Beatriz Málaga, madre de la bailarina y coreógrafa Vania Masías, nos abrió las puertas de su casa para compartir junto a su hija una emotiva sesión de fotos. Entre miradas cómplices, la fundadora de la Asociación Cultural D1 rememoró episodios de su infancia y juventud a su lado, y cómo su madre ha influenciado en los aspectos más importantes de su vida.

Por Angie Yoshida. Fotos Elías Alfageme. Dirección de arte Luna Sibadon.

“Es la primera vez que mi mamá posa para una revista”, revela Vania Masías, aún sorprendida de que su madre haya aceptado la propuesta. Reconoce que son pocas las oportunidades que tienen de tomarse un retrato profesional juntas y que siempre le ha parecido extraña su negativa a aparecer en un medio, siendo la persona que es y teniendo tanto por contar. “No es porque sea mi mamá, pero es una de las mujeres más guapas y elegantes de Lima. No lo digo yo, lo dicen todas las personas de su generación”, afirma la bailarina con orgullo.

“Es una mujer completa. Hermosa por dentro y por fuera, una de las personas más cultas que conozco, se lee un libro a la semana y resuelve el Geniograma de ‘El Comercio’ en minutos”. Los elogios no paran. “Dueña de una creatividad única, escribe y pinta muy lindo, tendrías que verla”, sonríe emocionada.

Fue precisamente Beatriz quien la introdujo al ballet y le brindó la confianza necesaria para alcanzar sus sueños en la pista de baile. Vania recuerda que creció escuchando música clásica y que uno de los regalos más significativos de su vida lo recibió de manos de su madre: un caset de la obra orquestal “Scheherazade”, del compositor ruso Nikolái Rimski-Kórsakov, que heredó de su abuelo. “Escucha la música y crea tus historias, usa tu imaginación”, le decía. “Qué importante es tener a tu madre al lado, para que te dé la seguridad para arriesgarte en la vida y hacer locuras”.

Vania acaba de cumplir 40 años, es la menor de cuatro hermanos y la única mujer del clan Masías Málaga. Pasó buena parte de su infancia y adolescencia en Lima, al cuidado de Beatriz, quien entonces se desempeñaba como socia y diseñadora de modas de Fina, la primera boutique de Lima, ubicada en Chacarilla. Recuerda con nostalgia que su padre debía viajar cada semana a La Calera, la hacienda de la familia en Chincha. A diferencia de sus hermanos mayores, que crecieron en contacto con la naturaleza hasta los 10 años, ella solo podía ir allá los fines de semana.

Cincuenta años atrás, sus padres llegaron a Alto Larán a construir su futuro y el de miles de pobladores de la comunidad iqueña. Un matrimonio joven con un poderoso compromiso social que se refleja ahora en el cariño y el respeto ganados entre los pobladores. “Si hago obras sociales es porque mi mamá me lo enseñó desde la infancia”, confiesa. “La labor que desarrolla hasta hoy en Chincha es maravillosa, y nadie se entera de eso porque lo hace de manera silenciosa. Todo el tiempo está pensando en qué es lo que necesitan los trabajadores de la hacienda, en cómo hacer que se sientan mejor. Es pionera hablando de temas como el control de la natalidad a mujeres que llegaban de Ayacucho, de Huancavelica, a trabajar a Ica, escapando del terrorismo. Sendero Luminoso no entró en La Calera. Lo hizo en todas las haciendas, pero no en esta porque la comunidad no permitió que sucediera. Eso habla mucho del trabajo que se realiza ahí”.

madre

“Algo que para mí es ley es estar con mis hijos desde que salen del colegio hasta que se acuestan; trato de pasar el mayor tiempo posible con ellos”, dice Beatriz Málaga.

Actualmente, Beatriz lidera la fundación La Calera, a través de la cual brinda apoyo nutricional y educación a los hijos de los más de tres mil trabajadores de la hacienda. Ha creado guarderías y espacios de desarrollo para personas de la tercera edad, además de participar activamente en la asociación ANIA, fundada por Joaquín Leguía, desde donde promueve prácticas de responsabilidad social y ambiental en la niñez y la adolescencia.

“La filosofía que comparten mis padres de ‘si los demás están bien, todos vamos a estar mejor’ es algo que he aprendido de ellos, y que debemos aprender todos los peruanos. Es una manera de gestionar en la que se impulsan los valores que necesitamos”, asegura. Madre e hija lucen tan distintas y semejantes a la vez. Intercambian miradas cómplices y sonrisas de satisfacción frente a la cámara. Vania afirma que, a su lado, su madre siempre destaca. “La puedes ver en un matrimonio como la persona más elegante y luego en Alto Larán metiendo pala. Es una mujer muy sencilla y humana. Brilla con luz propia”.

