Claudia Piñeiro habla de sus novelas, del feminismo en la literatura y es co autora, junto con Marcelo Piñeyro, de la serie de televisión «El reino», que obtuvo el Premio Platino a Mejores Creadores de Series.

Por Lucas Cornejo Pásara

Nació en Buenos Aires en 1960. Es escritora, dramaturga, guionista de TV y colaboradora de distintos medios gráficos. Por su obra literaria, teatral y periodística, ha obtenido diversos premios nacionales e internacionales, entre otros el Premio Clarín de Novela, el Premio LiBeraturpreis, el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el Premio Rosalía de Castro del PEN (Club de Poetas, Ensayistas y Narradores de Galicia), el Premio Pepe Carvalho del Festival Barcelona Negra, el Premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón, el Premio Negra y Criminal del Festival Tenerife Noir, el Premio Best Novel del Festival Valencia Negra. Este año compite como finalista en el International Booker Prize 2022 con la traducción de Elena sabe al inglés. Como coautora, junto con Marcelo Piñeyro, de la serie de TV El reino, obtuvo el Premio Platino a Mejores creadores de series.

Claudia Piñeiro

“Las escritoras hoy están siendo visibilizadas gracias al movimiento feminista. Se ve muchas más escritoras de las que se vieron antes”, apunta Piñeiro.

 -Sé que antes quisiste estudiar sociología y terminaste estudiando economía porque no se pudo lo otro ¿Siempre quisiste escribir?

-Siempre hubo el deseo o casi la necesidad de escribir. No la conciencia de que podía ser escritora. Yo desde que sé escribir, escribía. Para mí era importantísimo hacerlo, pero yo venía de una clase media baja. En mi familia no había artistas, escritores, y pensar que yo podía ser escritora no se me pasó nunca por la cabeza. No era una posibilidad. Tenía que seguir una carrera que me permitiera trabajar y ganarme el sustento, quería estudiar sociología, pero la dictadura militar cerró la carrera ese año y terminé estudiando ciencias económicas. Si vos me preguntas ‘¿siempre siempre escribiste?’, sí. Lo que me tardó en llegar fue la conciencia de que, si me esforzaba, si lo intentaba, a lo mejor, podía ser escritora. 

 -¿Y por qué sociología?

-Siempre me interesó lo que pasa en la sociedad. Creo que, de alguna manera, la literatura que escribo lo refleja. También cuando uno termina el colegio tiene ideas de qué te interesa, pero no necesariamente lo tienes tan claro. Hice un test vocacional y la psicóloga me dijo ‘anda a la universidad y pregunta qué te dicen los estudiantes de sociología. Los encontré y me dijeron ‘no, no se te ocurra. Vas a terminar muerta en una zanja. Jamás vas a poder aplicar nada de esto por la dictadura’. Era el 78, ya eran dos años de dictadura, y me dieron un shock de realidad de lo riesgoso que era seguir esa carrera. Por eso, me fui para otro lado. 

 -¿Todavía te interesa leer sociología? ¿Crees que sirve para escribir?

-Sí, me interesa mucho. Uno de mis tres hijos estudió sociología y me pasa muchos textos que me interesan. Por ejemplo, cuando escribí El reino (serie de Netflix) con Marcelo Piñeyro, él había estudiado en  sociología cosas que tenían que ver con religiones y determinados procesos sociales que me sirvieron mucho para la serie. 

 -Escuchando una charla tuya —a propósito de tu última novela— sobre la cuestión de la empatía que uno puede sentir con un asesino y cómo éste se puede o no reinsertar en la sociedad….

-En El tiempo de las moscas hay una mujer que estuvo presa quince años por cometer un asesinato. Cuando sale de prisión repite ‘yo no soy asesina, yo maté, pero no soy asesina’. La pregunta es qué se les ofrece a esas personas que van a la cárcel por ese crimen o por crímenes menores y se les dice que, al cumplir con ciertos años de encierro, saldrán y podrán reinsertarse en la sociedad. ¿Es cierto que se pueden reinsertar? En Argentina es bastante difícil. Primero, que la cárcel no tiene —la mayoría de las veces— condiciones adecuadas para que esa persona esté preparada para reinsertarse. Además, está el prejuicio de todos nosotros. Yo me imagino en una cena con amigos y que se sienta alguien y dice ‘ah sí, yo estuve quince años preso porque mate a alguien’. Seguramente a todos se nos va a poner la piel de gallina y vamos a estar preocupados por si mata a alguien en esta cena. Probablemente, eso no va a suceder, pero quiero decir que hay una promesa para el que comete un crimen que tiene algo de hipócrita. No necesariamente cuando vuelva se le va recibir como se le dice que se lo va a recibir. Y, si no, es una condena de por vida. 

