Isabel y Mario nos abren las puertas de su casa en Madrid para contar en exclusiva su amor por nuestro país, las dificultades de vivir entre paparazzi y su verdad sobre la ruptura sentimental que dejó en shock al mundo literario.
Por Santiago Roncagliolo Fotos de Darío Aranyo
Cómo odié la isla de los monos.
Mario Vargas Llosa está a punto de contar una historia. En las ventanas descansa un perezoso jardín. Y los pocos ruidos de la casa quedan absorbidos por las alfombras. Parece que el planeta lo escucha con atención.
–Isabel quería escapar de la prensa y gozar de un poco de tranquilidad, en algún lugar sin fotógrafos. Así que me llevó a una isla perdida en la punta de Indonesia…
–Era un parque natural de coral –interrumpe Isabel Preysler–, y era precioso.
Sentada a su lado en el sofá, ella lo observa con desconfianza. Desliza en el relato pequeñas correcciones y desmentidos, que bajan a la realidad las gestas épicas del novelista. Mario continúa:
–Para llegar hasta allá, había que cambiar de avión varias veces. El último, un hidroavión, se caía a pedazos. La isla estaba poblada de monos completamente obscenos que fornicaban o se masturbaban delante de todo el mundo. El mar estaba infestado de serpientes de tres metros que mordían…
–¡Pero sí nos bañamos! ¡Todas las tardes!
–… y dragones de Komodo por todas partes. Un sitio espantoso.
–¡Qué exagerado!
–Total, todo eso para tener un poco de privacidad. Al final, un día llama a Isabel el editor de una revista española. Y le dice: “Se ha colado un fotógrafo en tu paraíso natural y me está ofreciendo 150 imágenes de ti y Mario en la playa”. ¿Cómo llegó el fotógrafo hasta ahí? ¡Isabel ni siquiera les había dicho nuestro destino a sus propios hijos! Pero los paparazzi son temibles. Es imposible librarte de ellos.
Por primera vez en toda la narración, Isabel secunda las palabras de su pareja con pasión. Más aún, con indignación:
–Lo peor es que hay gente que cree que vendo las fotos yo misma. ¡Las venden ellos! ¡Yo no cobro un céntimo!
Escándalo
Los cuatro años de relación de Mario e Isabel han sido un constante huir de los periodistas del corazón.
Ahora mismo, estamos en su casa de Madrid, guarecidos tras una trinchera de altos pinos que rodean el jardín y el camino de entrada, una barrera natural contra cámaras y drones. En algún lugar de la calle, invisibles al ojo no entrenado, se camuflan dos vehículos con fotógrafos, esperando a sus presas. La hija de Isabel, Ana, y su yerno, el tenista Fernando Verdasco, se están quedando en la casa. Y cualquier salida al cine puede convertirse en una persecución por las calles.
Mario tuvo que resignarse a esto desde el principio. Incluso desde antes. Cuando aún no se hacía pública su relación, Isabel pasó una Semana Santa con Enrique y Ana en su casa de Miami. Mario llegó a visitarlos. En teoría, se trataba de un espacio seguro, a salvo de miradas indiscretas. Pero la residencia del cantante tiene una terraza frente al mar. Alguien desde un yate les tomó fotos a los cuatro mientras conversaban ahí. No tardó en llegar la llamada de una cabecera internacional:
–Isabel, ¿estás saliendo con Mario Vargas Llosa? ¿Se lo has presentado a tu familia? ¿Hay una historia que contar?
Años después, sentada entre estanterías de madera repletas de libros, con un retrato al óleo de sí misma que cuelga frente a ella como un espejo, Isabel recuerda su respuesta.
–Le dije al editor que ya estaba cansada de esto. La gente acababa de estar liándome con el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, y yo no quería empezar de nuevo con otro rumor. Lamentablemente, no tenía manera de detener la publicación de las fotos. Al final, lo que nos salvó fue que la terraza de Enrique está techada. Parece una tontería, pero eso hace una diferencia importante: si un juez llegaba a considerar ese lugar como un interior de la casa, podría acusar a la revista de atentado contra la intimidad y condenarla a pagar una indemnización millonaria. Quizá el editor hizo sus consultas legales y por eso prefirió no arriesgarse a publicar las fotos.
