Con “El corazón del lobo”, su nueva película, Francisco Lombardi vuelve al terreno del conflicto armado y reflexiona sobre la política, el cine y la vida: desde la vez que Alberto Fujimori lo tentó para entrar al Congreso hasta la camaradería con Mario Vargas Llosa y la dureza que supone filmar en la selva a los 75 años.

Por: Renzo Espinosa Mangini 

Francisco Lombardi (Tacna, 1949) nos recibe en su departamento de Miraflores, un espacio cálido con una magnífica vista de la Costa Verde. En la sala donde conversamos, un póster gigante de “Pantaleón y las visitadoras” domina una pared, mientras una estantería llena de libros revela su profunda pasión por las historias.

Se nota que son días movidos: está en plena promoción por el estreno de su nueva película. Aun así, el director mantiene su habitual buen ánimo. “Si la política peruana fuera una película, sería una de humor negro, porque nos reímos de lo que en realidad nos lastima”, comenta, antes de entrar en temas más serios.

Junto a Mario Vargas Llosa, con quien compartió una complicidad creativa en adaptaciones emblemáticas.

Junto a Mario Vargas Llosa, con quien compartió una complicidad creativa en adaptaciones emblemáticas.

“El país parece condenado a repetirse”

Lombardi se acomoda en su sillón, mira hacia el horizonte y suspira antes de responder. El tema político lo inquieta, no solo como ciudadano, sino como observador de una historia que parece repetirse una y otra vez en el Perú. Su mirada, aguda y sin complacencias, busca entender por qué el país no logra romper ese ciclo de crisis y decepción.

El Perú parece vivir en una historia que se repite: presidentes que caen, instituciones que se desgastan, una ciudadanía cansada. ¿Cómo interpretas esta suerte de “loop” político que nunca termina?

Esto empieza, evidentemente, por malas decisiones. Pienso que la gente no está bien informada. El sistema educativo ha fracasado y está en una crisis cada vez más profunda. Hemos tenido oportunidades de aspirar a una mejora y las hemos desperdiciado constantemente. Tuvimos, por ejemplo, a Jaime Saavedra, que pudo haber hecho reformas importantes, pero el fujimorismo lo desaforó, y así seguimos. Si la gente no está informada ni conoce los antecedentes de quienes se presentan, es imposible que elija bien. Ese es, creo yo, el problema principal. Y la consecuencia es que, a pesar de tener un país fuerte, rico en potencialidad, seguimos siendo pobres en calidad. Con una clase política cada vez más mediocre y con todas las ventajas que el mundo ha ofrecido -como el auge de las exportaciones-, el Perú debería estar en un nivel muchísimo más alto.

Has retratado la violencia política en los ochenta, una época marcada por el miedo y el terrorismo. ¿Cómo percibes la violencia actual en el país, a propósito de lo ocurrido hace poco con un candidato presidencial en Puno?

Me pregunto qué ha cambiado el Perú desde la época del terrorismo hasta hoy, y la respuesta es: nada. Los niveles de desigualdad y pobreza siguen siendo los mismos. Vivimos una polarización enorme; hay mucho odio entre unos y otros. Cada quien parece pensar solo en su propio capital, en lo que puede ganar, y no en lo que el país necesita. Ojalá la situación no siga empeorando, porque sería una pena que un país con tantas posibilidades siga desperdiciando sus opciones de desarrollo.

Momentos del rodaje de "Tinta roja" con Lombardi rodeado de su elenco y del escritor Alberto Fuguet, autor de la novela en que se basa la película.

Momentos del rodaje de «Tinta roja» con Lombardi rodeado de su elenco y del escritor Alberto Fuguet, autor de la novela en que se basa la película.

Si la política peruana fuera una película, ¿qué género sería?

Sería una película dramática o de humor negro, con cierto grado de cinismo. Burlarse de lo que sucede en el Perú puede parecer gracioso, pero en el fondo es doloroso y sirve para este tipo de retratos.

¿Alguna vez te interesó ingresar a la política? ¿Recibiste propuestas?

Sí, varias veces. Me invitaron desde el partido de Fujimori en el 95, y de otros partidos hace poco también. Pero no me interesa. No tengo vocación política. Creo que desde el Congreso no se puede hacer mucho. El mejor ejemplo es Salvador del Solar: estaba preparado para ser presidente, pero terminó apartándose al ver cómo la política te paraliza. Es muy difícil desenredar el nudo que hay en la política peruana. Todo se maneja por acomodos y corrupción. Es deprimente pensar que basta un acuerdo en el Congreso para vacar a un presidente, haya o no razones.

