Para conmemorar el aniversario de uno de los pocos políticos de intachable carrera que ha tenido el Perú en las últimas décadas, COSAS le encargó a su nieto, Javier Bedoya Denegri, un perfil. “Escribe lo que quieras”, fue el encargo. Y esto es lo que nos cuenta.
Por Javier Bedoya Denegri / Fotos por Raquel Foinquinos y archivo de la familia Bedoya
Me encargaron escribir un artículo sobre mi abuelo, Luis Bedoya Reyes, quien el próximo 20 de febrero cumplirá cien años de edad. “Escribe lo que quieras”, me dijeron, e inmediatamente me asaltaron serias dudas sobre cómo enfocarlo.
Pensé resaltar a Bedoya como el principal difusor de la doctrina socialcristiana en el Perú a través del Partido Demócrata Cristiano y, posteriormente, del Partido Popular Cristiano (PPC), aunque él seguramente me corregiría señalando que simplemente continuó y pregonó una corriente ideológica instaurada previamente por don Víctor Andrés Belaunde y, luego, puesta en práctica por el presidente Bustamante y Rivero.
Pensé escribir sobre su breve pero notorio paso por el Ministerio de Justicia y Culto en 1963 relatando, por ejemplo, aquel momento que, cual sheriff del Lejano Oeste, trajo preso a Lima por actos de corrupción al alcaide de la colonia penal del Sepa (penal de alta seguridad en la Amazonía que albergaba a sentenciados por largas condenas). Un hecho sin precedentes para la época y que pocos conocen hizo conocido a Bedoya a nivel nacional en tan solo semanas de haber asumido el cargo.
Pensé que no podía dejar de mencionar a Bedoya como alcalde de Lima, aquel que revolucionó la forma de hacer gestión municipal y realizó obras sobre las que hasta hoy hablamos, como la Vía Expresa de Paseo de la República que conecta Lima con Barranco, pero cuyo proyecto original contiene el empalme con Surco hasta la Panamericana Sur que no fue posible ejecutar por falta de tiempo y recursos.
Lo más lamentable es que Lima ha tenido trece alcaldes después de Bedoya y ninguno ha concluido la obra. De hecho, por el bien de Lima será bueno que nuestro flamante alcalde de Lima no se convierta en el número catorce en omitir la conclusión de esta obra crítica para la ciudad. A propósito de la falta de recursos, es importante destacar la participación de don Fernando Berckemeyer Pazos por su éxito y rapidez en gestionar el préstamo que se otorgó a la Municipalidad Metropolitana de Lima para construir la Vía Expresa de Paseo de la República.
Es posible que su motivación y puntería estuvieran dirigidas al presidente Belaunde, quien dejó sin efecto su designación como embajador del Perú en Estados Unidos con el propósito de nombrar a su cuñado. En todo caso, sin importar cuál haya sido su motivación, gracias a su gestión se hizo posible una obra que sigue beneficiando a todos los limeños.
También recordé al constituyente Bedoya, quien cedió la presidencia de la Asamblea Constituyente de 1978 a don Víctor Raúl Haya de la Torre luego de rechazar el apoyo que las izquierdas le hicieran para ocupar el cargo. En ese momento consideró, por diversos motivos debidamente fundamentados, que le correspondía asumir dicha presidencia a Haya y, sobre todo, porque entendió que era imposible consensuar una Constitución con las izquierdas que nada en común tenían –y tienen– con nosotros, los pepecistas.
En ese sentido, sabía que debía buscar un entendimiento con el APRA –la primera minoría de la Asamblea Constituyente– a fin de consensuar y promulgar una Constitución, como así se logró y, con ello, instaurar, por ejemplo, el modelo económico que ha sido y sigue siendo la garantía viva de la prosperidad en el Perú. Aunque les cueste reconocer a los fujimoristas, la economía social de mercado fue instaurada por el PPC desde la Constitución de 1979.
Finalmente, tampoco podría dejar de mencionar el sostén que Bedoya brindó nuevamente al presidente Belaunde en 1980, cuando este último le solicitó el apoyo del PPC en el Congreso, sobre todo en la Cámara de Senadores, donde Acción Popular no tenía mayoría. En 1985, Acción Popular daría la espalda a Bedoya, sin mayor aviso y explicaciones, al no apoyar su candidatura a la Presidencia de la República, a pesar de que hubo conversaciones en ese sentido.
Ahora muchos se refieren de Bedoya como “el presidente que no tuvimos”, haciendo alusión a la oportunidad que los peruanos perdimos al no elegirlo como la persona que debió conducir nuestros destinos en 1980 o 1985. Estoy seguro de que el Perú de hoy sería otro si Bedoya hubiera sido elegido presidente de la República en cualquiera de esas dos elecciones.
