El revés en Lima 2019 le enseñó al mejor velerista peruano de la historia que no todo puede estar bajo su control. El mar y el viento, como la vida, son indescifrables. Por eso ahora entrena su mente ante un tablero de ajedrez para ganar una medalla en Santiago 2023 y cerrar su carrera con broche de oro en París 2024.
Por Kike La Hoz
A 180 pulsaciones por minuto, Stefano Pescheira se anima a mover un alfil. Respira agitado. No puede verle el rostro a su rival en la partida que acaba de empezar. Como cada noche desde mediados del 2020, el mejor velerista peruano de la historia ha decidido conectarse a una plataforma online de ajedrez para mejorar su rating. Así se entrena. No todo es gimnasio, ejercicios para mejorar la capacidad pulmonar o meterse al mar sobre su embarcación. Se ha convencido de que, sobre todo, debe ejercitar su mente.
Sentado sobre una bicicleta estática, se fuerza a mover la pieza adecuada con el sudor corriéndole por el rostro. Cada movimiento, cada decisión, debe recrear lo que le ocurre en medio de una competencia de vela aguas adentro: cambio de mareas, vientos traicioneros, factores externos que deben estudiarse, pero que a último momento pueden variar como un arrebato de un dios caprichoso. Incertidumbre pura. “Es indispensable el entrenamiento fuera del agua porque si pasas demasiado tiempo en el bote, puedes saturarte”, explica Stefano. A él le tomó algunos años entenderlo. Años, errores y derrotas. Por eso, a raíz de la pandemia, incorporó el ajedrez, primero, para sobrellevar los días de encierro; pero, luego, se dio cuenta de que tenía mucho más en común con la vela de lo que pensaba.
“Se trata de tomar decisiones bajo presión, algo muy similar a la presión que tienes en la vela cuando decides un movimiento y no hay vuelta atrás”, dice. La modalidad de ajedrez a diez minutos le ha permitido enfrentarse a esos callejones, aparentemente, sin salida. El desafío sináptico es entrenamiento estratégico. Y todo buen velerista debe ser, ante todo, un buen estratega. El pronóstico sobre las condiciones del viento o las corrientes son analizadas al momento de cada competencia. Todas esas variables pueden ponderarse, pero jamás controlarse. “Lo único que controlas de ellas es que identificas que están pasando, pero tú no controlas la naturaleza”, aclara Stefano, quien debe esperar el próximo movimiento de su rival en la partida online de ajedrez como la llegada de una tormenta.
Ante cada mínimo cambio, la única respuesta posible, tanto en el tablero como en el mar, es la gimnasia mental. “Debes tener la capacidad de dejar ir ciertas convicciones previas a la regata, para adaptarte y tomar la decisión más adecuada”, explica Pescheira, campeón sudamericano de vela y dos veces olímpico en Río 2016 (31) y Tokio 2020 (25). El mejor plan es aquel que puede ser desechado para elaborar otro en pocos segundos. Un maestro del ajedrez sobre las olas, por lo tanto, acaba siendo un plusmarquista de la reacción.
A los ocho años, cuando Stefano aprendió a mover las piezas sobre un tablero de madera, aún no sabía nada de esto. Diez años después, retomó la práctica del ajedrez y pudo perfeccionar su técnica, pero ahora, montado sobre la bicicleta estática, solo tiene una regla para mejorar su rendimiento: no puede bajar de las 160 pulsaciones por minuto. Todo al servicio de la actividad que le da sentido a su vida como deportista de alta competencia: la vela. Incluso las sesiones de yoga y los ratos libres surcando olas con una tabla de surf forman parte de ese método de entrenamiento que ha ido personalizando con los años.
