A punto de presentar “Mezcla”, una obra con la que expía algunos de los fantasma s raciales y sociales de la Lima que vivimos, asegura que ya no bailará ballet.

Texto de Javier Masías / Fotos de Gustavo Herrera y Mayu Mohanna

En la casa de sus padres, en Chorrillos, da la impresión de que Vania Masías está al límite.

Acabamos de empezar a conversar y ya habla tan rápido que parece que se le va a acabar el tiempo antes de decir todo lo que tiene guardado. “Hablemos de tu vida personal”, le propongo. La mirada de Vania me esquiva y de pronto suena un bip de su Nextel.

–Es mi enamorado, que no lo veo nunca.

–Pobre –le respondo.

–Me va a tomar unos minutos… ¿Ya llegaste…? Acaba de llegar de Piura, vive ahí –me explica–. Estoy en una entrevista, llámame cuando ya estés por acá… ¿tienes la llave de la casa?… en la casa de mis papás… ya, no hay problema. Ya rey, me llamas cuando estés por acá… de COSAS… ya te cuento… un besito –vuelve a atenderme–. Mi vida personal…

Sigue un breve silencio. Vania se lleva las manos a la cara y se quiebra. No es fácil verla llorar. “Es que como me estás preguntando cosas mías, es demasiado… a veces sacrifico mucho por todo esto, y como es un momento de calma se viene todo”.

Vania se tranquiliza. Luego, un poco más estructurada, vuelve a hablarme. “Mi enamorado se está yendo un año a Francia, a hacer un MBA, y eso me tiene supertriste. Es una persona que me contiene. Es perfecto. Muero por él. Es muy terrenal, pero también puede volar conmigo y eso me encanta. A veces pienso en que me tengo que ir con él, pero tengo todo este proyecto que se ha generado…”.

“Si todos hiciéramos lo que en verdad nos apasiona, éste sería un mundo mejor. Habría menos odio y menos resentimiento. Eso es lo que trato de transmitirles a los chicos”.

Cuando dice “proyecto” uno no sabe con exactitud de qué está hablando. Puede tratarse de Los Ángeles D1, la ONG que ha creado en busca de una transformación social a través de las artes escénicas. También de “Chaska”, el espectáculo que está preparando en el Cuzco con el fin de descentralizar las tablas en el Perú. O quizás se refiera a “Mezcla”, su más reciente espectáculo, en el que busca una danza contemporánea nacional. Cuando Vania se tranquiliza, toma aire y dice: “Es que uno nunca sabe si está en lo cierto”.

Lo cierto

Hace poco, Vania tuvo un momento de epifanía cuando una chica se presentó para un casting en su escuela de danza.

–Yo hago swing en los semáforos y quiero aprender baile –le dijo a Vania.

–Vamos a probarte –le respondió.

Ahora es profesora de malabares de los menores y Vania tiene una relación muy buena con ella.

–Tengo una amiga y quiero que la conozcas –le dijo un día.

–No sé, Niki, voy a mi clase y después vemos –le respondió.

La amiga llegó sin pedir cita. Vania anda estos días tan ocupada que para verla es indispensable sacar una.

–Quiero que me veas –le dijo la amiga.

–Tengo mi clase, termino y vemos –le  respondió.

Eran las nueve de la noche. La clase duró dos horas en lugar de una y la chica se quedó esperando. Vania sólo quería que se aburriera y se fuera para poder irse tranquila. Pero la chica no se fue.

–Quiero que veas lo que hago –le dijo.

Puso fuego y empezó a hacer swing. Apenas empezó a bailar, Vania supo que tenía algo especial. Con alguna reticencia, reconoció en ella cierta complicidad: notó que la amiga de “semaforeo” de Niki tenía formación en ballet clásico.

Cuando terminó de hacer swing, Vania le preguntó por su técnica. Ella le respondió que había estado becada en la Escuela Nacional y después con Lucy Telge, también becada.

–¿Cuántos años tienes?

–Veintiocho –“Mi misma edad”, me dice.

