Melania tiene presencia y sabe proyectarla. No en vano logró, a través de concursos de belleza y el modelaje, salir de su natal Novo Mesto, en Eslovenia, y llegar a la ciudad más competitiva del mundo: Nueva York. Acostumbrada a mostrarse, sin embargo, en Estados Unidos siempre guardó un halo de misterio. Tanto así que, según “The New York Times”, es la hija del candidato republicano, Ivanka Trump, quien ha actuado como “compañera” del candidato durante la campaña presidencial.
Donald Trump conoció a Melania en una fiesta de modelos en el Kit Kat Club de Nueva York en 1998. El magnate había llegado acompañado de Celina Midelfart, la heredera del imperio de cosméticos noruego del mismo nombre, pero aun así se acercó a Melania para pedirle su teléfono. Viéndolo acompañado, la entonces modelo eslovena se negó inicialmente, pero antes de acabar la noche Donald ya había conseguido su número. Cuentan que se enamoraron en la discoteca Moomba, entonces el lugar de moda en la ciudad, hasta que en 2004 él le pidió que fuera su esposa. Esto ocurrió en la gala del Metropolitan Museum, en Nueva York, uno de esos eventos, atiborrados de glitterati y paparazzi, que constituyen una de las fechas más importantes del calendario social neoyorquino. Con más de mil invitados, es también uno de los escenarios menos íntimos para una pedida de mano. Pero el estilo Trump no conoce de intimidad.
Pero es verdad que cuando Melania –su nombre de nacimiento es Melanija Knavs, pero Donald le pidió americanizarlo, a lo que luego sumaría el apellido de casada– accedió a convertirse en la tercera esposa de Trump, el romance no estuvo libre de dramas. Si ha existido una amenaza constante en la relación de la pareja, esta ha sido la ambición política del magnate. Recordemos que esta no es la primera vez que coquetea con la idea de ser presidente.
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Ya en 2010 quiso lanzarse como candidato a la Casa Blanca en representación del Partido Reformista (Reform Party). La idea disgustó tanto a Melania que la pareja rompió su relación por un tiempo. Solo cuando las intenciones de Donald se frustraron, decidieron volver a estar juntos.
Desde un inicio, Melania ha expresado su rechazo a convertirse en una persona pública, y cuando ha colaborado con la campaña de su marido, lo ha hecho por insistencia del equipo de asesores de Trump y del Partido Republicano (que le pidió, por ejemplo, que cree su propia página web). Sus intereses, ha repetido invariablemente, son pasar tiempo con su hijo de 10 años, Barron (que tiene casi la misma edad que dos de los nietos de Trump), y ser empresaria. El mismo Donald, en una entrevista para “The Washington Post”, en abril, declaró: “Ella no quería que entrara en campaña. ‘Tenemos una vida tan maravillosa.
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¿Por qué quieres hacer esto?’, me insistía. ‘Simplemente creo que debo hacerlo. Tengo que…. Haría tan buen trabajo”.
El día en que anunció su candidatura, Donald lo hizo junto a su hija Ivanka, vicepresidenta de su conglomerado empresarial y, además, la persona que ha fungido como su asesora política más cercana. “¿Acaso sería bueno para un país que la persona con la que el presidente pasa la mayor parte de su tiempo privado, junto a quien se acuesta y levanta, no esté capacitada para aconsejarlo en cuestiones de Estado?”, se pregunta la periodista Kati Marton. “Sin duda, el cargo no es solo un título. Confiere una delicada responsabilidad. Si Melania Trump fuese primera dama, sería la menos preparada para el puesto en toda la historia de los Estados Unidos”, sentenció.
Esta parece ser la crítica más seria al potencial estatus de Melania: tener a una primera dama que no quiere serlo, realizando todo tipo de labores de Estado y emitiendo juicios sin la preparación adecuada, puede ser perjudicial para la primera potencia del mundo. Más aún cuando la persona en cuestión es tan temperamental como Trump. Pero tal vez no es el caso, tal vez Donald nunca se acercaría a Melania para discutir sobre política.
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Después de todo, no la involucra en sus negocios (“ambos somos muy independientes”, ha declarado ella) o, como bien recuerda la revista “Vanity Fair”: “No olvidemos que este es un hombre que en el pasado ha dicho que ‘el que una mujer trabaje es algo sumamente peligroso’”. Con una personalidad tan contradictoria como la de Trump, resulta imposible adivinar.
Pero si aquella es la crítica más severa de fondo, la más delicada, de forma, es la acusación de difamación que pesa sobre ella desde 2013 y que bajo su actual notoriedad ha tomado nueva fuerza. Todo empezó cuando publicó, como parte de su biografía, en el sitio web que creó, que tenía un diploma en Arquitectura y Diseño por la Universidad de Liubliana. Sagazmente, durante una declaración jurada por un lío legal relacionado con Racked, su marca de cremas de lujo (que no tiene nada que ver con política, pues es puramente empresarial), los abogados de la contraparte abordaron el tema:
Dice usted que completó la carrera de Arquitectura y Diseño en la Universidad de Liubliana. ¿Es cierto?
Sí, respondió ella.
¿Se diplomó?
Sí, volvió a responder.
Tanto “The New Yorker” como “The New York Times” no tardaron en denunciar la falsedad: según la universidad, Melania se había retirado al concluir el primer año (la carrera consta de tres) para dedicarse al modelaje a tiempo completo. La prensa fue inclemente. El vocero de Trump se negó a emitir comentarios. Inmediatamente, su página web se cerró (ahora el link deriva automáticamente al sitio web de Donald Trump) y Melania se limitó a tuitear: “He cerrado mi página porque ya no refleja con precisión mi imagen como empresaria y mis intereses profesionales”.
Por Isabel Miró Quesada
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