Puede que Stefano ya haya entendido que dentro del mar nada está bajo su control, pero en tierra no puede evitar que nada quede librado al azar. Desde que en Río 2016 se convirtió en el primer peruano en la historia de la vela en clasificar por mérito propio a unos Juegos Olímpicos —antes habían participado Luis Olcese (Sidney 2000) y Augusto Nicolini (Atenas 2004) como invitados—, decidió que iba a tomar las riendas de su carrera. Pasó de ser guiado por el español Airam Rodríguez, el esloveno Vasilij Zbogar, el neozelandés Michael Bullot y el holandés Steven Le Fevre, a ser dirigido por el peruano Luis Miguel Camilo en un trato más horizontal. “Somos como hermanos básicamente”, explica.
Acaba de viajar a Italia para afrontar el arranque de la temporada europea, y su principal preocupación es tener las cuentas claras ante sus auspiciadores. Él mismo lleva los libros contables. “Tiene que estar todo ordenadito”, dice. No solo se trata de un rasgo de su formación como financista, sino de una decisión de vida producto de la madurez de sus veintiocho años. “La verdad es que llevo las cosas a mi manera. Yo soy el dueño de mi campaña y por eso pongo los parámetros a cada miembro de mi staff”, afirma. Para algunos puede ser un rasgo egocéntrico; para otros, un signo de desconfianza. Stefano prefiere decir que es una manera de estimularse a sí mismo. “Cuando yo estoy al tanto de cuánto y en qué se está gastando todo, me quedó más tranquilo para competir”, explica.
A Stefano le gusta ser su propio manager. Encargarse de la logística, empacar los botes, organizar el transporte, pagar los alquileres, separar los alojamientos, planificar los viajes. “Eso me mantiene ocupado y con la responsabilidad a tope”, dice. Desde hace mucho, su madre, Maria Elena Loret de Mola, dejó de asistirlo en estas tareas.
La familia a bordo
No hace falta que los miembros de su familia formen parte del staff para que lo acompañen sobre las aguas. Stefano jamás navega solo. En uno de los bolsillos de su chaleco, lleva siempre la fotografía de su abuelo Alfonso Peschiera. Tuvo que aprender a vivir sin él desde los trece años. Pocos días antes del Sudamericano de Optimist del 2008, en Paracas, su muerte transformó el panorama de su vida, pero también pasó a ser la inspiración que necesitaba para seguir desplegando las velas.
Otros podían haber crecido hamacándose sobre cunas; Stefano no. Desde que cumplió los dos años, Alfonso Peschiera se encargó de que lo hiciera sobre la madera pulida de la Anfitrite, una embarcación comprada por él en la década del sesenta. En las aguas de la bahía de Ancón, Stefano pudo descubrir que así como su padre, Pablo Pescheira, él también era heredero de un legado traído desde Italia por su bisabuelo Marco Aurelio Pescheira. Nacido en 1881 en la pequeña ciudad genovés de Chiavari, había llegado al Perú en 1902 y tiempo después fue el primero en traer a estas tierras los primeros lightnings, que dieron origen a la competencia de vela en la categoría de botes de menor envergadura.
“Chiavari”, repite Stefano, como si evocara el origen del mundo. Y no es para menos. Desde hace más de cien años empezó a gestarse su futuro como navegante en las costas del Mediterráneo. No es casual que a los cinco, sobre el Anfitrite, ya asumiera las primeras labores encomendadas por su abuelo y su padre; y que a los siete se subiera por primera vez a un bote de optimist. “Ni bien aprendí la manera de competir por mi cuenta, nunca más me bajé. Tan solo cambié el optimist por el ILCA 7 (ex laser), que es el bote olímpico”, explica.
Italia tiene un lugar reservado en su historia personal. Así como Chiavari, la ciudad a la que pudo visitar muchos años después con lágrimas en los ojos; también está Tórbole, al pie del lago di Garda. Hasta allá llegó en 2020, con doble mascarilla y en un vuelo humanitario mientras el mundo entero se esforzaba en respirar. En medio de las sesiones de entrenamiento, el reencuentro fortuito con Paula, la hija de su madrina, fue aire puro para sus pulmones. A la distancia, a través de una pantalla, se enamoraron. Y una vez juntos en Lima, ella tuvo que entender los sacrificios de un velerista que sueña con ser una leyenda deportiva. “Yo creo que otra persona ya me hubiera mandado a volar bien lejos. Por eso le agradezco mucho y por eso seguimos aquí, juntos”, dice Stefano.