–¿Sí? –le respondió incrédula.

Vania le pregunta cómo era el camerino de Lucy. La amiga de Niki lo describe a la perfección.

–… y me acuerdo de ti –añade al final.

Vania en el árbol que sus padres sembraron cuando ella nació hace 28 años.

–¿De mí?

–Sí, y hace tiempo que quiero venir a decirte esto.

–¿Qué?

–Que cuando tenías doce o trece años estaba sentada en ese camerino. Nunca me voy a olvidar porque parecías una adulta hablando. Y contabas que ibas a hacer un proyecto social en el que pondrías una casa de la cultura donde toda la gente pobre de la calle tomaría clases de arte. Todo iba a ser gratis y la gente con plata les iba a pagar.

“Yo no me acuerdo de eso”, me confiesa Vania.

–Te lo estás inventando –le dijo afectada.

–No, hablabas específicamente de este plan de vida que tenías. Nunca me voy a olvidar porque yo era de tu edad y ni siquiera sabía lo que quería. Parecías un adulto hablando.

“A los quince debo de haber sido igual que ahora. Paraba siempre con gente mayor. Pero cuando me dijo esto me agarró acá”, Vania se toca con firmeza el centro del pecho. “A veces me provoca ser egoísta e irme, y regresar a Londres y seguir bailando. Pero ella me habló con tal naturalidad… ‘Cuando estaba en la avenida Grau y conocí a los chicos que tú reclutaste, me hablaron de ti. Me dijeron que te llamabas Vania, Vania Masías. Desde ahí quería venir a verte y por eso te he esperado todas las horas que te he estado esperando.

Hace tiempo que te lo quería decir para que supieras que estás bien”.

Por eso, cuando Vania se quiebra y no sabe si está en lo cierto, piensa en momentos como éste, encuentra otra vez su camino y todo vuelve a la calma.

La luz

Ahora la chica trabaja con ella. “También mi nana, la que me crió, ahora trabaja para mí…”.

–¿Qué hace?

–Me cuida.

–¿Tan grande?

–Es que vivo sola… Vivo en un departamento y trato de ser consecuente con lo que planteo. Se puede vivir de la danza y puedes mantenerte tú mismo.

–Quieres hacer realidad que la gente viva de la danza…

–… y de sus pasiones, de sus sueños. Si todos hiciéramos lo que en verdad nos apasiona, éste sería un mundo mejor. Habría menos odio y menos resentimiento. Eso es lo que trato de transmitirles a los chicos. Tres de ellos, de los primeros que recluté en Ventanilla, se han mudado a unas cuadras de mi departamento.

Vania vive la mitad de cada semana en el Cuzco y la otra mitad, en Lima. “La semana pasada estuve desde el sábado hasta el miércoles en el Cuzco dictando talleres; regresé el miércoles en la mañana y me quedé en Lima hasta el sábado, montando ‘Mezcla’. Luego me fui a al Cuzco y he vuelto hoy en la mañana.

He llegado y he seguido con ‘Mezcla’”.

–¿Y así va a ser?

–Sí. Hasta que estrene “Chaska”, la obra del Cuzco. Se montará en un teatro para 800 personas. Es un proyecto ambicioso y me gusta porque el ochenta por ciento del elenco es cuzqueño. No sólo estamos montando una obra, estamos llevando mucho conocimiento por el lado de talleres y se le está dando un sueldo fijo a los actores y al elenco. Si esto sigue –por lo pronto el proyecto tiene para ocho o diez años–, los artistas tendrán un motor de trabajo. Estoy supercontenta y con muchas ganas porque el Cuzco me levanta y me da mucha energía.

–La vez pasada me contaste que tenías una especie de inspiración cósmica.

–No es cósmica, es espiritual –dice luego de reír un poco–. Creo que me llevo mucho por la vibración de las personas, me gusta mirar a los ojos y ver cómo son. Siento que todos tienen algo tan lindo que dar, que me gusta abrir eso. Aparecen cosas increíbles.