Tuvieron suerte esa vez. Aun así, eso solo postergaba una tormenta que iba a estallar tarde o temprano.
–El siguiente fotógrafo nos pilló saliendo del restaurante japonés del hotel Eurobuilding –continúa Isabel–. Mario se acababa de separar de su mujer y llevaba unos días instalado ahí. Yo fui un día a almorzar con él y sentí que algo raro flotaba en el ambiente. Me dio muy mala espina. Los comensales de las mesas de alrededor solo se movían cuando nos movíamos nosotros, salían cuando salíamos nosotros. Todo era muy sospechoso.
Los modales de Isabel Preysler son tan suaves como los cojines de su sofá. Sentada con un conjunto azul y camiseta blanca, con el pelo amarrado en una sencilla coleta, esta mujer no parece haberse estresado jamás. Y, sin embargo, después del almuerzo del Eurobuilding, las cosas se pusieron bastante tensas.
–El editor de “Hola” me llamó para decirme que le estaban ofreciendo fotos de nosotros saliendo de un hotel. Yo le expliqué que solo éramos viejos amigos. Tan viejos que nos hicimos amigos precisamente cuando lo entrevisté para “Hola” en 1986. Y estábamos comiendo como tales en el restaurante del hotel. El editor me creyó. Pero me advirtió: “Si las guardo, es casi peor. Una foto escondida despierta sospechas. La gente se preguntará por qué no la publico. Y se desatarán los rumores”.
Isabel ya había vivido un escándalo cuando salió a la luz su relación con Miguel Boyer, el ministro de Economía y Hacienda de Felipe González. Ambos habían empezado a verse estando aún casados con otras personas, lo cual despertó un torbellino de morbo. Definitivamente, no quería repetir esa experiencia.
Tuvo que resignarse a la publicación de las imágenes. Sin embargo, en atención a sus años de relación con la revista, recibió un trato especial:
–El editor fue exquisitamente cortés. Con gran amabilidad, para evitar las habladurías, planeó un cuidadoso control de daños: en las fotos publicadas no aparecía el logo del hotel. La nota solo informaba que habíamos ido a comer a un céntrico restaurante. Así se le quitaría importancia a la ocasión. No tenía que ser nada especial. Por favor… ¡llevábamos décadas siendo amigos! ¡Habíamos salido juntos con nuestras parejas muchas veces!
La revista llegó a los quioscos por la mañana con su mensaje amortiguado. A pesar de los esfuerzos de contención, la respuesta saltó casi de inmediato: a primera hora de la tarde, la familia de Mario publicó un comunicado en el que desmentía categóricamente la relación entre él e Isabel.
–No fue la portada lo que desató el escándalo –argumenta Isabel–, sino el comunicado. Porque precisamente confirmaba lo que la nota intentaba ocultar. Y eso atrajo a la prensa. Fue entonces cuando se nos abalanzó el enjambre de fotógrafos.
Esa noche, la pareja tenía planeado salir a cenar a un restaurante. Para no echar leña al fuego, Isabel propuso quedarse en casa y evitar a los periodistas. Pero en algún momento iban a tener que admitir lo que ocurría. Y Mario había decidido dejar de esconderse. Argumentó:
–Ahora sí que salimos a cenar. Con más razón. Porque ese comunicado no dice la verdad. Y no puedes dejar que decida tu vida un grupo de paparazzi.
Esa noche, al subir al carro para ir al restaurante, estaban declarando el inicio de la temporada de caza para fotógrafos.
