Miguel Barreda dirige, escribe y produce películas que –casi siempre– filma en Arequipa, su tierra. Estudió Literatura en Alemania, hasta que el cine lo descarriló. Fue alumno de Béla Tarr en la Academia de Cine y TV de Berlín. Volvió al Perú y filmó “Y si te vi, no me acuerdo” y “Ana de los ángeles”. Acaba de estrenar, en el Centro Cultural de la PUCP, Encadenados, una película sobre la soledad, la vulnerabilidad y la deriva de nuestros tiempos, con Norma Martínez, Melania Urbina y Pelo Madueño.
Viviste veinte años en Alemania.
Cuando acabé la secundaria, me fui a Alemania con la intención de estudiar Literatura. Pero después de dos años llevando la carrera, me fui dando cuenta de que no servía para ser un académico. El academicismo me estaba quitando el placer de leer. Ya no leía, sino analizaba. Me hacía mucha falta el intercambio con otros escritores. Descubrí que el cine integra el arte y la técnica. Después de ver “Un perro andaluz”, pensé que quería hacer algo así. La primera vez que postulé a la Academia de Cine de Berlín, no ingresé. Trabajé como asistente de cámara y de rodaje. Dos años después, volví a postular e ingresé. Es una escuela pública surgida de las entrañas de Mayo del 68, con un compromiso político fuerte, y estaba muy influenciada por el cine de autor. No creo que sea indispensable ir a una escuela de cine para aprender a hacer películas. Fassbinder, uno de mis directores más admirados, postuló en el año 66 a donde estudié y lo rechazaron por falta de talento. La ventaja de ir a una escuela es tener medios para practicar y la posibilidad de aprender de la mano de directores.
Leí que fuiste alumno de Béla Tarr.
Éramos destrozados por completo por Béla. Le mostré mi primer guion y me dijo: “Vete a tu casa, olvídate de esta porquería que me has traído y tómate una cerveza”. Te daba un par de días para reescribir. Salías del shock y te dabas cuenta de que había cosas que no funcionaban. Era muy exigente. Trabajábamos con ahínco. Con Béla, las conversaciones no giraban sobre la intensidad de una lámpara o del modelo de la cámara, sino sobre la trascendencia de las imágenes.
Encadenados tiene una escena muy audaz de masturbación femenina. ¿Qué tan difícil fue animarse a mostrarla?
Estaba escrita desde la primera versión del guion. Tenía más o menos claro cómo la íbamos a hacer. Fue muy grato desarrollarla con Norma Martínez. Después de leer el guion, ella también pensó que no se trataba de una escena sexy, sino que tiene mucho de congoja, de melancolía. Esa coincidencia nos allanó el camino para la puesta en escena. Norma propuso detalles que son muy de ella. Hay un margen de espontaneidad.
¿Se filmó muchas veces?
Dos. La primera se interrumpió por un problema técnico.
Son diez personajes “quiñados”. ¿Cada uno simboliza alguna herida o dolencia de la modernidad?
Uno de los puntos de partida fue un concepto que tenía para hacer una serie basada en los siete pecados capitales. Esos personajes o símbolos se trasladan al esquema de “Encadenados”. Eran pecados entendidos como debilidades de carácter. Más que pensar en lo que significa cada personaje pensaba en quiénes eran, de dónde venían, hacia dónde iban.
Has trabajado con actores de formación teatral, actores que han hecho mucho cine y actores amateurs. ¿Qué debe tener un actor para gustarte?
Rostros, facciones y cuerpos que quiero ver en la pantalla. Tengo una manía: me gusta establecer una relación –no necesariamente amical– con los actores. Conoces bien a una persona para saber qué pedirle como actor. Me gusta la ductilidad y la seguridad de los actores. No he trabajado con actores muy temperamentales o hiperactivos todavía. La serenidad es fundamental. Se puede trabajar la histeria desde la serenidad.
Has hecho una road movie, una biografía religiosa, un drama coral. ¿Qué sigue?
Estoy trabajando en la adaptación de una novela de Teresa Ruiz Rosas: “Nada que declarar”, que tiene como tema el tráfico de personas. Es una historia de amor entre una jovencita afroperuana y un alemán. Ella se enamora, se muda a Alemania y él la entrega a una red de proxenetas. En 2016 hay esclavitud, tráfico de personas. Por otro lado, hay una historia de amor compleja. Ella tendrá que liberarse y hacer justicia.
¿Por qué volviste de Alemania?
Después de veinte años, tenía la sensación de que había cumplido un ciclo. Estaba muy a gusto allá, pero sentía que los temas que me estaban preocupando tenían que ver con mi país. El Perú estaba muy presente.
En Alemania, los cineastas trabajan en condiciones diferentes, mucho más favorables. ¿Qué hace falta para crear una industria de cine en nuestro país?
Una de las grandes diferencias entre el Perú y Alemania está en la distribución y la exhibición: allá hay espacios para los distintos tipos de cine. Si los productores en el Perú estuviéramos unidos en un solo gremio, tendríamos una fuerza importante ante los distribuidores y los exhibidores que muchas veces no quieren pasar nuestras películas. Necesitamos un espacio en las pantallas. Hablar de cuota de pantalla para muchos es terrible. Significa atentar contra la libertad de mercado, pero lo más justo es respetar la diversidad. Así como existe una bandada de 400 guacamayos, tienes un gallito de las rocas y ese gallito también tiene derecho a que le tomen su foto.
¿Cuando filmabas Encadenados, hubo alguna película, libro o disco que te acompañaba?
Durante la producción, trato de no ver películas. Leí que Wim Wenders también hacía eso. Puede ser muy estimulante o muy deprimente. Durante el rodaje, con el director de fotografía teníamos algunas imágenes de la foto de Rodrigo Prieto. Cada película tiene un leitmotiv, una directiva emocional, que sirve para cuando te sientes atracado. En el caso de “Encadenados”, es una combinación de palabras: ansía de libertad.
Por Ana Carolina Quiñonez
Retrato de Julio del Carpio