“No suele dar entrevistas en su casa. Has tenido suerte”, me advirtieron dos de sus amigos, el productor teatral Lino Patalano y el actor José Luis Mazza. Un jueves por la tarde toco el timbre de esa fachada negra ubicada en el barrio de Palermo. Darín me abre la puerta, me invita a pasar a través de un largo pasillo y nos acomodamos frente a frente, sobre las bancas de una mesa de madera, en su terraza. “Hablemos de lo que quieras”, me dice. Empezamos.

Por Mariano Olivera La Rosa

¿Querés tomar algo? –pregunta Darín.

¿Qué tienes?
Lo que quieras… ¿Un whisky, un pisco…?

¿Pisco peruano o chileno?
Ahora te digo.

Se pone de pie. Entra a su cocina. Mientras tanto, aprovechando la ausencia de su compañero humano, uno de sus tres bulldogs franceses se acerca, menea la cola y me olfatea. Asumo que es su amistosa manera de saludar.

¡Es peruano! –anuncia Darín, victorioso, con esa sonrisa característica suya: sus ojos azules se achinan, sus incisivos centrales toman protagonismo. Todo indica que es un gran anfitrión, de esos que quieren que te sientas en casa, así apenas te conozcan–. ¿Qué querés? ¿Un chupito?

Le digo que un chupito estaría bien, y al instante vuelve con dos chupitos y una botella intacta de pisco.

Vamos, haceme el honor –me dice señalando la botella, que aún tiene el precinto puesto.

Brindamos.

Rico, ¿eh? –comenta, pese a que él es más bien de whisky y ron.

«¡Wow!, eso fue mucho. Uno vuelve modificado de esas experiencias”, contó Darín sobre su viaje a Cusco.

Me interesa hablar de la obra que presentarás de vuelta en Lima, “Escenas de la vida conyugal”, pero además de tu viejo (Ricardo Darín padre, quien también era actor) y del Chino (Ricardo Darín hijo, otro actor que ya ha alcanzado reconocimiento internacional gracias a sus roles en la televisión y el cine argentinos y españoles). En el Perú tenemos próximo el Día del Padre.

Hablemos de lo que quieras –desafía. Se le nota relajado. Transmite todas las señales de un tipo contento.

Empezaste siendo Ricardo Darín (h).

Sí, señor.

Después fuiste Ricardo Darín, y poco a poco estás siendo Ricardo, el papá del Chino Darín.

Bueno… No nos adelantemos. Eso ya le pasó a mi viejo, pobre. Por una cuestión burocrática, en las oficinas argentinas de actores, cada vez que teníamos que pasar a hacer algún cobro o lo que fuere, me ponían “Ricardo Darín (h)” y a él Ricardo Darín. Entonces, un día, yo era muy pibe, le dije, porque me jodía eso de la “h”: “¿A vos te molestaría mucho que me sacara la ‘h’?”. Y las vueltas que tiene la vida, otro día fui a cobrar después de haber dicho que me sacaran la “h” y estaba lo mío como “Ricardo Darín” y a él le habían puesto “Ricardo Darín (p)” –suelta una carcajada–. Y ahora me va a tocar a mí la “p”, porque todo se paga acá.

Desde los ochenta él ya era Ricardo Darín padre, imagino.

Sí. Es que mi viejo tuvo una larga trayectoria, pero, como hizo de todo, su cerebro y su corazón estaban subdivididos en tantas cosas como él abarcaba. Era una especie de aventurero, ¿viste? Era aviador, poeta, actor…

Tu viejo falleció hace treinta años. ¿Tú tenías treinta y dos?

Treinta y uno.

¿Cómo se lidia con la muerte de un padre a esa edad? ¿Él ya avisaba, ya venía enfermo?