Reconstruyendo el mundo
En el Perú, la familia Vargas Llosa siempre fue mucho más que un núcleo doméstico. Durante unos treinta años, su presencia se ha dejado sentir en el mundo cultural y político como un equipo. Dos generaciones de periodistas, artistas y políticos han trabajado con –o contra– los hijos de Mario. En 2014, al iniciar su discurso inaugural de la Feria del Libro de Bogotá dedicada al Perú, el presidente colombiano Juan Manuel Santos saludó al presidente Humala, a continuación a toda la familia Vargas Llosa, y solo al final a los ministros, parlamentarios y diplomáticos.
Así que, cuando la ruptura del matrimonio se hizo pública, las ondas sísmicas resonaron mucho más allá de los muros de su casa. Los escritores peruanos recibimos decenas de llamadas de periodistas que nos pedían declaraciones. Los organizadores de eventos literarios se preguntaban si Vargas Llosa asistiría. Los diplomáticos peruanos en España no sabían adónde llamarlo, ni si debían hacerlo.
Por supuesto, en el ojo del huracán se encontraba el mismo novelista:
–Fue una pesadilla que no te puedes imaginar.
Mario se lleva a la boca un mixto caliente. En la mesa también hay un bizcocho con mermelada, pero él solo toma el sándwich, e Isabel ni siquiera eso. La admirable condición física de ambos –ella acaba de cumplir 68 y él, 83– exige sacrificios.
–Los periodistas se pasaban el día en la puerta de la casa. Incluso comían ahí. Eran tantos que jugaban fútbol en la calle. Se metían en todas partes. Y, si salíamos, nos perseguían en coches y en motos.
Mario acostumbraba dar largas caminatas. Pero era imposible poner un pie fuera de la casa. Fue necesario ampliar la piscina de jardín para que cambiase de deporte y nadase entre los pinos, a salvo de los teleobjetivos. Incluso Isabel, con décadas de experiencia ante los focos, se sintió desbordada. Y sobrevivir al acoso no era el único reto. En un plano más íntimo, necesitarían tender puentes entre Isabel y la vida de Mario.
El novelista celebró su cumpleaños 80 ya del brazo de su nueva pareja, con una cena en un majestuoso hotel de la avenida La Castellana: cientos de invitados y la mayor densidad jamás vista de presidentes por metro cuadrado. Cada mesa llevaba el nombre de una novela del homenajeado. Los cubanos, notorios opositores a Fidel, se reunían en torno a “El hablador”. Los exmandatarios Álvaro Uribe y José María Aznar departían en “Conversación en La Catedral”.
Entre todos esos ciudadanos ilustres, el único miembro presente de la familia Vargas Llosa fue su hijo Álvaro, escenificando que ahí no solo se había roto una pareja.
La crisis familiar también representó un shock muy duro para sus amistades peruanas. Algunos antiguos compañeros cerraron filas con Patricia. No aprobaban lo que había ocurrido ni cómo había ocurrido. Otros, intelectuales de la vieja escuela, despreciaban de plano lo que Preysler representa: la socialité más glamorosa de España les parecía una compañera inadecuada para un premio Nobel de Literatura. Uno de estos me dijo hace tres años, después de visitar al novelista, sacudiendo la cabeza con melancolía: “He visto a Mario con zapatos y sin medias. ¡Con zapatos y sin medias! ¿En qué se ha convertido?”.
A finales de 2015, se inauguró el festival literario Hay en Arequipa, ciudad natal de Vargas Llosa, con la intención de que él lo apadrinase. Pero no hubo viaje del Nobel al Perú. No entonces.
–Tardamos un año en viajar –admite él–. Y, cuando lo hicimos, fuimos a Arequipa y Cusco en avión. Tomamos el tren a Machu Picchu. Solo pasamos un día en Lima.
En su única noche limeña, Mario agendó una cena íntima con Fernando de Szyszlo, ‘Gody’, su mejor amigo, a quien Isabel recuerda con aprecio:
–Gody fue muy cariñoso conmigo desde el primer momento. ¡Y cómo nos reímos esa noche! Estuvo muy gracioso. A la salida de su casa, como también ahí había una nube de fotógrafos, se hizo una foto con nosotros.