–Has traído un coreógrafo de Broadway para realizar “Mezcla”, la obra que presentas este mes en Lima.

–Luis Salgado. Acaba de estar haciendo “Step Up 2”, fue el doble de “Havanna Nights” y acaba de estar montando “In the Heights”, que es una obra off Broadway que acaba de pasar a Broadway. Y me encanta porque quiere ver que Latinoamérica se supere y que cada país tenga proyectos propios. Más Teatros de La Guarda que puedan mostrar lo que somos. Cuando le conté de “Mezcla”, no dudó. Me lo presentó Alexandra Molina, que trabaja conmigo casi desde el principio.

“El mensaje es que todos somos luz y no importan los apellidos ni los nombres ni de dónde vienes, nada más que si la luz se junta con luz, hace más luz”.

–¿Quién es Alexandra?

–Ella y Gladys son mi mano derecha y mi mano izquierda. Ale fue esta chica que cuando recién empezaba el proyecto me dijo “quiero ayudarte”, y yo le respondí “no tengo cómo pagarte”. “No importa”. Gladys iba a ser la supergerenta de una corporación y de pronto sintió que quería algo más y apostó por este proyecto. “No te voy a pagar nunca”, le dije. Ha estado trabajando por comisiones. Ésas son las cosas cósmicas… me llegan sin que yo las pida… siento que estoy dando y de pronto aparece algo increíble de forma totalmente mágica y digo: “Sí, en verdad existe esto”. Por eso “Mezcla” es muchas cosas. Es como el final de un ciclo. Narro la historia de lo que ha pasado.

–¿Y qué ha pasado?

–“Mezcla” nace de “Coreográfika”, el espectáculo anterior en el que intenté mostrar de manera muy simbólica que debíamos unirnos, que tenemos una identidad de país, que todos tenemos algo en común y podemos identificarnos con algo, sin importar si vives en Ventanilla o en San Isidro. De hecho, me basé un poco en la manera como entré a Ventanilla… Tipo “soy bailarina clásica y tú haces acrobacia. Respeto lo que tú haces, respétame como bailarina. ¿Nos respetamos?

Entonces unámoslo y seamos una sola fuerza para ayudarnos, en lugar de ser dos que se hacen daño el uno al otro…”; nada de “ay no, esos gringos pitucos…”.

–“Ay no, esos cholos miserables…”.

–Exacto. Esa onda ya no. ¡Ya no! Tal vez estoy yendo contra la corriente, pero por lo menos en mi pequeño mundo de la compañía somos eso. Creo que puedo decir que no hay prejuicios y eso me ha costado. Esa fusión fue la que hizo “CoreográfiKa”.

–¿Y “Mezcla?”

–Me animaron a hacer un guión, pero yo nunca había escrito uno. Soy coreógrafa, soy de imágenes. Le di muchas vueltas. Me acuerdo que no podía ni dormir. Es increíble cómo, cuando te complicas con algo, de pronto encuentras que la solución está ahí. Me di cuenta de que tenía que contar lo que habíamos vivido cuando formamos Los Ángeles D1. Pero no literalmente. Lo que sucedió es que hubo chicos de niveles distintos que se enamoraron… chicas que pertenecen al nivel A, que han tenido una educación premium y chicos que han estado en Ventanilla, que han ido al colegio nacional, no han ido a la universidad y han empezado a bailar y a “manguear”…

–¿Manguear?

–Manguear es pedir “mangos”. Es “semaforear”.

–Hacer piruetas y luego pasar sombrero.

–Exacto. Entonces… ¿cómo así se enamoraron ellos dos? Y no es sólo una pareja, tengo más. Y como que ¡wow!, me doy cuenta de que algo estamos haciendo.

–Ya veo.