No, él se enfermó el último año muy mal, una de esas cosas terminales, ese tsunami avasallante que se lleva todo puesto… Con respecto a lo que vos decís, no hay forma: en realidad, el único bálsamo que existe para semejante dolor es el tiempo. Lo reacomoda en algún lugar del corazón como para que no te broten las lágrimas todos los días. A mí me llevó años; casi te diría más de una década. Durante mucho tiempo no podía hablar de mi viejo sin ponerme a llorar. Pero taparlo, no lo tapa nunca; el dolor está ahí. Es el dolor de la ausencia.

En 2018, estuvo a las órdenes del reconocido cineasta iraní Asghar Farhadi en “Todos lo saben”, donde compartió protagonismo con Penélope Cruz y Javier Bardem.

Has narrado cómo fue ese momento en el que llegaste a la casa de tu padre y, de alguna manera, evidenciaste esa lección que él te dio de “no tengo nada, porque todo es mentira”. ¿Cierto?

Ajá. La propiedad no existe.

Me hizo acordar a Kazantzakis (autor de la novela “Zorba el griego”, en la que se inspiró la inmortal película del mismo nombre). En su epitafio se lee: “No espero nada, no temo nada, soy libre”.

Uno tiene que andar siempre ligero de equipaje, no tiene que anclarse a las cosas materiales porque son una trampa… Ese tipo de cosas las escuché desde que nací. Y siempre tenían un manto de sospecha, de “bueno, cuál es la correlatividad que tiene esta teoría con la práctica cotidiana de la vida”. Y, cuando murió, fue de tal contundencia eso… A esa edad, la verdad que frecuentaba bastante poco la casa de mi viejo. Por otra parte, era un departamento alquilado, muy austero, él vivía solo, y, claro, con su desaparición tuvimos que ir con mis dos hermanas (Alejandra y Daniela, hija del segundo compromiso de su padre). Fuimos un día a hacernos cargo, había que devolver ese departamento, en fin, no conocíamos mucho ese espacio, y allí cayó como una cortina metálica la contundencia de que todo lo que venía pregonando estaba plasmado en la realidad: no tenía nada… ¡Pero nada! No estoy exagerando. Era una especie de ermitaño metido en la ciudad, una cosa muy loca.

¿Cómo interiorizaste esto? ¿Lo has querido aplicar en tu vida?

No, ni en pedo… No pude. No me justifico, pero yo tuve otro recorrido. Mi viejo era un romántico, un poeta oscuro. En teoría, está mal que lo diga, porque pareciera que el motivo por el que él pregonaba esto era porque su vida estaba plagada de obstáculos, pero la verdad es que fue un tipo que tuvo diversas suertes. Era muy emprendedor. Inventó con un amigo la que fue la primera revista de televisión en la Argentina; permanentemente se planteaba cosas medio locas. No es que fuera un indigente al que no le quedó más remedio que abrazar esa teoría. Yo tuve mucha suerte desde el comienzo. Siempre. Siempre me llamaron para trabajar. Entonces, consciente o inconscientemente, empecé a transitar un camino, lo digo no con vergüenza pero sí con el peso que de eso sobreviene; fui adquiriendo cosas más allá de mis pretensiones. No soy muy buen administrador, nunca lo fui, tampoco me preocupaba no serlo, pero también es cierto que yo generaba mucho, facturaba mucho…

¿Te ha pesado alguna vez?

El tema es el contraste. Es bravo, todavía no lo tengo resuelto. El contraste con muchas realidades que uno observa, palpita y toca de cerca de gente decente, trabajadora, maravillosa, a la que le cuesta un huevo remar en el barro; y frente a eso está la gran suerte, la gran ventaja que se me presentó en la vida de que nunca me faltara el trabajo. No me produce culpa, pero sí cierta incomodidad.

Junto a la actriz Soledad Villamil y el director Juan José Campanella, en pleno rodaje de “El secreto de sus ojos” (2009), ganadora del Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera.

Por la noche estaba viendo la tele acá. Está plagada de programas políticos totalmente siniestros, en el sentido de que todos se quejan, de un lado o del otro.

Sí, todo es negativismo.