Esa fue la última vez que se vieron Mario y Gody. El pintor moriría meses después en un accidente doméstico. También la agente histórica del escritor, Carmen Balcells, recibió a Isabel con simpatía. La pareja cenó una noche en su casa y Carmen preguntó riendo: “Mario, ¿a ti cuánto te duran las novias?”. Pero también ella falleció, dos días después de ese encuentro. Isabel había llegado a la vida de Mario cuando partes de ella comenzaban a dejarlo.
A pesar de todo, el tiempo también se convirtió en un aliado: el año pasado, durante el Hay Festival de Arequipa, la familia Vargas Llosa escenificó una reconciliación, o al menos una normalización de sus relaciones. Por primera vez, se dejaron ver casi todos en la misma ciudad, aunque nunca en los mismos actos. Mario asistió a un coctel con su exesposa Patricia y su hija Morgana. Entre el público de su charla, se encontraban Isabel y dos hijos. Un protocolo casi palaciego emitió al mundo literario y al Perú el mensaje de que las heridas iban cerrando.
Y, sin embargo, el novelista confiesa que no todo es color de rosa:
–Algunos temas aún son tabú entre nosotros. Pero, poco a poco, he ido restableciendo una relación amistosa y cordial con buena parte de mi familia. No con todo el mundo, pero sí con buena parte. Eso es muy importante. Sobre todo porque tengo cinco nietas y un nieto. No me los quiero perder.
Territorios comunes
Hay cosas que no hace falta compartir. Como la política. Isabel no asiste a actos partidarios. Y se considera más de izquierda que su pareja. En sus propias palabras:
–Tengo el corazón a la izquierda, pero la cabeza a la derecha.
Un irónico Mario replica:
–Esa es una debilidad aceptable. Pero no serás feminista, ¿verdad?
–Mis hijas me consideran una feminista radical. Bueno, creo en la igualdad salarial, estoy contra la discriminación… Pero me disgusta el extremo frívolo de imponerles a las mujeres un aspecto determinado. ¿Por qué vas a ser menos respetable si llevas tacones o te pintas los labios?
Hay otros territorios que una pareja sí suele recorrer junta, como su propio pasado. Isabel ha llevado a Mario a su natal Filipinas. Ha visitado con él su colegio, donde una anciana monja aún recordaba sus travesuras infantiles. Y le ha presentado a su numerosa familia. Por su parte, Mario ha intentado acercarla cada vez más al Perú.
De momento, ella ya tiene recuerdos entrañables del país:
–Machu Picchu es muy impresionante. Y, además, cuando subimos, en un día despejado, con la cordillera de un lado y la selva del otro, Mario leyó “Alturas de Machu Picchu” de Neruda. Fue un momento hermoso, mágico. ¡Además, no te puedes imaginar cómo eran de cariñosos los peruanos conmigo!
Mario confirma esto último:
–Una vez, en un pequeño pueblo de Cusco, paramos el carro para ir al baño. Y todo el pueblo se acercó a tomarse fotos con Isabel. No conmigo, que soy el peruano, sino con ella. ¿Cómo podían saber quién era Isabel en ese pueblito?
En febrero de este año, Isabel y Mario acudieron juntos a la inauguración de la feria de arte contemporáneo ARCO de Madrid, con el Perú como país invitado, y a la recepción ofrecida por el presidente Vizcarra, con presencia del rey Felipe. La cita visibilizó a una Isabel perfectamente integrada, moviéndose como pez en el agua entre los invitados nacionales.
–Ya me siento parte del Perú –asegura ella.
Mario asiente riéndose:
–Ya dices “hasta lueguito”, algo que ningún español diría…
–Es que todo se pega. Ahora, cuando salimos a la calle, le digo a Mario que se ponga la chompita. Mis niñas me miran extrañadísimas y me preguntan: “Mamá, ¿qué es una chompita?”
Dirección de producción: Selma Alabau. Estilismo: Cristina Reyes. Maquillaje: Lola Viraz. Agradecimientos: Isabel Sanchís Costura, Heaven de Dolores Promesas, Etro, Mon&Pau, Aquazzura, Rabat.