Retrato de mamá

La fundadora de la Asociación Cultural D1 acaba de regresar de un viaje de dos semanas, que confiesa que le pareció interminable. “Es la primera vez que me separo tanto tiempo de mis hijos. Me costó muchísimo”. Pero sabe que todo sacrificio tiene su recompensa: el abrazo cálido de los suyos. Al igual que Beatriz, Vania alterna su rol de madre y profesional a carta cabal. Durante los días que pasó fuera del país, participó en el programa Global Leadership and Public Policy de la Universidad de Harvard, en su calidad de Young Global Leader –distinción otorgada por el World Economic Forum en mérito a su destacada carrera en el ámbito artístico y social–; acudió a una cena con el embajador del Perú en el Reino Unido, Juan Carlos Gamarra Skeels, y su esposa; y visitó los teatros londinenses donde tiene planeado montar el espectáculo “D1 Mismo” en noviembre próximo.

Pero, a su regreso, la agenda se tornó aún más apretada. “Algo que para mí es ley es estar con mis hijos desde que salen del colegio hasta que se acuestan; trato de pasar el mayor tiempo posible con ellos. Si tengo que ir al teatro o a los ensayos lo hago a partir de las 8:30 p.m. Pero, desde octubre, he asumido la dirección coreográfica del espectáculo que se presentará en la ceremonia de inauguración de los Juegos Panamericanos Lima 2019, y la semana pasada iniciaron las audiciones. Eso me toma desde las 5 hasta las 10 p.m. Es un horario aparte de mi trabajo habitual”, comenta.

Ha tenido que pedirle a su madre que se quede en Lima unos días y la apoye cuidando por unas horas a Adrián (8) y Mar (5), dos de sus diez nietos. “Es la mejor abuela del mundo. El hecho de dejar a mis hijos con ella me deja tan tranquila como si yo estuviera con ellos. Sé que les va a leer unos cuentos maravillosos, que los va a apachurrar y engreír al máximo”.

La presencia materna es vital en el desarrollo de toda persona. Vania lo ha vivido intensamente y, por eso, aunque sus compromisos laborales consuman buena parte de su día, busca calidad de tiempo con sus pequeños. “Aunque mucha gente crea que no, y que trabajo un montón, siempre estoy ahí pendiente para ellos. Lo que más me gusta en el mundo es meterlos a mi cama y estar juntos”. Vania cae en la cuenta de que ese pequeño gesto de meter a sus niños al lecho materno es otra de las muestras de afecto que heredó de Beatriz. Eso y su gusto por el café, que nació casi a la fuerza, abrazada de nostalgia.

“Lo primero que mi mamá hace cada mañana es tomar una taza de café. Antes de ir al colegio, entraba a su habitación a despedirme, me metía a su cama y sentía el olor del café. Cuando tenía 15 años, pasé tres meses en París como parte de mi crecimiento como bailarina. Los ensayos eran muy duros, extrañaba mucho a mi madre, me sentía sola. Pero al pasar por las cafeterías y sentir el aroma, créeme, olía a mi mamá. Así fue como empecé a tomar café, porque necesitaba sentirme más cerca de ella”, relata.

Pero no solo evoca su ausencia. Durante un verano completo, Beatriz acompañó a su hija y le dedicó cada minuto que pudo de su formación. “En el ballet, era muy exigente”, comenta. “Tengo recuerdos de haber estado bailando ‘El lago de los cisnes’, el ballet más complejo de todos, y verla frente al escenario, siempre ahí con una toallita. Me daba tanta ternura. Siempre incondicional, mi mamá. Eso es algo que se lo voy a agradecer toda la vida”.

A pocos días de celebrar el Día de la Madre, es probable que la familia Masías Málaga se reúna para festejar a la matriarca, como lo hace por tradición cada lunes por la noche o cada fin de semana largo en La Calera. Quizá en la intimidad de su hogar Vania comparta otro retrato para la posteridad junto a Beatriz. “Los años están pasando y no sé cuántas más oportunidades vamos a tener para estar juntas”, sentencia, convencida de que son esos momentos que día a día inmortaliza a su lado los que la inspiran y fortalecen como profesional, como ser humano, como madre.