Hay mucha insatisfacción, y en algún momento hablaban de la crisis que incluso están viviendo las celebridades, por la inflación y demás, y dijeron: “Bueno, unos cuantos se salvan, los Francella, los Darín”… Tú podrías vivir en cualquier ciudad del mundo, pero has decidido seguir viviendo en Buenos Aires.

Sí, este es mi lugar, aquí hay demasiadas cosas que me enamoran, no diría me atan, pero tengo todo acá, mi familia, mis amigos, mi casa…

Un galán cómico

¿En algún punto, por ser hijo de actores, sentiste que esta profesión era la que te tocaba, que no tuviste otra elección?

No es que hubo un momento para que me planteara esto, pero todo remitía al mismo lugar. Siempre lo asocio a lo que debe ser la vida en el circo. Los hijos de los artistas circenses están al alcance de los trapecistas, de los prestidigitadores… Un buen día, que creo fue mi bautismo aunque no lo recuerde, necesitaban a un chico de dos años para un programa de televisión y yo andaba por ahí dando vueltas entre los cables del estudio, y dijeron: “¿Por qué no lo hace Ricardito? Metelo, a ver qué hace”. Lo que ocurre es que la cercanía, el contacto, la frecuencia, el acompañar a mis padres a muchos trabajos, sobre todo a mi madre, al teatro y demás, hizo que empezara a tener una mirada sobre lo que es el mundo del espectáculo desde dentro de la cocina, no desde el otro lado del mostrador. Entonces, algo de la inhibición que un niño puede tener frente a todo eso ya estaba fraguado. Para mí era como mi casa. Me acuerdo que trabajaba en un programa de televisión donde éramos todos niños de diez u once años, en la época en que la televisión no hacía mucho tiempo que existía, y era muy común que los canales fueran visitados por los colegios; llevaban a los chicos de tour para conocer un estudio, y me acuerdo que a mí lo que me llamaba la atención era cómo los chicos se asombraban al mirar todo, y yo recuperaba un poco ese asombro a través de la mirada de ellos.

Darín volverá a Lima como protagonista de la obra teatral “Escenas de la vida conyugal”, que se presentará del 26 al 30 de junio en el auditorio del Colegio Santa Úrsula.

Años después entraste a esta fase, incluso tuviste un grupo, de “los galancitos”, ¿no?

Bueno, eso fue después, yo ya era un anciano.

A lo que voy es que los actores que han sido o son galanes tienden a ver por encima del hombro y con un poco de roncha el tema de ser galán. No les gusta la etiqueta.

(Risas) ¡No les gusta porque se lo tomaron en serio!

¿Tú te sientes cómodo asimilando que has sido un galán en un momento de tu vida?

Yo era un galán cómico, un rol que en el arte escénico está extinguido… –Toma un sorbo de pisco–. ¡Bah!, cada tanto aparece algún payaso y digo: “Este es galán cómico”. Lo uso siempre un poco metafóricamente, porque nunca me tomé demasiado en serio el tema del galán en la telenovela. Siempre me causó gracia; es más, fui echado varias veces de algunos elencos por provocar disturbios con mis burlas.

¿Nunca te llegaste a sentir un galán?

No, porque se nace y se muere galán. Galán es el que…

Nosotros tenemos a Christian Meier, por ejemplo. Pero a él le molesta que le digan galán.

Claro. Eso es como ver el jardín del otro más verde que el tuyo. En realidad, debería sentirse orgulloso de ser un galán, no cualquiera puede serlo. Es una oportunidad que te da la naturaleza de creerte que sos lindo –vuelven las risas–. El tema es tomárselo demasiado en serio. Creo que no hay que tomarse demasiado en serio nada en este oficio, porque es muy peligroso, muy corrosivo. El entorno de este ambiente tiende a construir fenómenos, monstruos, genios, capos, maestros, titanes, y todos esos epítetos que, si uno no está parado sobre su eje, pueden tender a marearte, a tenerte tonto. Hay que ir tranquilo, no pensar que un fracaso es el fin del mundo y lo que sobreviene es el abismo, ni tampoco que un éxito, o un acierto, que es un término que me gusta más, significa que ya sos un fenómeno y que nadie te va a mover de ese lugar, porque no es así.