–Una pareja muy interesante que me inspiró mucho para esta historia es la que forma Caroline, una coreógrafa sueca y joven que se ha enamorado de Cano, uno de los primeros chicos que recluté en Ventanilla. Es como un hijo para mí. El otro día me dijo: “Vania, hay posibilidades de que me vaya a Finlandia”. Yo le digo: “Perfecto, pero qué tienes que hacer”. “Aprender y después venir para acá”. Ya la tiene clara. Quiere devolver lo que ha recibido. Cosas como esa son mi motor. Algo importante que sucede en “Mezcla” y que observé acá es que los menores, por ejemplo chicos de diez años, no tienen problema en mezclarse con rubios de ojos azules del Roosevelt.

De pronto llega el hijo de una amiga, entra y ve cómo hacen acrobacia los enanos de Ventanilla. “¡Oe!”, le dicen, “¿quieres?”. “¡Ya!”, responde, y se hacen patas en un segundo. No existe un tema. ¿Me entiendes?

–Sí.

–Antes trataba de hacer eso con los chicos de diecisiete y ya había algo del tipo “Y ese gringo… ¿qué onda?”. ¿Qué pasa en nuestra sociedad en siete años? Todo lo que nos rodea empieza a meter esta cosa… Debería ser: “Si tú eres mejor, yo también querré ser mejor”. Aquí es al revés: “Cáete para sentirme mejor”. Es lo que yo sentía con estos chicos al principio, y he tratado de ir en contra de eso.

–Es fuerte.

–Claro. En la obra tengo a estas niñas jugando en la calle, se hacen amigas de los chicos que están mangueando y juegan a la soga y a las chapadas. Luego, cuento cómo creció cada uno de ellos en su mundo: Cano yéndose al arenal y Caroline haciendo ballet. Tiempo después, cuando el grupo de amigos se encuentra, no se reconocen ni se quieren ver. Hay mucha indiferencia. Los únicos son ellos dos, que se enamoran porque tienen ese recuerdo de cuando eran niños. Es la historia del mundo de Caroline y del mundo de Cano.

Hay una villana, la madre de ella, que ya tiene escogido a un banquero maravilloso con el que la va a casar. De pronto la hija se le va al barrio y tampoco la tiene fácil, porque deja el mundo de élite para irse a este lugar donde otra vez es rechazada. Es tipo “tú, gringa, qué haces acá, ni sabes bailar como yo bailo”. Y hay unas escenas de salsa que mezclo con breakdance.

Hago una fusión de todo. Es un espectáculo en el cual quiero mostrar que tenemos de inga y de mandinga. El mensaje es que todos somos luz y no importan los apellidos ni los nombres ni de dónde vienes, nada más que si la luz se junta con luz, hace más luz.

Cosas del cuerpo

A los tres años hacía gimnasia acrobática en el Club de Regatas, por las mañanas, y luego en su casa con una profesora privada. A los siete se golpeó la columna y se asustó.

“Nunca voy a olvidar el alivio que tuve cuando me di cuenta de que ya no iba a hacer más gimnasia e iba a poder jugar en las tardes. Pero en realidad, lo que pasó fue que me dijeron: ‘Ok, dejas la gimnasia. Ahora, ¿qué vas a hacer?’. ¡Dios!”.

–¿Y “ahora” qué hiciste?

–Wow. No, no, yo quiero jugar… Pero no era una prohibición. Era más bien como algo evidente. “Es evidente que vas a hacer algo. No hay otra opción”. Mi papá era amigo del hermano de Lucy Telge y entré a hacer ballet.

Lucy me vio: mis piernas venían de gimnasia, estaban chuecas y eran muy musculosas. No sé si es un vago recuerdo, pero me parece que Lucy le hacía una favor al aceptarme.

“Bueeeno, la niña no tiene muchas condiciones… físico de bailarina tampoco es que tenga mucho, no hay línea ni empeine ni nada…” –dice como parodiando la voz de Lucy Telge–. Y fui ascendiendo de nivel.