Una nueva etapa
El mundo entero de Stefano cambió a partir de ese 2020. En Tórbole, no solo pudo reflexionar sobre la suma de errores e infortunios que lo llevaron a despedirse del podio en los Juegos Panamericanos de Lima 2019, sino también en la forma en la que estaba llevando su carrera deportiva. El intento de descalificación por parte de sus contrincantes, solo para desconcentrarlo, es ahora solo una anécdota. Y la frustrada medalla de local, una lección de vida. El lamento no podía ser un buen consejero.
Los últimos dos años han sido suficientes para probarse a sí mismo que las metas previas a Lima 2019 y Tokio 2020 deben seguir siendo las mismas en este nuevo ciclo olímpico: ganar los Juegos Panamericanos de Santiago 2023 y aspirar a un diploma en París 2024. “Ya tengo todo planificado para llegar tranquilo de la cabeza. Nada saturado”, dice. Los resultados, por ahora, dan para ilusionarse: en 2022, quedó ubicado en el top 10 mundial, como el mejor de América, se llevó la medalla dorada en los Juegos Odesur en Asunción y acaba de asegurar su presencia en Santiago, para octubre de este año, tras ganar la modalidad de laser en el US Open de Clearwater, en Florida, Estados Unidos.
El apellido Pescheira es garantía de surcar las aguas con dirección segura. No por algo fue elegido capitán del team Perú que logró clasificar al Mundial de Vela de Bahrein 2022. Por problemas con el país anfitrión, la Star Sailors League Gold Cup decidió aplazar la competencia hasta noviembre de este año, pero Stefano está convencido de qué podrán hacer temblar a los seleccionados favoritos. No promete medallas, ni triunfos. Ya lo hizo años atrás y la decepción fue grande. Como amigo y admirador de Renato Tapia, capitán de la selección nacional de fútbol, prefiere mantener la cautela.
Lo que sí puede prometer es la convicción de que peleará por ser el mejor. “Ya he perdido tanto en la vida que ya estoy acostumbrado. Así que si por algún motivo no logro lo esperado, tampoco va a ser el fin del mundo. Pero considero que las posibilidades están”, dice. La clasificación a París 2024 la podría conseguir en el próximo Mundial de La Haya, entre el 10 al 20 de agosto; o con el podio en Santiago 2023. Al ser uno de los diez mejores veleristas del mundo, ese paso se da por descontado. “No es fácil, pero a mi nivel no debería estar pensando tanto en clasificar, sino en mi resultado en los Juegos Olímpicos. Y mi objetivo es entrar al top 10 y de repente lograr un diploma olímpico”, dice.
Ambidiestro de nacimiento, Stefano se acostumbró desde chico a ir de buenas o de malas, como dicen los veleristas, según la dirección del viento. En la amura de estribor (de buenas), con la derecha; o en la amura de babor (de malas), con la izquierda. Está preparado para lo que venga, y eso incluye el retiro al finalizar este ciclo olímpico.
“Paula dice que está convencida de que nunca voy a dejar la vela, así me retire de la clase ILCA”, cuenta entre risas. Lo cierto es que el final se acerca, pero mientras tanto Stefano calcula su próximo movimiento. Como buen ajedrecista, no solo piensa en medallas, sino en dejar un legado, uno tan valioso como el que heredó de Chiavari. “Traté de ser el mejor navegante en la historia del Perú para comunicarle al resto cuál es la manera de llegar”, dice. El camino está trazado. Pase lo que pase, las pulsaciones no deberán bajar de 160 por minuto.
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