¿Dirías que has fracasado a lo largo de tu carrera? Desde fuera se ve superexitosa.

Bastante poco he fracasado, por eso es que no me gusta ninguno de los dos términos, ni el éxito ni el fracaso.

Darín ganó el Goya a Mejor Actor en 2016 por su rol en “Truman”.

¿Cuán profundo te han llevado esos pocos fracasos? ¿Eres un tipo de caídas o sabes lidiar bien con ellos?

Yo no me creo nunca demasiado nada. Desconfío. Que una película o una obra de teatro sea exitosa o altamente recibida por la audiencia no depende de una sola persona, sino de muchas, y generalmente se lo atribuyen a una o dos. Ya de arranque me suena injusto.
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Nunca me abrazo demasiado a esas cosas. Esto no significa que uno no pueda disfrutar de un acierto y padecer un desacierto, pero con mesura, con tranquilidad.

¿Haces algún tipo de introspección psicológica, como la mayoría de actores?

Permanentemente. No en términos profesionales, lo he hecho en una época, pero sí conmigo mismo y, en muchos casos, cuando tengo suerte, lo puedo hacer con mi mujer, con mis hijos. Con mi hijo (el Chino) tengo bastantes charlas de ese calibre. Esas durante las que uno se permite reflexionar o mostrar sus entrañas, poner sus miserias sobre la mesa para analizarlas, investigarlas; eso es saludable.

Es hermoso poder tener eso con un hijo, ¿no?

Es lo máximo.

¿Siempre han tenido ese vínculo o es reciente?

Casi te diría que últimamente. El hecho de que hayamos abrazado un mismo oficio y que él haya transitado un camino que yo transité hace mucho tiempo nos permite tener muchos más puntos en común.

Una del recuerdo, junto a sus hijos, Ricardo Mario, más conocido como ‘Chino’, y Clara. “Vacaciones, mate, peluca y familia”, titula el Chino a esta foto que publicó en su cuenta de Instagram.

¿Te dio miedo que siguiera tu mismo camino siendo tu hijo?

Sí, tuve un momento de zozobra, porque una cosa es una pretensión, un deseo, un instinto, una vocación, y otra es que los demás lo acepten como tal y arrastrando un apellido que para mí es un ancla. Tuve un poco de temor por él; tenía miedo de que lo lastimaran, o que no le permitieran hacer su propio proceso, construir su personalidad, pero el tipo está tan bien parado que se vacunó contra todo eso, y el camino que viene haciendo es con sus propias herramientas. La primera tranquilidad que tuve fue cuando lo vi parado sobre un escenario. Más allá de que ya había hecho cosas en televisión y en cine, todavía me sobrevolaba un poco la duda de si podía llegar a ser herido, pero cuando lo vi allí parado, me acuerdo que estuvimos con mi mujer, con Flor (Florencia Bas), un día que debutaba en una obra de teatro, lo vi rescatando a un actor profesional de mucho fuste, en escena, en vivo, sacándolo de un pozo, y dije: “Ya está. Ya está”.

Vengo de ver la última película de Campanella (“El cuento de las comadrejas”).
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¿Ya la viste?

No, la voy a ver en estos días.

En los trailers, apareció el anuncio de tu nueva película (“La odisea de los giles”), que se estrena en agosto. Allí actúas con tu hijo. Es la primera película en la que actúan juntos.

No es la primera; colaboré en un cameo en una película que él hizo, pero sí es la primera vez que trabajamos codo a codo.

¿Ha sido especial?

