Estuvo lejos de sus romances, pero fue crucial en su destino. Sin la feroz inteligencia y el respaldo incondicional de Carmen Balcells, la carrera del Nobel quizás habría tomado otro rumbo. Fue su agente, su aliada y su cómplice en el amor más profundo: el de escribir.

Por Redacción COSAS

La historia literaria de Mario Vargas Llosa no puede contarse sólo a través de sus libros. También está tejida por las personas que lo acompañaron en momentos clave. Entre ellas, algunas relaciones afectivas ampliamente conocidas: Julia Urquidi, Patricia Llosa e Isabel Preysler. Pero hubo alguien cuya influencia fue, quizá, aún más determinante, aunque no figure en la crónica sentimental: Carmen Balcells. Fue su agente literaria, su amiga cercana y una figura esencial en su trayectoria como escritor. Sin ella, probablemente, la historia habría sido distinta.

Carmen no fue un amor romántico, fue una alianza de espíritu. Una complicidad feroz. La conoció cuando él aún era un escritor prometedor, no una estrella. Ella ya era una visionaria. De mirada severa, verbo afilado y una terquedad que desarmaba a cualquier editor. Balcells tenía una convicción: los escritores debían vivir de escribir. Por eso viajó a Londres y le hizo a Vargas Llosa una promesa impensable para la época: “Ganarás lo mismo que ganas como profesor si vienes a Barcelona”. Y lo cumplió.

Él lo contaría más tarde con ironía: “Para quedarme, tenía que matar a Carmen Balcells, y estaría más loco aún”. Se fue. Lo dejó todo. Porque a Carmen había que hacerle caso o enfrentarse a ella. No había términos medios.

Carmen Balcells y Vargas Llosa, muy jóvenes y felices, en Machu Picchu.

Barcelona, el corazón del boom

Carmen lo llevó a Barcelona, lo instaló en el epicentro cultural de una ciudad que respiraba literatura. Le consiguió casa, colegio para sus hijos, editor, tiempo. Allí escribió Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia y el escribidor. Allí se cruzó también con Gabriel García Márquez, vecino y amigo, hasta el célebre desencuentro. Ambos fueron representados por ella. Ella era el nexo. La Mamá Grande, como la llamaba García Márquez.

No fue sólo una agente. Fue un faro. Balcells reinventó el papel del representante literario: no sólo negociaba contratos, protegía. Lloraba con sus libros, organizaba banquetes para celebrarlos, se peleaba con los editores por ellos. Representó a seis premios Nobel, pero hablaba de Vargas Llosa con la precisión de quien ha cuidado una obra como si fuera suya. “Gracias a ella los escritores comenzamos a firmar contratos dignos”, escribió Mario tras su muerte, en 2015. Fue un homenaje sencillo, pero conmovedor. La llamó generosa “hasta la locura”.

Carmen Balcells, la figura más legendaria en las bambalinas de la literatura en español, falleció el 2015, en Barcelona a los 85 años.

Carmen creía que había fallado. Que nunca logró para los escritores la fama de los deportistas. Se equivocaba. Porque no hay estadio que supere el lugar que ocupan las palabras cuando tocan el alma. Y nadie hizo más por que Vargas Llosa —y tantos otros— pudieran dedicarse a escribir con dignidad.

Ahora que el Nobel ha partido, la memoria colectiva rescata nombres, fechas, frases. Pero entre las líneas de sus libros, y en la historia real de su ascenso, hay una mujer que estuvo siempre. Que lo cuidó, lo desafió, lo sostuvo. La otra gran mujer de su vida. Carmen Balcells. Y su amor, silencioso y feroz, por la literatura.

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