En España y en el Perú el público está metido de pies y cabeza en el culebrón Presyler –VLLL y no queda sitio para hablar de la Inmortalidad a la cual dentro de pocos días accederá el Nóbel y que debe ocupar buena parte de su tiempo.
Por Maki Miró Quesada

En unos días Mario VLL entrará  “sous la Coupole” como se le conoce a la Academia Francesa y obtendrá  el título de “Inmortel”, que no es moco de pavo.  Imagino sin esfuerzo al joven VLL recién casado con la tía Julia viviendo en la pensión de la Rive Gauche no lejos de la Academia, rebuscando cómo ganarse malamente la vida y pasar caminando al costado sin jamás ocurrírsele que algún día tendría allí su sitio.  Me atrevo a decir que en esa época el Premio Nóbel debía parecer más lejano, más frío y más ajeno que el grupo de consagrados intelectuales y escritores, herederos de Victor Hugo, de Jean Cocteau, de Chateaubriand , de  Ferdinand de Lesseps y Louis Pasteur sin hablar de su admirado André Malraux a quién conoció en los comienzos de su vida en Paris, todos ellos vivos para siempre, allí cerca de su cuartito, en el Olimpo de los Inmortales.  

Una Academia que fundó Luis XIII en 1637 (4 siglos, chicos. El Premio Nobel data de ayer nomás) y que  “puso bajo la protección del Cardenal Richelieu”.  ¿Quién lo diría, verdad?  El Vargas Llosa de entonces seguro que no.  ¿Y quién en la España del papel cuché puede medir la importancia de lo que va a ocurrir en la vida del escritor a quién está elección le coloca en la hornilla de atrás el lío farandulero de la señora Presyler y su no menos mediática hija Marquesa de Griñón que tampoco puede medir los alcances porque la gente que vive del reality no lee? (Mas sobre el tema más adelante).  

En el Perú esto solo les importa o les impresiona a los “usual suspects”, a esos que saben que es la Nouvelle Vague o han leído a Houllebecq  o las dos cosas, o sea 4 gatos; muerto Szyszlo quedan 3 gatos. Pero,  en Francia el país donde más se lee en el mundo, el país con el que soñaba el joven Vargas Llosa del Leoncio Prado, convertirse en un miembro de la Academia Francesa es convertirse en un Inmortal.  Y codearse con los héroes de la literatura. Después ya poco o nada importa. Bajo la Coupole se ingresa con uniforme de Académico, verde con bordados de hilos de oro, tricornio con plumas y espada al cinto –la espada es siempre un regalo de los amigos; tuve el gusto de contribuir a la espada de Jean Marie Rouart cuando ingresó a la Academia (1997) – para que luego los académicos se deleiten con el discurso del nuevo miembro, una pieza de retórica que enmarcará su trayectoria literaria para siempre.  

Y de esto, ¿qué se sabe, que se dice en el Perú? ¿Qué dicen los diarios, y más que nada que dicen las redes? Los diarios, nada, ocupados como están en mirarse el ombligo. O sea solo el mañana. De las redes y lo poco que leo, estas derraman un vómito negro sobre la vida privada del escritor, lo único que interesa a la moral hipócrita de las Tres Veces Coronada.  Que si él dejó o si lo dejaron, que si está viejo o es tacaño o celoso, si engañó a su tía con su prima, historia viejísima pero allí sale – olvidando convenientemente que llegado el caso el sobrino tenía 19 años y a la sazón era un menor de edad- que si lo mantenía la China o si él cobraba por las exclusivas del ¡Hola! Ese es el nivel.  Acorde con los Castillos y las Betssy  (¡por favor que alguien le quite la S que sobra y de paso también el resto!) que viven y discurren con la chatura de una tertulia de chingana regada con chelas tibias sobre aserrín.  