Vania pasó su infancia metida entre el taller de Lucy y el Teatro Municipal. “Empecé a conocer el mundo detrás del ballet, en el que haces las tareas al lado del escenario y juegas a las escondidas en el teatro. Recuerdo que corríamos por el salón circular, nos íbamos al techo y cada vez que corríamos era porque nos perseguía el espíritu de Capanegra, un tramoyista que supuestamente se había caído y había muerto. Era el plan… ‘no mamá, me quedo en el teatro’, y nos quedábamos de corrido. Yo he jugado ouija ahí. Cuando se quemó fue como si se quemara mi casa”.

La niña siguió creciendo. A los pocos años ganó el Latinoamericano.

“Ya había probado mi droga”.

–Te había gustado el aplauso.

–Uff, sí, qué rico. Pero no sólo eso.

A los diez años me mandaron a Cuba. Me pareció fuerte. Fui sola, con chicas de catorce, quince y dieciséis. Tuve que crecer rápido. Empieza esta vida de disciplina en la que mi prioridad era bailar. Fui muy competitiva siempre. Y cuando regresé de Cuba empecé a irme todos los veranos y todas las vacaciones de julio al Boston Ballet. Ahí entendí por qué las mallas eran rosadas.

“Mezcla” se estrena el 15 de noviembre y se mantendrá en escena hasta el 2 de diciembre en el Peruano Japonés.

 

–¿Y por qué son rosadas?

–Es el color de piel de las gringas. Todas con este uniforme y con el moño perfecto.

Llego yo, la morenita nueva, y nadie me habló. No era que “¿y tú quién eres?, ¿de dónde vienes?”. No, no, no. Una rivalidad superfuerte. Tipo “¿quién es está y qué hace acá?”. Compartía dorms con chicas mucho mayores que yo y veía cosas que en ese entonces me chocaban.

–¿Cómo así?

–Tengo una experiencia muy graciosa. Yo ya había tenido mi primer beso. Y las chicas eran gringas experimentadísimas de dieciséis años. “¿Quién ha tenido sexo oral?”, y yo decía “¡yo!”, porque para mí sexo oral era beso. Luego me di cuenta y le dije a mi mamá totalmente indignada: “No puedo creer que no me hayas dicho nunca qué miércoles era oral sex, ¡porque he pasado la vergüenza de mi vida en este grupo!”.

–¿A tu mamá?

–Es que tengo una relación muy libre con ella. Hablo de todo. Imagínate, tiene sesenta y dos años pero es muy abierta. Se mató de risa y hasta ahora cuenta la anécdota. Y bueno, así fue como descubrí lo que era sexo oral.

Demasiado perfecta

–¿Qué recuerdas del colegio?

–Era muy aplicada.

–Tus compañeras de promoción dicen que eras perfecta.

–¿Con quién has hablado?

–Con varias.

–¡Qué vergüenza! No hay nadie perfecto…

–Excelentes notas, Miss Simpatía, presidenta del colegio…

Timbra el teléfono.

–Es mi enamorado…

–No hay problema.

–Sigo en casa de mis papás en plena entrevista… si me esperas un rato… o si vienes… –se vuelve hacia mí–:

¿Cuánto rato más estaremos?

–No mucho.

–No mucho… –un largo silencio–.

Ya.

–La superestudiosa presidenta del “cole” era la mejor bailarina de ballet en su tiempo libre. Tus compañeras me dicen que si tienes un defecto, no se nota por ningún lado.

–¡Demasiados! ¡Imagínate! Siento que en cierta forma mi defecto es la hipocresía…

–¿Cómo así?

–Yo estaba bien con mis amigas y con las monjas. ¡Y con la señora Asunción y la señora Del Castillo!

–¿Quiénes son?

–Las de disciplina, muy al estilo Velasco. Les tenía miedo. Estaba bien con todos, y creo que ése es mi defecto. Uno no puede estar bien con todo el mundo ni en todo. Por lo menos no siempre. Mi nivel de presión fue tan alto que en primero de media, si no estaba en el primer puesto de mi promoción, entraba en colapso. Y en mi casa nunca me exigieron eso. Jamás. Mi papá no veía mis notas. Me decía: “Vania, no es tan importante, tienes que ser feliz”. Pero yo, “¡no!, ¡tengo que ser la mejor!”.