Espectacular… Te va a parecer un chiste lo que te digo, pero creo que aprendí mucho más que él. Es como en el amor: cuando aparece alguien que te importa más que vos mismo, todo se trastoca. Mi mirada, permanentemente, sobre todo cuando estábamos juntos, estaba muy puesta en el peso que para él significaría eso, tratando de alivianarle ese peso todo lo que pudiera, si es que estaba en mis manos, y al mismo tiempo empecé a tener la extraña sensación de que había algo muy importante para mí que aprender de toda esa experiencia, y de hecho fue así. Él muchas veces me dijo: “No te hagas cargo de tal cosa, soltá”. Yo soy medio obsesivo con el trabajo. Pero con detalles mínimos, además; por ejemplo, soy de pelearme por temas de vestuario, de sonido, de iluminación… Soy pesado, ¿viste? En algunas cosas. A él un día lo vi vestido de una forma que a mí me pareció que no tenía mucho que ver, y le dije: “No me gusta mucho eso”. Y me dijo: “Esto no es un asunto tuyo. Ni siquiera creo que sea correspondiente que me des tu opinión en este caso. No lo hagas conmigo; en eso somos muy distintos, vos no soltás, creés que estás a cargo de todo, y yo no. En este caso, yo he decidido poner todo esto en manos de quien está a cargo del vestuario, y confío en él, ¿viste?”… Por eso digo que aprendí más que él. Lo que pasa es que el tipo ya tiene mucha experiencia, pese a ser tan joven (cumplió treinta en enero); tiene como quince películas en el lomo, ya no estás hablando con un nene.

Ricardo y Chino en Madrid, donde vive el segundo. “El hecho de que hayamos abrazado un mismo oficio nos permite tener muchos puntos en común”, dice Darín.

El duelo

El año pasado perdiste a tu madre (la actriz Renée Roxana). ¿Cómo llevas el hecho de que, de pronto, estás en el mundo y ya no eres hijo de nadie; es decir, ya no tienes ese apoyo, ese cariño del padre y de la madre?

Estoy entrando lentamente en una etapa pospérdida… Es muy difícil recordar a mi mamá con tristeza. Con mi viejo fue mucho más fácil. Con ella, a todos nos cuesta: cada vez que la recordamos nos cagamos de risa; entonces es muy difícil hacerte cargo de la pérdida. Me parece que todavía estoy de duelo. Es un duelo raro, como el de la comunidad negra, que tiende a cantar y comer y bailar y beber para despedir con alegría a sus seres queridos. Cada vez que nos juntamos con mi hermana, con mis sobrinos, mis hijos, hasta ahora no hubo oportunidad de que entremos en una melancolía de esas que te atrapan y no te sueltan. No sé lo que el tiempo me tiene preparado.}

Tu madre vivió en tu casa en sus últimos tiempos. ¿Te quedó alguna deuda con ella?

Sí, tengo deudas que me comen. Tendría que haber estado más con ella. Eso es algo que siempre te llevás en la mochila, por mucho que hayas participado, por muy cercano que hayas sido, siempre te queda la sensación de que no hiciste todo lo que pudiste. Le armamos su cuarto aquí, se lo armó Florencia, yo estaba trabajando afuera, y un día mi mujer me dijo: “No la veo bien, no quiero que esté en un sanatorio”… Esteee… no quiero llorar… Le trajo unas enfermeras… Fue maravilloso. Creo que fue el último buen momento que pasó; después vino un declive, no la pudimos tener más acá, porque necesitaba atención permanente y especializada, y armar una especie de quirófano en el cuarto no solo era muy costoso, sino muy complicado. Decidimos que lo mejor era que fuera a un lugar donde estuvieran todo el tiempo con ella.

Junto a su madre Roxana y su hermana Alejandra, ambas actrices. Su madre falleció el año pasado.

Las acusaciones

Hablemos de “Escenas de la vida conyugal”. Luego de ver la película de Bergman (homónima de la obra), terminé consumido, devastado por el conflicto de pareja que la protagoniza.

