El escritor peruano regresó a Lima en sus últimos meses, rodeado de su familia y sus lugares emblemáticos, como si supiera que era el momento de cerrar un ciclo. Un regreso que fue mucho más que una mudanza: fue su despedida definitiva, un acto de reconciliación con sus raíces y sus seres queridos, y una oportunidad para recorrer los escenarios que marcaron su legado y su historia personal.

Por Redacción COSAS

Cada martes, jueves y sábado, a las 6:45 de la mañana, Mario Vargas Llosa bajaba puntualmente a la puerta de su casa en Barranco: un ático luminoso frente al mar, con paredes repletas de libros y grandes ventanales. Lo recogía un viejo amigo para llevarlo por el malecón hasta un club privado. Desde allí bajaban juntos a la playa y caminaban conversando, casi siempre sobre política. La rutina, sencilla y constante, se repitió durante más de un año, desde su regreso al Perú en el verano de 2023 hasta que su salud comenzó a deteriorarse y prefirió ya no salir de su refugio.

A los 89 años, el autor de La ciudad y los perros falleció en esa misma casa, sin abandonar nunca la disciplina férrea que había cultivado desde sus años en el colegio militar. Pero algo en él había cambiado desde su regreso a Lima. Se lo veía más tranquilo, con otra energía. Como si al volver hubiera encontrado no solo la ciudad que inspiró gran parte de su obra, sino también su centro emocional. Lima fue su Ítaca personal, el lugar al que tarde o temprano tenía que volver, después de una vida marcada por el exilio voluntario, los reconocimientos internacionales y también las rupturas.

Mario Vargas Llosa cumplía 70 años y lo celebró en un restaurante de Lima en 2006 acompañado de su familia.

Desde su separación de Patricia Llosa en 2015 —tras cinco décadas de matrimonio— y su relación con Isabel Preysler, Vargas Llosa pasó de las páginas literarias a las de la prensa rosa. Pero su regreso al Perú, y con él la reconciliación con Patricia y con sus tres hijos, cerró un ciclo vital. El poeta griego Konstantino Kavafis escribió en “Ítaca” que hay que tener siempre presente el valor del retorno. Y eso fue exactamente lo que él hizo: volver al punto de partida, a su tribu —como llamaba con afecto a su familia extendida—, conformada por hijos, nietos, sobrinos y amigos de toda la vida.

La despedida silenciosa

El retorno no fue impulsivo. Fue cuidadosamente planificado. Primero anunció su retiro de la novela, luego dejó de escribir Piedra de Toque, su columna semanal en El País que sostuvo durante más de tres décadas. En Lima, paseó con discreción por lugares que marcaron su vida y sus libros. Su hijo Álvaro compartió algunas de esas visitas en redes sociales. Aunque su ritmo ya no era el mismo, Vargas Llosa nunca dejó de escribir. En sus últimos meses trabajó en un ensayo sobre Jean-Paul Sartre, uno de sus referentes intelectuales, y leía con entusiasmo a autores franceses.

Pedro Cateriano, su amigo y expresidente del Consejo de Ministros, fue uno de sus acompañantes habituales en las caminatas. “¿Qué vamos a tratar hoy, Pedro?”, le preguntaba antes de comenzar largas conversaciones, en las que hablaban de política, pero también de recuerdos, amigos fallecidos y temas personales. Cateriano cuenta que, pese al desgaste físico, Vargas Llosa conservaba lucidez y agudeza. “Cuando decía ‘listo’ o ‘bueno, bueno’, era la señal de que la charla había terminado”.

Mario Vargas Llosa en su casa, en Lima, junto al expremier Pedro Cateriano, pocos días antes de su fallecimiento.

En esos diálogos también surgían episodios del pasado, como la vez en los noventa en que le pidió a su agente Carmen Balcells que intercediera con Gabriel García Márquez —a pesar de estar distanciados— para que hablara con Fidel Castro sobre la liberación de un amigo empresario secuestrado por el MRTA.

Su salud se había debilitado ya en Madrid. Oficialmente, la familia informó que las secuelas de dos contagios de COVID-19 lo habían dejado con una salud frágil. Sin embargo, personas cercanas mencionan que superó un cáncer linfático. Su abogado y amigo Enrique Ghersi señaló que la causa final fue una neumonía. Lo cierto es que el mismo Vargas Llosa reconocía el deterioro. “Detesto las ruinas humanas. Es lo peor que puede pasarme. La memoria, por ejemplo, se me ha empobrecido”, dijo en una entrevista en 2023.

Muchos vieron como una despedida simbólica el cuento Los vientos, que publicó ese mismo año. En él, un hombre mayor lamenta haber dejado a su esposa por una pasión efímera. El mensaje fue claro. Los hijos, que habían sufrido la separación, se reconciliaron con él cuando Patricia Llosa aceptó que volviera al hogar. Fue ella quien organizó el regreso. De carácter firme y discreto, supo reconstruir el vínculo sin dramatismos. “Es una gran gestora, tanto de maletas como de emociones”, dice la periodista Paola Ugaz, quien los acompañó en 2010 a Estocolmo, cuando Vargas Llosa recibió el Nobel.

El candidato Mario Vargas Llosa, frente a su rival político Alberto Fujimori, durante el primer debate presidencial transmitido por televisión. Al centro, de moderador, el periodista Guido Lombardi.

Mario Vargas Llosa junto a Patricia Llosa antes de abandonar el Grand Hotel de Estocolmo para recoger el Premio Nobel de Literatura, en 2010. (Foto: El País)

Aquel día, en su discurso, dijo con la voz entrecortada: “El Perú es Patricia… sin ella mi vida se habría disuelto en un torbellino caótico”. Más que una frase pública, fue un reconocimiento íntimo a quien estuvo a su lado en cada momento crucial.

Ya instalado en Lima, su presencia fue cada vez más reservada. El escritor Sergio Vilela lo vio por última vez en una función de teatro. Vargas Llosa parecía desorientado, hasta que Patricia lo ayudó a ubicarse. Aun así, en los meses finales disfrutó de algunos placeres. En el verano anterior viajó con toda su familia a las islas griegas, y en marzo celebró su cumpleaños número 89 rodeado de los más cercanos, con torta, regalos y canciones.

Murió en su ciudad, junto al mar, en su casa, acompañado por los suyos. Como quien, después de haber vivido intensamente, decide regresar a casa para cerrar la historia en paz.

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