–Tus hermanos son más relajados.

–De repente es porque soy la última mujer luego de tres hombres mayores. En verdad, no sé por qué. Mi mamá me mandó al psicólogo porque pensó: “A esta niña qué le pasa, ¡tiene que relajarse un poco! Puede ser segunda o tercera…”. Y yo tenía una angustia terrible.

–¿Qué te dijo el psicólogo?

–“Tu competencia, la segunda, ¿hace algo aparte del colegio?”. “No”, le respondí. “Ya pues, ahí tienes una chance… un chepi. Tú haces ballet y además estás en el colegio. Puedes ser tercera, no hay problema”. Eso como que me resolvió el asunto. Ya estaba más relajada. Creo que esa disciplina te la da el ballet. No conozco bailarina profesional que no haya sido buena en el colegio, y si no ha sido buena, es muy raro. Las buenas bailarinas que conozco lo son porque están ahí y ahí y ahí, porque si pierdes un día, fuiste, y necesitas dos para recuperarte.

En «El lago de los cisnes» ,2005

–Pero ahora has dejado el ballet…

–En el Gran Prix de Lausana me encontré con estas chicas que venían de la escuela de la Ópera de París, de la Escuela de Moscú, que toda su vida lo único que han hecho es bailar. Pasé la primera rueda y ahí me quedé.

No pasé a la final.

–¿Cómo lo tomaste?

–Creo que lo acepté bien. Ya sabía que no tenía que ser tan dura conmigo misma. Me acuerdo que regresé a Lima y pensé seguir con el plan. Tengo un lado empresarial muy fuerte. Al regresar, me dije: “Ya que no has pasado a la final, vamos a aplicar a la universidad”. Y a los diecisiete hago “Don Quijote” y empiezo a ser primera bailarina y a hacer todos los roles. Trabajé como practicante en varias empresas y después empecé a trabajar con mi familia viendo cosas de ellos.

Entonces conoció a Ivonne von Mollendorf y se fue de gira con ella haciendo danza moderna. “Ahí empecé a pensar a través de la danza. Fue a lo ‘piensa antes de moverte’ o ‘muévete y después piensa por qué te moviste’”.

–En el ballet eras un instrumento más.

–Así es. Lo que me gusta del ballet es el reto técnico, físico y emocional. En la danza encontré la capacidad para pensar, tener ideas y transmitirlas a través de símbolos e imágenes.

Ivonne es muy rígida. Yo hice un solo que…

–se detiene. Escucho pasos atrás de mí. Vania suspira–. Javier, te presento a Erick.

–¿Hoy no hay fotos para la entrevista? –me pregunta Erick.

–¿Por qué? –pregunta Vania.

–Porque te veo chacra, pues… –dice con un carisma insuperable.

–No estoy tan chacra, mira… ¿Me esperas un ratito?

–Sí, claro. Sigan.

Erick se retira.

–¿Entonces qué pasa?

–Hicimos esta gira. Estrenamos en Bonn. Yo tenía terror de mostrar algo así. El solo que hice se llama “Sombras”, es sobre la migración y es muy abstracto. Antes de terminar, sentí esa vibración con el público, era un “toma, dame, toma, dame” tan fuerte que sentí que nunca me iban a aplaudir como entonces. ¡Y salí cuatro o cinco veces a saludar! No entendía esa sensibilidad. “¿No eran los alemanes medio nazis?”, me preguntaba.

Un ángel

Mientras Vania estudiaba en la universidad, en Lima, tenía un enamorado. Habían sido muy unidos, pero la relación acabó. “Cuando llegué a Londres no me presenté a ninguna compañía de danza clásica. Me presenté en todas las de danza moderna”. A las dos semanas la seleccionaron para “Alexander the Great”, la película con Collin Farrel. Había tomado una clase de jazz y justo había ido el de casting. “Creo que me seleccionó por mi estilo ‘alatinado’, pero no podía contratarme por mi pasaporte. Y después de eso todo era no, no, no, no, no… nadie me escogía. Llegaba y mi hermano me decía: ‘Vania, párate’, y yo le decía: ‘Iago, no sirvo ni para esto… no puedo, ¡no puedo y no voy a poder!’. Y poco a poco… fue darle y darle. No estaba acostumbrada a lidiar con un fracaso tan fuerte. Fracaso amoroso y profesional porque no quería hacer tesorería en una oficina. Tampoco quería bailar ballet clásico”.