Mirá, “Escenas de la vida conyugal”, la obra de teatro, no es la película. Ni siquiera es una extracción de la película. Es algo que escribió Bergman después del éxito de la película; por consejo de su mujer, que después se transformó en su exmujer, escribió una condensación de siete escenas y tuvo la habilidad de permitir que, a pesar de que tiene una cinta transportadora a lo largo de veinte o veinticinco años en las relaciones de esas dos personas, y que por supuesto tiene momentos muy dramáticos, también tiene momentos muy humorísticos; entonces esa mixtura entre el piso dramático y esos respiros humorísticos es la que te permite transitar esta pieza, reflexionar, pero no te toma de las piernas, te tira para abajo, te sumerge en un pantano y no te deja respirar. Esa fue la habilidad que, creo, tuvo Bergman con respecto a la pieza.

¿Te has sentido calumniado, Ricardo? ¿Por todo lo que se ha dicho? (Dos actrices lo acusaron de maltrato laboral).

Es muy difícil salir a dar explicaciones a los que puedan tener en su cabeza esa sombra. Respeto el contexto que estamos viviendo, tan ansiado, tan buscado por el colectivo femenino durante mucho tiempo; tengo un montón para reflexionar con respecto a estos eventos, un montón de cosas que he revisado en mi cabeza permanentemente, y la verdad es que todavía no he llegado a una verdadera conclusión. Lo que sí te puedo decir es que no me puedo hacer cargo de las mentiras. Cuando notas claramente que la otra persona está mintiendo y no entendés cuál es el móvil de esa mentira, no tengo nada para reflexionar. Tuve una gran suerte en medio de toda esta movida, que es la gran cantidad de personas con las que he trabajado, la gran mayoría de ellas mujeres, que en su momento han dicho lo suyo. En definitiva, ese es el único capital que tenés humanamente: el camino que transitaste, con quiénes te cruzaste y cómo trataste a los demás. Y yo siempre he tratado a los demás como me gusta que me traten a mí, con amabilidad. Eso no significa que no haya tenido discusiones o desencuentros, pero es muy difícil no enojarse cuando sabés que el otro está mintiendo a cara descubierta. Sobre todo en forma pública.

“No soy jodido (en el trabajo). Soy pesado, ¿viste? En algunas cosas. Soy obsesivo, pero no jodido”.

En el Perú también se han dado ciertas injusticias vinculadas a estos temas.

Acá tuvimos dos casos muy paradigmáticos. No estoy comparando cosas, porque esto es verdaderamente grave. Un chico muy jovencito, en una localidad del sur, fue acusado por una exnovia de maltratos y acosos y una serie de cosas, y el chico no lo soportó y se suicidó, y, a los tres días, la chica salió a decir que era mentira, que todo eso lo había inventado por despecho y demás… No estoy diciendo que todos los casos son así, ¡eh! Pero hay que ser prudentes a la hora de cortarle la cabeza a alguien, porque la turba no siempre termina teniendo la razón; hay que ser cuidadosos.

En cierto sentido, eres afortunado: pese a las acusaciones, has conservado tu trabajo. Hay gente que los pierde todos…

Hay gente que ha perdido trabajos, ha arruinado sus vidas, y ¿todo por qué? Por un rumor. Hay que tener cuidado con los rumores. El movimiento por los derechos de la mujer en el mundo ha avanzado tanto que, digamos, el grueso de la multitud, lógicamente, escucha cada una de las denuncias y prácticamente tiene la sentencia en la mano. Es muy difícil… muy difícil.

¿De política aún hablas, Ricardo?

Cada vez menos. La confusión es muy grande. Hay cosas que toda la vida, y con cierta lógica, han estado atribuidas de alguna manera a una tendencia más de izquierda y, de pronto, se han convertido en cosas de derecha, y viceversa. Es un momento de turbulencia, sobre todo en nuestro país. Y me parece que contribuir a esa turbulencia no es lo más sano.

Lo que digas puede tener eco.

Bueno, sí, dependiendo de cada caso. Quiero alejarme un poco de eso de hacerte cargo de que es importante lo que vas a decir. No es importante lo que pueda opinar de política, porque no soy un político, no soy un experto; soy un actor, puedo tener una opinión, pero someterme al escarnio público de una facción porque cree que lo que estoy diciendo definitivamente habla a favor de lo otro es una locura, porque no te permite ser crítico. Muchas veces la palabra puede ser tomada como un elemento partidario, y la verdad es que no formo parte de ninguno de los dos partidos que se están arrancando los pelos en este momento (se refiere a los encabezados por Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner, respectivamente).

