“Hemos crecido en la playa; aprendimos a correr tabla en la isla. Tengo lindos recuerdos de esa época”, cuenta Alejandra sobre los primeros años de su vida, los cuales transcurrieron sobre las olas del mar de Punta Hermosa, en la compañía y la complicidad de su prima Kina Malpartida y de Sofía Mulanovich, amiga suya desde entonces.
Sin embargo, a diferencia de ellas, lo suyo no es competir. O al menos eso pensaba hace cinco años. “Yo era anticompetencia. Alguna vez probé hacerlo con el surf, y no me gustó, porque lo veía más como una pasión relajada y lo hacía para contactar con la naturaleza; entonces sentía que la competencia le quitaba eso”, confiesa. Pero, con el jiu-jitsu, se derrumbó ese prejuicio. “Con el jiu-jitsu, contactas contigo mismo. Estar ahí los segundos antes de empezar a pelear, con esa mezcla de miedo y adrenalina que te produce ver a tu contrincante, darte cuenta de que es más grande que tú y saber que no hay paso atrás, hace que salgas a guerrear y darlo todo”. Y esa sensación de la que habla es visible. Cuando Alejandra pelea, una combinación de furia sana –por contradictorio que suene– y concentración total aflora en su cara. Justo en los momentos previos al enfrentamiento, asoma esa especie de álter ego ensimismado –porque tal nivel de mentalización debe de llevar a una especie de enajenación– y se lleva, por unos minutos, a la Alejandra que es pura risa. Mide a su contrincante, la analiza, la pone en aprietos, la somete.
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Quizá esta nueva fascinación por la sensación que le produce competir tenga que ver con que los demás deportes que practica desde siempre son un enfrentamiento constante con la naturaleza, a la que, como ella misma reconoce, “jamás se le va a ganar”; mientras que, en el jiu-jitsu, el combate es cuerpo a cuerpo. Es ahí, en esa danza de llaves que parecen abrazos a ras del piso, que el término “competencia” ha adquirido un nuevo matiz para Alejandra.
¿Cómo así, a los 30 años, dices: “Voy a dedicarme al jiu-jitsu”? ¿Qué fue lo que te despertó ese interés?
A mí siempre me ha gustado el deporte: corro tabla desde niña y es una pasión que aún mantengo. Desde hace un tiempo, entrenaba en casa de una amiga; hacíamos una especie de vale todo, una mezcla de box, muay thai y piso. Y me di cuenta de que lo que más me gustaba era el piso. Así que el profesor con el que entrenábamos me recomendó probar jiu-jitsu. Yo no tenía idea de cómo era, pero me compre un kimono y fui a una clase. Al salir, me dije a mí misma: “Esto es todo”. Y dejé todo lo demás para dedicarme por completo al jiu-jitsu. Me hubiese encantado conocer este deporte antes, de hecho, pero nunca es tarde. Al fin y al cabo, la edad es solo un número: lo que importa es la actitud.
¿Cómo pasaste de no haber querido competir nunca con los otros deportes que dominas y practicas desde siempre a, de pronto, estar en un mundial de jiu-jitsu, el deporte que conoces menos tiempo que los demás?
Unos amigos me insistieron para que me inscribiera en un campeonato local, pero yo no quería. Entonces mi profesor me dijo: “Métete… ¡Prueba!”. Así que eso hice. Probé. Y la sensación que descubrí me encantó. ¡No podía creerlo! Dije: “No, qué es esto… ¡Es increíble!”.
¿Cómo te preparaste para el campeonato mundial?
Hace dos años fui al mundial y salí tercera, así que me quedé con las ganas. Me faltaba aprender a competir, porque hay estrategias que puedes usar, reglas que yo no conocía. Entonces me penalizaban y yo ni siquiera entendía por qué. Pero poco a poco he ido aprendiendo…
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Claro, porque puedes ser buena en el jiu-jitsu, pero competir es otra cosa. Tenías que educarte en la competencia, algo en lo que no tenías mayor experiencia y que, de hecho, rechazabas…
Exactamente. Esa fue mi primera vez afuera, y me gustó. Luego, tuve la suerte de ir al Miami Open, donde quedé segunda; después, al sudamericano, el año pasado, en el que también salí segunda. Entonces, ¡ya estaba con muchas ganas de ganar! Así que esta vez me preparé bastante mentalmente: trabajé en creérmela, porque eso de que dicen que te la tienes que creer es verdad. O sea, tampoco es que baste con eso y no hagas nada más. Yo, por ejemplo, me he preparado físicamente con actividades deportivas alternativas, como yoga, crossfit, natación –que, para mí, es como una meditación–, y todo eso en conjunto llevó al resultado que obtuve.
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Además, un día antes de competir, tuve una conversación con un amigo allá en Brasil, que también entrena jiu-jitsu, y me dijo: “Es tu momento, sal como ganadora, no salgas a ver qué pasa, todo depende de la actitud con la que salgas”. Así que, en vez de salir a tantear, que era lo que ocurría antes, salí convencida de que iba a ganar. Y así fue.
Por Vania Dale Alvarado
Fotos de Paolo Rally
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