Vania Masías en ejercicios de calentamiento para danza.

Cuando tomó su primera clase de jazz y vio a todas las chicas que venían del West End (algo así como el Broadway de Londres), con músculos desarrollados y enorme fuerza, se dio cuenta de que eran como ella. “A mí siempre me criticaron el cuerpo en el ballet… ‘¡Tus piernas y tus brazos son muy anchos!, ¡por qué tienes tantos músculos!, ¡adelgázate!’. En cambio, ‘Wow!

What a body!’, me dijo la coreógrafa Molly Molloy cuando llegué. Me di cuenta de que pertenecía a ese lugar. Empecé a hacer giras y a tomar clases de break dance, hip hop, locking, popping… Me veías con mis mallas, con leotardos, metida en mis clases de onda funky con chicas achoradas, todas con los sweatshirts. Me costó como dos meses que me hablaran. Y al final me dio frutos porque me hizo entender lo que estoy haciendo ahora: la versatilidad de hacer de todo. No puedes ser sólo un bailarín clásico, moderno o de jazz. Ahí vas muerto”.

El viento y el sol

–¿Cómo llegas al Cirque du Soleil?

–Cuando estaba en Irlanda y Londres yo mandaba mis carpetas a un montón de sitios a través de un portal que se llama Dance Europe.

Me dijeron que había una edición de final cut (no de mil personas sino de 200). “Queremos seleccionar bailarines. Es en París”. No podía porque estaba de gira en Irlanda, así que lo olvidé. Pasó un año más y regresé a Lima. Hice “Romeo y Julieta”, pospuse mi contrato en Irlanda y me fui a Orlando a tirarme en paracaídas.

–¿Cómo es eso?

–Es que quería hacer skydiving. Quería sentir el viento volar.

–¿De verdad?

–Te lo juro. Me tiré catorce veces. Yo solita. Me enseñó mucho.

–¿Qué aprendiste?

–Que uno no controla todo y que a veces uno tiene que no controlar. Quería tener esa sensación antes de morirme. Cuando me tiraba era como un reto a mis miedos. Y para que funciones en paracaidismo, tienes que dejarte llevar y relajarte. Como bailarina que soy, ante cualquier amenaza pongo los músculos duros. Si pones los músculos duros en el aire, eres una piedra y caes como tal. La idea era adquirir una disciplina inversa. Era un reto.

–Te retaste catorce veces.

–Supuestamente, debí tirarme solo siete veces, pero era tan mala en skydiving… al final me quedé en nivel 6, en el que haces volantines en el aire. Tengo que sacarme ese clavo algún día. En Orlando vi “La Nouba”, del Cirque du Soleil. Me puse a llorar. Regresé a Lima y en mi mail había un correo que decía “Invitation for Final Cut in London”. Como yo había dicho en la aplicación que vivía en Londres, me mandaron esta invitación, pero yo ya estaba con mi proyecto. Ya había contactado a Los Ángeles en Grau y Lampa, ya estaba el coreógrafo acá, ya estaba haciendo prensa. Cuando me fui a la audición del Cirque du Soleil lo hice buscando al Circo del Mundo, que es la organización social del Cirque du Soleil. En todo momento era “vas, haces presencia y después hablas con ellos de lo que estás haciendo, que vengan al Perú, hacen esto y te regresas a bailar a Londres”.

“Ahora quiero bailar porque me gusta y porque me mueve todo. Una persona que baila no puede ser mala. Es tan rico sentirte y estar conectado con uno mismo y con los que bailan con uno”.

–¿Y qué paso?

