En su nueva película, Florence Foster Jenkins, Meryl interpreta a la cantante lírica del título, una millonaria con más pasión que talento, que se hizo célebre en su época por grabaciones que, en el sentido más literal posible, resultaban imposibles de resistir para los críticos. Su canto era como una gotera sin armonía, como una melodía de aullidos. Meryl, que estudió canto desde sus días en la Escuela de Drama de la Universidad de Yale, debió tomar clases con un maestro para aprender las arias que canta en la película, y luego, frente a la cámara, jugó con los registros hasta lograr el horroroso y muy divertido efecto deseado. La película, dirigida por Stephen Frears y coprotagonizada por Hugh Grant, es un drama y una comedia a la vez. En manos menos hábiles, el personaje podría haber terminado convertido en una caricatura ridícula, pero la actriz llena sus trinos con lo que ella misma define como “humanidad”.
Meryl lleva treinta y ocho años de matrimonio con el escultor Don Gummer, y tiene tres hijas actrices y un hijo músico. Su vida privada se ha mantenido siempre así, privada, lo que no deja de ser una hazaña, considerando que estamos hablando de una de las mujeres más famosas de Hollywood. Hablamos con ella en Los Ángeles, durante la semana del estreno de Florence Foster Jenkins.
¿Cómo te preparaste para esta película?
La razón por la que Florence Foster Jenkins fue tan popular en su época y causó tanta sensación, pienso yo, no fue solo porque cantaba mal. Cantaba mal, es cierto, pero lo hacía con mucha esperanza y alegría, y es posible ver en su canto al menos trozos de su aspiración. Creo que eso explica en parte el cariño que le tenía la gente. Amaban sus aspiraciones y la esperanza de su voz. Y cuando inevitablemente desafinaba, amaban sus errores también. Tiene que haber algo más que mal canto, y eso fue lo que me atrajo de este personaje: la humanidad de esta mujer.
Una de las partes más emotivas del filme es cuando ella está muriendo y dice: “Nadie puede decir que no canté”. ¿Qué tan importante es para ti hacer lo que amas y cuánto te importa la opinión del resto al respecto?
Creo que lo que ella dice es que la gente puede decir lo que quiera de ella, pero hizo lo que amaba. Lo que sugería ahí es que la gente puede decir que cantó mal, pero nadie puede decir que no cantó. En mi caso, descubrí lo que amaba hacer desde muy temprano y por eso pude convertirlo en mi vida. Soy muy afortunada.
¿Cómo te preparaste para cantar mal?
Lo tomé tan en serio como ella. Hablé con Audra McDonald (famosa cantante de ópera y del circuito de Broadway), le expliqué que tenía que cantar varias arias, y ella me sugirió que visitara a su profesor de canto, Arthur Levy. Estudié con él, ¡aunque él probablemente no quiera que lo mencione! Es un hombre fantástico, muy compasivo y muy divertido. Comprendió perfectamente lo que estábamos tratando de hacer, así que me enseñó a cantar las arias lo mejor posible y me dijo que luego, cuando estuviéramos filmando, bajara un cuarto el tono o hiciera libremente lo que quisiera con ellas.
¿Sabías quién era Florence antes de comenzar a filmar la película?
Sí. Sabía quién era, como cualquiera que haya estudiado drama. Ella era famosa. Recuerdo que en Yale la gente pasaba casetes con sus grabaciones y la tocaban en las fiestas. Era algo que olvidé durante años, y los estudiantes se reían y se reían. Era muy divertido, y muy conmovedor también. Una vez comí con Jasper Johns y me contó que él y Robert Rauschenberg, cuando eran muy jóvenes, solían sentarse a escuchar sus discos. Creo que los artistas entienden esto de tratar de conseguir algo maravilloso y fallar en el intento. Saben lo difícil que es.
Desde niños se nos enseña que debemos seguir lo que nos apasiona, pero no todos tienen el talento. ¿Qué haces cuando ves a un actor que ama lo que hace, pero quizás no es tan talentoso?
Creo que la vida te entrega tu destino. Jack Nicholson me dijo una vez: “Nunca escupas en la felicidad de un hombre”. Me pareció una muy buena frase, porque ya hay demasiadas fuerzas que dicen “no” en este mundo. Creo que es mejor decir “sí”, tratar de seguir adelante, aunque te pegues en un muro. Es mejor eso que de pronto llegar a los 50 y darte cuenta de que no has tratado de hacer lo que querías hacer.
Por Yenny Nun
Fotos de Getty Images • Paramount Pictures
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