ‘Fernando, ¿te acuerdas de Nixon? ¡Ahí tengo las cartas!’”, cuenta.

Berckemeyer pasó sus últimos años entre Lima y San Francisco; y siguió representando al Perú en el Consejo Mundial del Zinc hasta el año de su muerte, en 1981. 

Con Eisenhower, en la Unión Panamericana de Naciones.

“Su legado permanece, y no hay embajador peruano en Washington que no escuche hablar de Fernando Berckemeyer como uno de los mejores diplomáticos que han pisado esa ciudad. Sin embargo, acá en el país poca gente conoce todo el trabajo que hizo por el Perú, al que se dedicó a servir durante los mejores años de su vida”, reflexiona su sobrino, quien fue adoptado como su hijo por el eminente diplomático: un gesto de amor en virtud de la gran complicidad que desarrollaron juntos.

El hombre que financió el Zanjón

Cuando Luis Bedoya Reyes asumió la alcaldía de Lima, en 1964, citó a expertos que conocieran la problemática de la ciudad y buscó en el archivo proyectos interesantes que estuviesen encarpetados. Entre ellos, descubrió uno que planteaba construir una vía expresa en la ruta del ferrocarril Lima-Chorrillos, ideado por Ernesto Aramburú. Le pareció que sería útil para la ciudad, y decidió llevarlo a cabo pese a las críticas de sus oponentes políticos. Sin embargo, hacía falta lo más importante: el dinero. Ese mismo año, Bedoya emprendió un viaje hacia Japón e hizo una escala en San Francisco, donde se reunió con Fernando Berckemeyer. Ambos conversaron sobre la Vía Expresa y Berckemeyer le preguntó por el costo de la obra.

Fernando era conocido por su galantería y buen humor. Aquí, hace reír a Sophia Loren.

“Yo estaba en la luna, pero le dije que no bajaba de 10 millones de dólares”, recuerda el exalcalde en una entrevista a “El Comercio”. A su regreso de Japón, Bedoya pasó nuevamente por San Francisco, donde Berckemeyer lo esperaba para decirle que tenía el crédito. “A 6%, cuando las tasas de ese entonces eran de 9%”, apunta Bedoya. Berckemeyer había pedido el préstamo a su amigo David Rockefeller, presidente del Chase Manhattan Bank, como un favor personal, y este había accedido sin reservas. Gracias a esta gestión, en 1967 se inauguró el primer tramo de la obra de infraestructura vial más utilizada por los limeños.