Bill Clinton ya no es lo que era. Y no lo decimos nosotros, sino los propios colaboradores de la campaña presidencial de Hillary Clinton, que, a veces en murmullos y otras en voz peligrosamente alta, señalan que el expresidente, a los 69 años, ha perdido algo de su magia, encanto y carisma. “La edad, la operación al corazón y su veganismo han traído cierta calma a su vida”, comentó cautelosamente George Bruno, ex-chairman del Partido Demócrata a “The New York Times” en enero de este año. “Quizá ya no es tan fiero como antes, pero con los años ha adquirido un aire de verdadera seguridad”.

Esto último es discutible. Sus apariciones durante la campaña, que se han reducido visiblemente en los últimos meses, han sido poco estelares y en ocasiones hasta bochornosas. Hablando frente a una multitud en Filadelfia, Bill se enfrentó a un grupo de manifestantes pertenecientes a la organización Black Lives Matters, que intenta llamar la atención sobre la serie de asesinatos de jóvenes afroamericanos por parte de la policía. El grupo alega que la legislación que Clinton firmó en 1994 respecto al crimen –que estableció condenas más duras para delitos no relacionados con drogas, impulsó la construcción de decenas de cárceles y puso a cerca de cien mil policías en las calles de las grandes ciudades del país– ha sido catastrófica para la comunidad negra de Estados Unidos. Clinton, indignado ante el ataque, respondió levantando el dedo y amonestando a los manifestantes. “No sé cómo considerarían ustedes a líderes de pandillas que involucran a niños de 13 años en crack y los envían a las calles a matar a otros niños afroamericanos”, dijo el exmandatario. “Quizá ustedes pensaban que eran buenos ciudadanos, pero ella (Hillary) no lo pensó así”.

Si antes fue un aliado esencial para su esposa, hoy Bill Clinton ya no tiene el mismo peso de otros tiempos entre los votantes demócratas. Algunos analistas incluso lo ven como una peligrosa carga para Hillary.

Si antes fue un aliado esencial para su esposa, hoy Bill Clinton ya no tiene el mismo peso de otros tiempos entre los votantes demócratas. Algunos analistas incluso lo ven como una peligrosa carga para Hillary.

El enfrentamiento fue, aparte de desafortunado, terriblemente inoportuno, justo cuando la candidata busca el apoyo afroamericano que le ha resultado tan esquivo.

El episodio fue solo una evidencia más de que Bill Clinton, que en un principio se pensó sería el arma de campaña más poderosa y efectiva para su mujer, ha pasado a ser una carga.

Con su Clinton Initiative –la organización que creó después de su presidencia para impulsar políticas de desarrollo social y económico en el mundo– bajo constante escrutinio por sus algo oscuras prácticas económicas y su posible tráfico de influencias, sus propios multimillonarios ingresos y honorarios vistos bajo sospecha, la constante amenaza de que su escándalo sexual sea traído una vez más al escenario político y, peor que todo, el legado de su presidencia en peligro de ser manchado por algunos errores como la mencionada ley del crimen o su apoyo al “don’t ask, don’t tell”, que obligó a los soldados gays y lesbianas a mantener su sexualidad secreta en el Ejército, Clinton tiene, según algunos, demasiado esqueletos en su clóset.

Por otro lado está su aspecto físico, un asunto importante en estos días en que la imagen lo es todo en la política.
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Su rampante virilidad, jovialidad y sex appeal han dado paso a un aspecto que, a falta de una mejor descripción, recuerda al de un anciano. Su rostro luce enjuto, la camisa se ve una talla más grande de lo necesario, y a veces en sus discursos y apariciones públicas, la corriente de su pensamiento parece detenerse por un momento, como si estuviera tratando de recordar hacia dónde iba, o simplemente se descarrila hacia sitios insospechados.

Su legendaria pasión por una buena pelea también ha desaparecido, dejando pasar comentarios de Bernie Sanders o Donald Trump que en otra época sin duda habrían desatado una lluvia de ingeniosas y certeras respuestas.

En el Partido Demócrata muchos no han olvidado los ataques de Bill Clinton a Barack Obama en la campaña previa a la elección de 2008.

En el Partido Demócrata muchos no han olvidado los ataques de Bill Clinton a Barack Obama en la campaña previa a la elección de 2008.

Según analistas, su discreción en la actual campaña responde a la mala influencia que sus ataques a Barack Obama tuvieron en la elección de 2008, cuando llamó a la plataforma del actual presidente “un cuento de hadas”. El comentario cayó mal en su momento, fue considerado injusto y gratuito, y afectó las posibilidades de Hillary.
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Nadie quiere que la situación se repita en 2016.
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Aun así, Clinton es Clinton, y su poder e influencia continúan siendo enormes, especialmente en Nueva York, donde su activa participación en la campaña ayudó a asegurarle a su mujer en la primaria un triunfo aplastante y, quizás, fundamental para su éxito en la nominación demócrata. Pero su presencia también trae peligros. Cuando Hillary acusó a Donald Trump de sexista hace un tiempo, el magnate contestó enseguida, invocando la larga y controvertida historia de Bill con las mujeres, una táctica que dio resultado y que hizo que la candidata guardara inmediato silencio respecto al tema. Y es que la actitud pasiva y de total apoyo que Hillary adoptó luego de que el affaire de Bill y Monica Lewinsky se hiciera público, todavía le pesa entre las feministas.

Por Manuel Santelices