–Llegué tarde porque decidí ir a la audición dos días antes y tenía que conseguir pasaje y todo. Encima, me equivoqué de fechas… boicot total, ¿te das cuenta?

–Sí.

–Llegué a Heathrow, tomé el metro y fui a Covent Garden con mi maleta. La gente estaba haciendo danza clásica. “¿La peruviènne?”, me preguntaron.

Era la única en llegar tarde. “Tienes cinco minutos para calentar y ponerte al día”, me dicen, con un viaje de cerca de veinticuatro horas y jetlag incluido. Calenté y empezaron una improvisación. La cosa es que a cada hora decían ‘se van los números tal y cual’. Nos quedábamos. “No, no, no… no te afanes, no hemos visto suficiente de ti”. Ese día estuve audicionando y no almorcé. Nos hacían pruebas físicas de saltos, de baile, de rapidez mental, de cuán rápido agarrabas los pasos. De todo.

Pasé el primer día. Pero eran tres días de audición. Llamé a Lima. “He pasado y ya mañana les hablo del Circo del Mundo”.

Al día siguiente, ¡boom!, paso. Al tercer día éramos sólo seis y nos escogieron a dos. Cuando me dieron mi contrato amarillo fue como “esto no puede estar pasando”. Uno de los talent scouts se me acerca y me dice: “Yo no debería decirte esto, pero por tu estructura ósea y física veo que has hecho acrobacia”, “sí, de chica”, “ven mañana a la audición de acrobacia”. “No hago hace tiempo”. “Te quiero para un show en Las Vegas.

Ándate a donde tengas que ir y mándame tu video de acrobacia”. Regreso a Lima y me digo: “Vamos a entrenar”. Duré dos días. No mandé el video. Me puse a hacer el proyecto, vino el reclutamiento de los chicos de Ventanilla y se acabó el Cirque du Soleil.

–Dejaste pasar la oportunidad.

–Sí. En realidad no fui reclutada. Sólo me dieron un cartón de potencial carácter.

–Pero superaste a toda esta gente y lo dejaste pasar.

–Igual fue cuando me presenté a la academia de Víctor Ullate en España. Éramos 400 postulantes y fui de las cinco que quedamos.

–Por qué dejas pasar estas cosas.

–En Lima, siempre creí que bailaba porque mi papá ayudaba mucho al ballet. Creía que no era buena sino que tenía vara, que la gente quería congraciarse con él.

–Debe ser difícil.

–Quise probarme. Parte de mi filosofía de “se puede vivir de la danza y puedo hacerlo sola”, se debe a eso. De todos modos, eso no hubiera sido posible sin el apoyo de mi familia.

–Siento que intentas responder a una expectativa enorme.

–Dicen que la gente que hace proyectos sociales los hace porque algo les falta. Pero habiendo tenido la suerte que he tenido yo, mi familia y todo lo que he recibido, no lo sé. Creo que es sólo porque me han educado con mucha sensibilidad, y si me pusieron en este país es para hacer algo. Si no, para qué uno nace acá.

–Al ballet clásico no vas más…

–Clarísimo. Nunca más me van a decir que baje de peso ni que cambie mis piernas. ¡Ya no! Ahora quiero bailar porque me gusta y porque me mueve todo. Una persona que baila no puede ser mala. Es tan rico sentirte y estar conectado con uno mismo y con los que bailan con uno. Cada vez que alguien baila, uno de mis chicos en un escenario o quien sea, cambia. Se presentan y son otra persona. Después de “Coreográfika” estos chicos tuvieron un vuelco. Se dan cuenta de que valen y de que están dando y recibiendo. Es una dinámica que realmente transforma. Una terapia en el escenario. Si quiero ser líder en la transformación social a través de las artes escénicas, debo ayudar a que cada uno de estos chicos sea líder. Y creo que todos podemos serlo. 

“Tal vez estoy yendo contra la corriente, pero por lo menos en mi pequeño mundo de la compañía puedo decir que no hay prejuicios y eso me ha costado”.