Para hacerla corta, tuve muchas dudas de qué temas tratar respecto de mi abuelo, en la medida en que es parte de la historia de nuestro país y mucho se ha escrito sobre él. Preferí, en consecuencia, evitar tratar hechos que se encuentran bien documentados, principalmente en su autobiografía “Joven centenario, realidades de una vida” (2018). Más bien prefiero contarles sobre Luis Bedoya Reyes, mi papapa.
Jodido como él solo y terco como una mula, no solo es graduado en Leyes –además, miembro de número de la Academia Peruana de Derecho y doctor honoris causa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos–, sino que adicionalmente posee “doctorados” en Medicina, Ingeniería, Arquitectura, Mecánica y cualquier profesión o afición que se les ocurra.
Lo sabe todo y tiene explicación para todo, siempre concluyente con la frase “pero lógico” o “por una sencilla razón”. Determinante pero bromista y querendón, sobre todo con sus nietos y bisnietos, siempre dispuesto a dar el mejor consejo en toda materia –¡hasta los del corazón!–, con mentalidad abierta y actualizado al punto de mantener conversaciones interesantísimas con chibolos de menos de veinte años.
Siempre dispuesto a soltar el comentario que esperabas sin saberlo, como si supiera qué es lo que te preocupa o molesta. Mi papapa es también aquel que se rehúsa a ir a ver médicos porque “él escucha y conoce su cuerpo”, a quien “el alcohol no le afecta los sentidos”, quien siempre está “cojonudo” –repuesta habitual que da cuando se le pregunta cómo está–, quien siempre está con buen ánimo y con ganas de vivir la vida “hasta que el pellejo aguante”.
Seguramente muchos preguntarán cuál es el secreto de Bedoya, y cómo hace uno para llegar a los cien años de edad entero y lúcido. Muchos opinólogos, incluida la familia, barajan varias teorías pero ninguna involucra “retoques” o “reencauches”, por si acaso. Algunos creen que es genética; otros, la alimentación (nunca se priva de comer de todo y, sobre todo, no perdona su tazón de leche por las mañanas y noches, pero con medida para no descuidar y afectar la figura).
De pronto podría ser que evitó los excesos. “Nunca exijas a tu cuerpo más de lo que te pide, pero nunca lo prives de lo que necesita”, siempre nos recuerda. Todo lo anterior hace sentido y puede ser una combinación de todas lo que ha hecho que, felizmente, esté como esté, pero me parece que el secreto es otro: mi papapa es una persona que se mantiene siempre activa y tiene en qué ocupar su tiempo; caso contrario crea alguna actividad.
Siempre dice: “No entiendo a las personas que se retiran a determinada edad, ¿qué van a hacer en sus casas si todavía hay pellejo para rato?”. No concibe la idea de perder actividad física y, sobre todo, mental. Recuerdo que una vez me dijo que “hasta los problemas lo mantienen vivo a uno porque de esa forma estás siempre viviendo para solucionarlos”.
En otra ocasión lo visité preocupado porque no había ido a su estudio de abogados debido a un dolor en la rodilla –sí, sigue trabajando en el estudio– y lo encontré caminando de un lado al otro de su habitación. “¿Qué haces?”, le pregunté. Me respondió: “Diariamente camino diez veces de un lado al otro de la habitación, lo cual significa, según mis cálculos de cuánto mide la habitación de un extremo al otro, siete cuadras al día, aproximadamente. ¡Estoy cojonudo!”, se carcajeaba.
Ese es Luis Bedoya Reyes y quizás el motivo de su longevidad; una persona que, a pesar de las adversidades, pérdidas y sacrificios –no pocos en su vida–, ha sabido poner la mejor cara; optimista, manteniendo una misma línea de conducta, encarando la vida con determinación, sin detenerse ante nada ni nadie, tomando las cosas como vienen y de quien vienen, sin pensar ni temerle a la muerte, pues como alguna vez dijo: “Quien anda pensando en la muerte, ya dejó de vivir”.
Tranquilo por la vida va Bedoya, pues sabe que ha dejado semilla más que huella, y que su prédica ha calado, a pesar de que fue criticado y poco entendido en su momento. Bedoya es consciente de que se puede o no estar de acuerdo con él, pero todo el Perú sabe quién es, cómo piensa y qué quiere para nuestro país. El actuar de Bedoya es precisamente lo que se requiere en el día a día de la política de nuestro país: Bedoya es escuela, compromiso y lealtad.
En lo que a mí toca, y con la dispensa de la audiencia que se ha dignado leer estas cortas líneas, solo quiero agradecer a mi papapa por su ejemplo de vida, decirle que disfruto de cada una de las lecciones, consejos, vivencias y charlas que tengo con él –por alguna razón creo que los recuerdo todos–, nutriéndome de su conocimiento, optimismo y modelo. Por otro lado, reitero a don Luis Bedoya Reyes, socialcristiano, presidente fundador de mi casa política, que ha sido, es y será mi único líder.