Una publicación erudita local señala que es el primer latinoamericano en llegar a la Academia Francesa. Wrong. Antes que Mario y no por restarle méritos fueron Académicos Hector Bianciotti (1996), nacido en la Argentina y el delicioso Réné de Obaldía (1998) de padre panameño y madre francesa, nacido en Hong Kong; lo sé porque conocí muy bien a los dos.   Aquí me permita el paciente lector una pequeña digresión porque el cuento vale la pena.  

Los Preuvel, joven pareja francesa y abuelos maternos de Réné, acompañados de su hija Madeleine estaban por casualidad de paso por Panamá a principios del siglo pasado cuando la fiebre amarilla mataba a diario.   A pocos días de llegar ambos fallecen en el Hotel Tivoli y la joven Madeleine queda abandonada.  La situación llega a oídos Heliodora Jimenez la esposa de José Domingo de Obaldía, el Presidente de Panamá.  La señora de probado buen corazón de inmediato le dice al cochero que prepare el carruaje porque va a ir a buscar a la niña.  La señora Obaldía que ya criaba 13 niños, entre suyos y ajenos,  suma a la joven francesa y Madeleine se cría con los Obaldía como una más.  Tanto es así que termina por casarse con José Clemente Obaldía, el hijo número 12, quien desgraciadamente no tenía las virtudes de su madre –y presumo tampoco las de su padre-  y como no sabían que hacerse con él lo mandan a Hong Kong a un vago puesto diplomático y es allí donde en 1918 nace Réné.  Su padre los abandona al poco tiempo y la joven señora de Obaldía regresa a Francia donde se educa Réné.  Conocí bien a Réné y a su esposa americana Diane. Tenía una gran curiosidad por Panamá, que nunca visitó, mezclada con una nostalgia romántica por ese pequeño país exótico y lejano que acogió a su madre.  Me hacía innumerables preguntas sobre Panamá y hablaba siempre de ir a visitar a sus primos Obaldía.  Murió el año pasado a los 103 años sin cumplir su deseo.  Entre sus libros exquisitos está “Du vent dans les branches du sassafras”* que vale la pena leer aunque sea solo por el título. 

¿De la Presyler y el escritor que más decir? La gente se enamora y se desenamora todo el tiempo y a cualquier edad; son cosas de la vida y no para rasgarse las vestiduras.   Aquí nadie entro con una venda en los ojos. La Presyler siempre va a necesitar un walker  para que la acompañe a los eventos sociales públicos y privados y no puede ser ningún mequetrefe porque si no se le acaba el arreglo  muy lucrativo que tiene desde hace décadas con el ¡Hola! La calle está muy dura porque la China no es perdiz de temporada y un Premio Nobel la viste muy bien.  

El escritor siempre ha sido muy enamoradizo.  Eso lo sabemos todos.  O sea que por ese lado cero novedad. Su mujer le ha perdonado NNN infidelidades pero eso es estrictamente asunto de ellos y no tienen que rendirle cuentas a nadie.  Con lo snob que es la sociedad limeña –que tampoco lee–  al Nobel nadie le hizo caso hasta que se volvió famoso, y rico.  Después le llovieron amigos.  Irse con la Presyler era decirle a todos aquellos que antes no le daban ni la hora que no necesitaba una invitación a una casa de playa porque le bastaba con ir a cenar a Highgrove con el entonces Príncipe (y hoy rey) Carlos de Inglaterra, sin contar que por estos lares ser Marqués no hace daño.  Después del abandono del padre y del abandono del electorado no es una mala revancha.

Así somos todos.  Buenos mientras queremos serlo. Para mis amigos, todo, para mis enemigos, la ley. Los que nos son amigos (muchos por opción política) le caerán con todo a la ex pareja de este romance de seniors.  Mi posición es vivir y dejar vivir –si es posible con humor.  Yo mañana temprano cambio todas las portadas del ¡Hola! por entrar en la Academia Francesa. 

*El viento en las ramas del sasafrás             

P.D. Aquí igual solo se habla de Meghan y Harry.

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