Ricardo Siri, mejor conocido por su público como ‘Liniers’, llegó a Lima como parte de la campaña «Leer es estar adelante» de la Fundación BBVA. Nosotros estuvimos en la conferencia de prensa con la que presentó «Pensemos bien con Liniers», exposición que exhibe su obra en las galerías del Museo de Arte Contemporáneo, y conversamos con él. ¿Por qué el aburrimiento es tan importante para el artista argentino? Conoce aquí la respuesta.
Tú te dibujabas como un conejo porque era una manera de cubrirte, por tu timidez. Y ahora eres alguien capaz de hablar en una conferencia durante horas y además pintas en público… ¿Qué pasó?
Yo creo que Kevin [Johansen] es el principal responsable. Al presentar mis libros pensaba que no puede ser que la timidez no me permita trabajar en lo que me gusta. Entonces me obligaba a hacer presentaciones y hablaba en público pero la pasaba muy mal. Cuando apareció Kevin de a poquitos me fui acercando al escenario, y hubo un momento en el que me relajé. La verdad es que la timidez es pensar que todo lo que vas a decir es muy importante y te preocupa qué van a pensar, y qué sé yo. Eso hace que se trabe todo en tu cabeza y entonces no dices nada. Lo que pasó al subirme al escenario fue que me di cuenta que no es tan importante, que la verdad la gente la pasa bien y que todos están de tu lado.
¿Este desbloqueo impactó también tu trabajo como dibujante?
Claro. Impactó mucho sobre todo en las cosas que hago afuera de Macanudo. Nunca me hubiese subido a un escenario con Kevin o Alberto Montt, con quien ahora estamos haciendo un show de stand up. De hecho nunca hubiese hecho stand up. Actué en una serie que se llama Eléctrica. Son todas cosas que no hubiera hecho nunca si no hubiera matado a este dragón de la timidez. Lo que recomiendo, si hay alguien tímido por ahí, es que agarre el dragón y lo cague a palos.
¿Qué tal tu experiencia con el stand up?
Lo disfruto mucho, nos divertimos mucho. Como lo estamos haciendo con Alberto Montt, que es un dibujante chileno, tenemos mucha química desde siempre: un sentido del humor parecido, nos reímos de las mismas cosas. Entonces fue subir esa relación, que ya teníamos abajo del escenario, arriba del escenario y ver si pasaba algo. La verdad es que las primeras veces que lo hicimos fue un experimento, podría haber fracasado violentamente, pero lo hicimos en México. Entonces nos dijimos “si fracasa en México es cuestión de no volver acá y listo”. Ya una vez que funcionó en México nos animamos a ir a nuestros terruños. Lo hicimos ya en Buenos Aires y ahora vamos a hacerlo en Santiago este mes que viene.
Con la comedia también experimentaste en este programa de YouTube, “Momento”…
También. Queríamos hacer el peor show tipo Letterman posible. ¡Y fue un éxito, porque nos salió malísimo! Era poner un escritorio, traer un invitado y hacer todo mal. Y nos divertimos mucho. Eso lo hicimos con Esteban Menis, con quien hice también lo de Eléctrica. A mí me gusta mucho la comedia, me genera mucho interés desde siempre. Me gusta Monty Python, Lenny Bruce, Woody Allen. Me intriga saber por qué algo es gracioso, trato de entender por qué un chiste funciona y otro no. El stand up tiene mucho de eso. Cuando es bueno es maravilloso, como Louis CK, Seinfield, George Carlin. Pero cuando es malo es horrible. Lo que descubrí es que cuando funciona bien un stand up es porque dice algo y no sólo te describe algo para que te sientas identificado. Funciona si te dice algo sobre la sociedad, sobre cómo funciona la familia.
¿Tú sientes que haces leer tanto a tu publico es porque también lo haces reír?
No sé qué es lo que engancha a la gente. No sé cómo es la gente. Hay una actitud muy pedante y muy pretenciosa de la televisión que dice “yo le doy al público lo que el público quiere” ¿Qué saben ellos quién es el público? Generalmente cuando los programas dicen eso lo que le están dando es morbo, y el público no es que quiera morbo, es que no puede evitar mirar morbo, que son dos cosas muy diferentes. La gente quiere que le des algo que está bueno, pero no puede evitar algo que es terrible. Obviamente son dos caminos para tener éxito, o rating, o lo que sea que mida la televisión. Pero son dos cosas muy diferentes. Cuando ves un accidente en la ruta, no puedes evitarlo. Porque tu cerebro quiere ver un brazo tirado en la pista, no sé por qué. Estos programas que funcionan a base de morbo son eso: brazos tirados en la ruta.
¿Sientes que la paternidad sí ha impactado en tu trabajo?
Sí, totalmente. Pero no sé si sólo en el trabajo. Impacta en vos como ser humano. La primera sensación que tenés es de pánico absoluto porque cambia algo muy básico en tu personalidad. Si no tenés hijos te podés hacer la idea de que sos el tipo más generoso del mundo y tenés una novia y decís “yo soy re bueno con mi novia”. Pero eres bueno con tu novia porque te gusta a vos. Estás siendo bueno con vos, porque sabés que si sos malo se te va y entonces vas a estar triste. Vos sos el centro y tenés un piolín en la cabeza y sos el genio de todo. Y te dan, de repente, un globito así chiquitito que llora y ese piolín que eras vos, ¡woop!, se mueve quince centímetros hacia otra persona. Yo me acuerdo de tener veinte o veinticinco años y decir «bueno, si me muero no pasa nada porque viví una vida muy linda», y cuando nació mi hija dije «uy, tengo que no morirme unos cuarenta años más por lo menos, tengo que vivir unos cuarenta años más para que esta chica empiece a hacer yoga, intente tomar menos». Ya no me puedo morir, me cagó. Inventás tu propio talón de Aquiles, porque es algo que querés tanto que querés que nunca le pase nada, no querés que ni se raspe una rodilla. Entonces eso te cambia algo muy básico, algo muy personal y muy profundo. Entonces… ¡no tengan hijos!
Hablas con frecuencia de la defensa del aburrimiento. ¿Dejas que tus hijas se aburran lo suficiente?
Sí, intento que sí, intento que se aburran. Todos los chicos vienen y te dicen “papá, estoy aburrido”, como si se estuvieran desarmando o deformando. Y vos tenés que tener la fuerza y el temple de no enchufarles un iPad, de no enchufarles el teléfono. A veces es más cómodo que dejen de hacer ruido, porque en verdad se apagan, tú le das un teléfono a un chico y en verdad deja de hacer ruido. Es como ponerlo en pause. Es tentador, pero el problema de un chico que no se aburre es que después no va a buscar algo para ‘desaburrirse’. Yo me hice dibujante porque me aburría, me hice lector porque me aburría. No tenía nada que hacer, no había canales de veintiocho horas seguidas de dibujitos animados. No podía ver cualquier película en cualquier momento. Estaba en casa sentado en un cuarto y mi vieja me decía “¡andá, divertite!”. Y es en la desesperación que agarrás un papel y te ponés a dibujar guerras y batallas y entonces empezás a activar la imaginación.
Por Omar Mejía Yóplac
Fotos de Javier Zea
Video de Jimena Gallarday