La reciente masacre perpetrada por un fanático homofóbico en una discoteca de Orlando, que dejó la espeluznante cifra de cincuenta personas muertas, provocó reacciones iniciales muy distintas en quienes ya han sido confirmados como contrincantes en las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Por un lado, el candidato republicano, en lugar de manifestar algún tipo de empatía por los familiares de las víctimas, no tuvo mejor idea que “felicitarse” a sí mismo a través de Twitter: “Aprecio las felicitaciones por tener razón respecto al terrorismo islámico radical, (pero) no quiero felicitaciones, quiero mano dura y vigilancia”. Mientras tanto, la demócrata Hillary Clinton, quien podría convertirse en la primera mujer en asumir el liderazgo de la nación más poderosa del planeta, también se pronunció vía Twitter, pero de una manera casi antagónica: “Desperté con la devastadora noticia de FL (Florida). Mientras esperamos más información, mis pensamientos están con los afectados por este horrible acto”.
Estas reacciones ante un hecho tan impactante, que podría terminar jugando un papel decisivo en lo que queda de la campaña, funcionan como una perfecta antesala de lo que vendrá en los próximos meses hasta los comicios del 8 de noviembre: una candidatura virulenta, como la de Trump, que buscará explotar miedos y taras históricas de la sociedad estadounidense, enfrentada a una postulante que apelará a los valores que siempre han estado asociados al Partido Demócrata, para lo que ya cuenta con un aliado esencial: el presidente Barack Obama, quien el viernes pasado, en una rueda de prensa que fue televisada a todo el país, dejó muy claro por quién votará. “Sé lo difícil que puede ser este trabajo. Por eso sé que Hillary será muy buena en esto. De hecho, no creo que haya habido jamás alguien tan calificado para asumir este despacho”, declaró el actual mandatario estadounidense luego de que se confirmara que Bernie Sanders había quedado al margen de la candidatura del Partido Demócrata.