 -De alguna manera, nunca se cumple la pena. Acá se ve mucho con los presos del terrorismo, por ejemplo. Cuando salgan, siempre van a estar marcados por eso…

-Exacto. Ahí hay algo que no pudimos solucionar como sociedad. Por eso en la novela la que lo pone en evidencia es la niña, la nieta de Inés, que tiene quince años. Los adultos normalmente ya asumimos estas cosas, pero un adolescente o alguien con una cabeza más limpia lo puede señalar. 

 -Me interesa mucho el tema de la lectura masculina con personajes mujeres o viceversa. Sé que en tus libros se ha logrado que muchos hombres lean sobre personajes mujeres. ¿Cómo te sientes leyendo a hombres que escriben sobre hombres? ¿Te es más difícil leer hombres que mujeres?

-No, es muchísimo más fácil porque nos entrenaron toda la vida para eso. Nos entrenaron para entender el universal a partir de lo masculino. Si nos hablan de una historia de varones, nos sentimos incluidas, aunque no seamos esos personajes. Podemos hacer ese ejercicio. A los hombres les ha costado mucho más porque, además, se les ha dicho que eso era de poco hombre. Leer una novela romántica, de amistad de mujeres o con una protagonista mujer, para muchos hombres, era una cuestión que no correspondía. Me acuerdo que, cuando yo saqué La viuda de los jueves, un señor me la trajo y me dijo ‘la leí porque me avisó mi mujer que no era para mujeres porque, con ese título, ¿qué varón la va a leer?’. Yo pensaba —y no le dije nada porque pienso que una firma de libros no es el momento para educar, y además que lea lo que quiera— ‘acaso ningún varón leyó Madame Bovary o Ana Karenina, sería tremendo si fuera así, ¿no? Me parece que para nosotras ha sido natural leer novelas de hombres con cosas que tienen que ver con la masculinidad. Para los hombres es un entrenamiento de las nuevas generaciones. Creo que en ellas pasa mucho menos. Yo he leído recientemente libros como Wërra de Federico Jeanmaire —son todas historias de hombres que combatieron en la Segunda Guerra Mundial en Francia— o Una música de Hernán Ronsino —sobre un varón al que se le muere el padre y vuelve siempre ha rescatar de ese vínculo— y las leí fascinada. Eran mundos en los que me puedo sentir absolutamente identificada por más de que no haya nada más lejos de mí que un excombatiente de la Segunda Guerra mundial varón que todavía sufre por llevar las estrellas colgando. Pero esas novelas hablan de una masculinidad que fue obligada a cumplir un rol también por el patriarcado. El patriarcado no solo ha afectado a las mujeres. También afectó a los hombres que tienen que ir a la guerra y además volver y de viejos, ponerse las medallas y seguir asumiendo el rol de soldado. 

“Si nos hablan de una historia de varones, nos sentimos incluidas, aunque no seamos esos personajes. Pero leer una novela romántica, de amistad de mujeres o con una protagonista mujer, para muchos hombres, era una cuestión que no correspondía”.

 -Hay mucho la tendencia de hablar de literatura femenina. Diría que desde antes hay una tradición que establece una manera femenina de narrar y otra masculina. ¿Tú crees que existe una voz típicamente femenina o crees que no?

-Yo creo que no. Pienso que las escritoras hoy están siendo visibilizadas gracias al movimiento feminista. Se ve muchas más escritoras de las que se vio antes, pero esas escritoras hacen textos que tienen su propia característica que no tiene solamente ver con el hecho de ser mujer. Probablemente el género haga que ciertas cosas sean escritas de una manera y no de otra, pero no porque sea literatura femenina. No creo que los textos de Mariana Enríquez o Samanta Schweblin ni de Lina Meruane o de Gabriela Wiener o de Valeria Luiselli o de Fernanda Melchor sean literatura femenina. Eso es literatura. Que tengan personajes femeninos y se sepan meter mejor en ellos puede ser. Pero de ninguna manera me parece que sean literatura femenina. Quizás hay un rezago de la literatura romántica, que es mayoritariamente escrita por mujeres, pero también un hombre podría hacerlo. También se relaciona, me parece, con un primer intento de las mujeres de tomar los mismos lugares que los hombres en el mundo literario. Se le decía ‘sí sí, vengan, las dejamos participar en una mesa de literatura de mujeres’. Te llevan, pero con ese sello. Algo quedó de eso, de la “incorporación” a los festivales y premios a los que antes no te invitaban, pero en otra categoría. Ahora, ya casi no lo aceptamos más.

