COSAS fue el único medio peruano invitado a la inauguración del Rafa Nadal Tenis Centre, que el mallorquín ha creado en Costa Mujeres (Quintana Roo, México). Ya recuperado de sus lesiones, el tenista se prepara para volver a ser el número uno del mundo. Conversamos con él.
Por Renato Velásquez
La leyenda de Manacor (32 años, 1.85 metros de altura y 89 kilos de peso) aparece por una puerta lateral. El actual número 2 del mundo (ganador de 17 Grand Slams: un Australian Open, dos Wimbledon, tres US Open y once Roland Garros) está en Costa Mujeres, pocos kilómetros al sur de Cancún, porque ha elegido este emplazamiento para crear su primer centro de tenis fuera de Mallorca.
El lugar es inmejorable, pues se encuentra dentro del Grand Palladium Costa Mujeres, un resort de lujo en la Riviera Maya.
Desde siempre, Rafa se ha sentido comprometido con el futuro de su deporte (una muestra de ello es su reciente entredicho con Novak Djokovic debido a la salida del presidente de la ATP), y el objetivo de estos centros es fomentar la práctica del tenis y descubrir nuevos talentos que, como él, brillen en los torneos más importantes en el futuro.
Pero a pesar de la buena noticia, Rafa tiene hoy el ceño fruncido, probablemente porque hace pocos días la prensa del corazón española ha filtrado la noticia de su próximo matrimonio con Xisca Perelló, su novia de toda la vida (llevan catorce años juntos), y hasta se ha hablado de una apoteósica despedida de soltero a lo largo de la mítica Route 66 con destino Las Vegas.
Por eso, su representante nos ha advertido minutos antes que Rafa no responderá nada referente a su vida privada. Pero las preguntas van por otro lado.
En varios Grand Slams, Rafa, los premios en la categoría masculina y femenina se han equiparado.
No en varios. En todos.
Sin embargo, en muchos torneos más pequeños sigue existiendo una brecha salarial muy fuerte entre lo que ganan los hombres y las mujeres. ¿Qué opinas de esto?
Más que lo que yo opine, es lo que es: no hay ningún deporte en el mundo que esté más equiparado que el tenis. Por lo cual, no hay que crear una historia donde no la hay. Y si me preguntas por la brecha salarial entre hombres y mujeres, es muy simple: a mí me importa cero que una mujer gane más que un hombre. Si las mujeres venden más que los hombres, estoy encantadísimo de que ganen más. De eso se trata la igualdad: no es querer que te regalen las cosas. En base a que todos somos iguales, no creo que por ser mujer u hombre alguien deba ganar más o menos. Cada uno debe ganar lo que le corresponde.
Has atravesado muchas lesiones a lo largo de tu carrera. ¿Cómo se maneja el dolor en una cancha de tenis?
Pues muy mal (risas). Pero es parte de nuestra vida y no me voy a lamentar, a pesar de haber tenido más contratiempos de los que me hubiera gustado. Desde el 2005, salvo por breves lapsos, no he salido de los cinco primeros del mundo, y eso quiere decir que todas esas lesiones han tenido una buena resolución. Lo importante es no perder la ilusión y la pasión por lo que uno hace.
Tu primer centro de tenis está en Manacor, tu pueblo natal. ¿Por qué has decidido abrir el siguiente aquí, en México?
No tengo mucho tiempo para vacacionar, porque el calendario tenístico va de finales de diciembre a noviembre. Cada vez que tengo un tiempo libre prefiero pasarlo con mi familia y amigos, y cada vez que he venido a esta zona las condiciones de servicio y tranquilidad han sido muy buenas. Además, los dueños de la cadena hotelera Palladium, la familia Matutes, también son de Mallorca, con lo cual nos sentimos en confianza.
Luego de la rueda de preguntas, todos bajamos a las canchas, enclavadas en medio de la selva de Quintana Roo, para jugar algunos games frente a uno de los mejores tenistas de todos los tiempos.
Enfrentar a un monstruo
“Es como si Apolo hubiese descendido de su pedestal y empezara a caminar”, susurra asombrada una periodista española. Esa es la impresión que causa ver a Rafael Nadal de cerca; admirar su rostro bronceado, sus brazos hercúleos, sus piernas invencibles.
En la cancha se le ve mucho más relajado que al atender a la prensa. Está en su hábitat natural: el polvo de arcilla, terreno en el que es considerado “el mejor tenista de la historia”. De hecho, ostenta la mejor racha de victorias obtenidas en Roland Garros de forma consecutiva: cinco, entre 2010 y 2014. Esto debido a que el torneo francés es el único Grand Slam que se disputa sobre tierra batida.
En 2017, cuando Nadal se consagró campeón en París por décima vez, la Asociación Francesa de Tenis le obsequió una réplica exacta de la Copa de los Mosqueteros, privilegio exclusivo del español.
He escuchado decir al periodista de la Red O’Globo, un ex tenista profesional, que para ganarle un punto a Nadal hay que jugarle bajo. “Viene de una lesión a la rodilla y, créeme, no la va a forzar jugando contra ti”.
Recuerdo esta lección mientras elevo la pelota amarilla y saco cruzado. Nadal responde con su zurda casi sin moverse de su sitio. Insisto con otro pelotazo, pero no consigo que salga lo suficientemente baja. “¡Vamos, ahí!”, grita el español. Me pone nervioso. Doy un pésimo raquetazo y mando la pelota a la selva de Cancún. Arriba Rafa, 0- 15.
Sirvo a la red, obviamente. En el segundo intento me sale un golpe esquinado que obliga al campeón a desplazarse hasta el extremo izquierdo de la cancha. Devuelve la pelota con uno de esos gritos que tantas veces he escuchado por televisión, y solo atino a ver cómo rebota en el ángulo interior de mi cancha. Arriba Rafa, 0- 30.
Vuelvo a la carga. Esta vez Nadal responde sin apenas moverse, y yo la lanzo fuera. 0- 40. Ahora sí, llegó el momento de la verdad. Si fallo, no habré conseguido hacerle un solo punto al fenómeno (algo que sería completamente normal, por lo demás). Si lo logro, se tratará de una hazaña que algún día contaré a mis nietos, algo así como meterle un penal a Gianluigi Buffon.
Mi saque es un poco débil y queda corto, con lo que involuntariamente obligo a Nadal a jugar sobre la red. Es casi un hecho que responderá con un tiro fuerte que me dejará sin opción alguna, y todo habrá terminado. Pero no. Su devolución flota sobre la línea de servicio, y la aprovecho dando un suave golpe a uno de los lados. “¡Muy bien!”, me arenga, y sonríe. Un campeón generoso. 15- 40. Es el turno del siguiente aficionado.