Hijo de un diplomático y una reina de belleza, exarquero aliancista que llama a La Victoria su casa, y hoy mediático alcalde que se enfrenta a las mafias enquistadas en su distrito y a la variable opinión pública, George Forsyth asegura que su objetivo es cambiar la forma de hacer política en este país. Lee un extracto de la entrevista completa, parecida en ña última edición de la revista COSAS.
Por Carlos Hidalgo Fotos Iván Salinero
Sentado en su despacho, frente a cuatro pantallas que reproducen imágenes en tiempo real de las zonas más conflictivas de su distrito, George Forsyth, el alcalde de La Victoria, recuerda el día que llegó por primera vez a Alianza Lima, cuando el portón que da a la avenida Isabel La Católica se abrió, en su caso, para siempre. “Me recibió don Pedro, un moreno gigantesco, de 130 kilos por lo menos”, dice, sonriéndole al recuerdo y a la imagen del viejo chinchano encargado de la puerta principal del club. “Me da la mano y su mano era del tamaño de una piedra. ‘Ya, pasa, pasa’, me dice apurado, y yo entro todo asustado. Te imaginas pues: flaquito, con brackets, con mi corte hongo… Pero apenas entré, al poco rato, me sentí en mi casa, fue magia. Y Alianza se convirtió en mi segundo hogar, mi segunda familia”, añade. ¿Y La Victoria?, le preguntamos. “La Victoria se convirtió en el barrio que nunca tuve, porque paraba viajando todo el tiempo”, contesta.
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Tenía, entonces, 12 años, pero Forsyth ya era un niño de mundo, si es que el término es válido. Debido al trabajo de su padre, el diplomático Harold Forsyth, actual embajador peruano en Japón, George y su familia habían dado varias vueltas. Su hermana nació en Bulgaria y él en Venezuela, como su hermano, donde fueron inscritos de inmediato en el consulado peruano. “Soy peruano como el que más”, aclara. De Caracas la familia retornó para una breve estancia en Lima, donde aprovechaba para visitar al abuelo materno en Chile. Luego fueron Canadá y Alemania, donde George descubrió el puesto de arquero y se enteró, por su padre, de la tragedia aérea del Fokker en 1987, cuando una generación de aliancistas se perdió en el mar de Ventanilla. “Me impactó mucho: era apenas un niño”, recuerda. “Así fue como conocí a Alianza Lima y me hice hincha”, añade.
Cuando volvió al Perú, nunca se crío en un barrio determinado, hasta que llegó a La Victoria, que lo adoptó.
“No tengo un amigo que pueda decir que es de mi barrio y que no sea de La Victoria”, sostiene. “Yo siento que he tenido la fortuna que pocos pueden tener. Crecí en una familia de diplomáticos entre cocteles, recepciones, cinco tenedores y, por otro lado, he conocido lo que es el barrio, donde me acogieron como uno más de la familia, en casas humildes donde pasé Navidades, porque mi familia viajaba”, recuerda. La Victoria, dice, le dio identidad. “¿O me vas a decir que soy el blanquito común que te puedes encontrar? Me dio lo criollo, me dio la salsa, me dio amigos, esquina, hacer chancha para la combi o la gaseosa. Lo que no tuve de pequeño”.