 -¿Cuándo lees estás pensando en si quien escribe es un hombre o una mujer?

-No, pero, como sé quién es, me pasan cosas. Por ejemplo, leyendo Ensayo sobre la ceguera de Saramago, me puse a llorar con la escena de la mujer que es violada. No fue por lo que le pasaba al personaje, sino por pensar que Saramago había tenido la sensibilidad de escribir esa escena. Me pasa a veces con cosas que hace Almodóvar que también se mete a los mundos femeninos. Con la escena de Saramago no era lo que leía, sino por pensarlo a él armando eso. 

-¿Te es más fácil construir personajes femeninos o masculinos?

-Te mentiría si te dijese lo contrario. Me es más fácil hacer personajes femeninos. En Las grietas de Jara intenté que el protagonista sea un varón. No es primera persona, sino tercera, pero es el punto de vista de un hombre. Lo hice a propósito para probarme que también podía escribir sobre personajes masculinos. Hay personajes masculinos en mis novelas, pero naturalmente —si la novela es el armado del inconsciente como dice Lodge— me sale más fácil con las mujeres.

 -¿Tienes algún método para construir tus estructuras? 

-Me interesa mucho la estructura. Muchas veces, quien empieza a escribir una novela se olvida que tiene que armar una estructura. Cuando soy jurado de concursos me pasa mucho. Empiezo a leer una novela que me parece que está muy bien y de pronto se cae porque no pensó la estructura. Es fundamental. Para mí hay que pensarla antes de empezar a escribir. Incluso, a veces, empiezas a escribir y te das cuenta que no es esa y hay que volver hacia atrás. Mis estructuras, a menudo, están pensadas en términos de suspenso de Patricia Highsmith: ¿Qué le digo ahora para tener al lector conmigo y qué le voy diciendo a lo largo de la novela antes de llegar a la revelación final?

-¿Cambia mucho esa primera estructura?

-A veces sí, a veces no. En algunas novelas cambia mucho y cambia también el narrador. Con cierta frecuencia, me doy cuenta de que no es el narrador adecuado o no es el punto de vista que requiere la novela. Normalmente para la página cincuenta lo tengo decidido, pero, algunas veces, he escrito bastante y he vuelto para atrás. En El tiempo de las moscas es una estructura más clásica en términos de cómo se desarrolla la acción. Hay intervenciones de coros y algunas cosas, pero sigue siendo clásica. En otras novelas rompo el eje cronológico. 

 -¿Te sientas a escribir todos los días?

-Cuando estoy escribiendo una novela, sí. Ahora que terminé y no estoy escribiendo otra, no. Leo y viajo haciendo entrevistas por la novela, pero siempre hay algo para escribir. A veces hay notas, ensayos, artículos que te pides, pero no escribo todo el tiempo hasta meterme en una nueva novela. 

-Y cuando escribes la novela, ¿lees exclusivamente para la novela o también otras cosas?

-Leo también otras cosas. Todo lo que lees sirve. También para sacarte de eso que estás escribiendo, para ir por otros lados. Descubrir usos de lenguaje o cosas diferentes a las que estás buscando, pero que también ayudan. 

-¿Cómo consigues tus historias? ¿Partes de experiencias propias?

-Es una mezcla, creo que tiene que ver con la materia de los sueños. Uno sueña y no sabe bien de dónde salió. Puedes empezar a tirar con que ‘soñé con esta persona porque me la nombraron, pero no era él porque tenía otro sombrero’, pero nunca sabes del todo. La imagen disparadora que a mí me sirve como el germen del que sale la novela pasa lo mismo. Es un cúmulo de cosas que uno tiene adentro de lo que leyó, de lo que escuchó, de lo que le contaron o lo que vio en una serie o película. Todo se junta y aparece una imagen. 

 -Entonces imaginas la historia, no es que te pones a investigar a un personaje.

-No, hasta ahora todo ha sido producto de la imaginación. A veces pienso que me gustaría encontrar un hecho histórico para recrearlo ficcionalmente, pero nunca me pasó.

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