El Perú

En Twitter eres ‘Bombita’ (como su emblemático personaje en “Relatos salvajes”). ¿Te reconocen mucho como ‘Bombita’ en la calle?

Sí, me joden con eso.

“‘Bombita’ reflejaba el sentimiento generalizado del ciudadano que se cree postergado burocráticamente, avasallado; era una fantasía”, dice sobre el personaje que interpretó en la premiada película “Relatos salvajes” (2014).

¿Cómo tomas que, por películas como “Relatos salvajes” o “El secreto de sus ojos”, cuando te vayas, de alguna manera, vas a seguir por acá? ¿Lo has pensado?

No, no…

Por modestia.

Soy lo menos modesto que hay en el mundo, pero no solo no lo pienso, sino que tampoco creo que sea así. Uno ha visto ya, con injusticia, que tanta gente talentosa de verdad ha quedado sepultada en el olvido por pelotudeces, que sería demasiado pretencioso pretender, valga la redundancia, figurar en ninguna lista de nada. Si hay algo que me gustaría, y por eso estoy fuertemente herido, es ser recordado por mis amigos, mi familia y mi gente como una buena persona. Solo por eso. Yo soy una buena persona.

Sé que no quieres hablar de política, pero ¿cómo percibes desde fuera esta realidad loca que tenemos en el Perú, con nuestros expresidentes presos y uno que se ha suicidado?

Eso fue fortísimo. Habla de algo que no solo es patrimonio del Perú, sino que tiene que ver con Latinoamérica y con el avance de la corrupción, o con la imposibilidad de evitar la corrupción en los términos de las sociedades latinoamericanas. Me parece que la cosa va por ahí. No sé cuáles son los móviles en cada uno de los casos. Ni siquiera sé cuál fue el verdadero móvil por el que este hombre se quitó la vida en el momento en que lo venían a detener, pero supongo que está relacionado con el escarnio público, y es algo que debemos revisar profundamente como sociedades para purificar nuestras democracias; si es que hemos llegado a la conclusión, espero que sí, de que la democracia es el mejor de los estados.

¿Cómo describirías tu vínculo con el Perú? No me digas que te gusta el cebiche y el pisco sour, porque todo el mundo dice lo mismo.

No, no, no soy fanático de ninguno de los dos. Puedo comer cebiche, sobre todo si está bien hecho, me encanta, pero no está en mi top five… A mí me impactó mucho el viaje al que fui invitado por el Ministerio de Cultura, por los cien años de Machu Picchu. Fue muy revelador, y tuve la suerte de hacerlo con mi familia. Son los dos viajes más importantes que hicimos: uno a Perú, donde la pasamos increíble, mis hijos estuvieron iluminados; y el otro a Kenia, a un safari fotográfico. En el Cusco estuvimos arriba del Machu Picchu; fuimos al Apu. Estuvimos por encima de las nubes… ¡Wow!, eso fue mucho. Uno vuelve modificado de esas experiencias. Soy muy mal turista, pero eso no fue turístico, fue otra cosa.
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No soy de los que andan sacando fotos porque les gustan las ciudades o las geografías, todo eso me chupa un huevo. Lo que me importa es la gente. Si en los lugares a los que vas te reciben con amor, querés volver.

El mejor viaje: “En el Cusco estuvimos arriba del Machu Picchu, fuimos al Apu. Estuvimos por encima de las nubes…»

“Te esperamos de vuelta en junio”, le digo.

“¡Dale! Tenés que ir a ver la obra y después me tenés que decir qué te pareció. Te vas a reír un rato”, responde Darín.

Nos despedimos. Mientras, como si se tratara de un telón de fondo ficticio, el cielo de Buenos Aires comienza a teñirse de oscuridad.