Sus inicios y la complicidad con Vargas Llosa

Lombardi se anima cuando habla del cine. Su voz se suaviza al recordar su infancia en Tacna, los cines de barrio, las butacas gastadas y las primeras películas que despertaron su curiosidad. Su relación con la literatura, y especialmente con la obra de Mario Vargas Llosa, marcaría su camino para siempre.

¿Qué recuerdos tienes de tu niñez que marcaron tu sensibilidad como narrador? ¿Cómo nació tu vínculo con las historias?

No recuerdo mi infancia como una etapa muy feliz, aunque recibí mucho amor de mi familia. Siempre tuve cierta necesidad de escapar de la realidad. Recuerdo mi infancia en Tacna yendo al cine desde los siete u ocho años. Mi madre se sentía más tranquila sabiendo que yo estaba sentado en una butaca que jugando en la calle. Creo que estaba destinado a involucrarme en el mundo del cine. Cuando pasaban los créditos, quería ver mi nombre ahí. Quería pertenecer a ese universo. Luego, al llegar a Lima, descubrí la literatura, y “La ciudad y los perros” fue clave: una novela que me marcó profundamente e inspiró mis primeras historias.

Novela, incluso, que llevaste al cine. ¿Por qué fue importante para ti adaptar esta y otras obras de Vargas Llosa?

Cuando leí “La ciudad y los perros” a los 16 años, cambió mi relación con la literatura. Era una historia que contaba la vida que yo conocía: las calles que caminaba, los problemas que entendía. Fue un sueño poder llevarla al cine, y tuve la suerte de que Mario apoyara mucho el proyecto. Por otro lado, “Pantaleón y las visitadoras” fue una novela que nunca pensé adaptar; la tomé como un encargo. Me tomó más de un año aceptarla porque me costaba conectar con su tono cómico y absurdo. Al final, encontré un punto dramático en el personaje de Pantaleón: un hombre que rompe su propio orden y entra en crisis. Ahí encontré el conflicto que necesitaba para contar la historia.

¿Hubo amistad con Vargas Llosa? ¿Cómo fue trabajar con él?

Conversamos muchas veces, incluso llegamos a correr juntos en grupo, ya que vivía cerca de mi casa. No diría que hubo amistad, pero sí camaradería. Cuando filmé “La ciudad y los perros”, Mario no se involucró demasiado, aunque leyó el guion y me sugirió eliminar una escena inventada por mí (un sueño onírico de uno de los personajes) porque rompía el tono realista de la novela. Le hice caso, y tenía razón. Con “Pantaleón” fue distinto. Me dijo: “No quiero opinar, solo quiero verla antes que nadie”. Fui a Washington con los once rollos de la película, la vimos juntos y le encantó. Su respaldo fue decisivo para el éxito de la cinta.

"¿Qué ha cambiado en el Perú desde la época del terrorismo hasta hoy? La respuesta es: nada" sostiene.

«¿Qué ha cambiado en el Perú desde la época del terrorismo hasta hoy? La respuesta es: nada» sostiene.

¿Eres consciente de lo que ha significado tu filmografía para el cine peruano?

Recién lo sentí a partir de 2014, cuando recibí el Premio Nacional de Cultura. Hace poco tuve un conversatorio con más de 300 personas, y el cariño del público fue emocionante. Me llena de satisfacción y también me plantea un desafío para lo que viene.

Cerrar una deuda con la memoria 

Con “El corazón del lobo”, Pancho Lombardi regresa a la violencia política de los años ochenta que marcó su filmografía. Inspirada en una novela de Carlos Enrique Freyre, la película propone una mirada más íntima y humana desde el lado subversivo del conflicto, explorando las motivaciones y contradicciones de quienes formaron parte de esa otra orilla de la guerra. El rodaje en la selva, bajo un clima implacable y una geografía desafiante, casi lo hace desistir a pocos días de iniciar la filmación.

¿Qué te mueve a seguir contando historias luego de 40 años de trayectoria?

Siempre necesito tener un proyecto. Incluso si tarda o parece difícil, me mantiene vivo. Hacer “El corazón del lobo” a mi edad fue un desafío físico y emocional. Antes del rodaje, tuve miedo de seguir adelante, pero el proyecto estaba tan encaminado que ya no podía retroceder. Ir a la selva, lidiar con el calor, la lluvia y los insectos fue duro, pero estuve rodeado de un gran equipo, lleno de jóvenes entusiastas que me contagiaron su energía.

Jared Vicente, el joven protagonisa de "El corazón del lobo", interpreta a un niño que vive de cerca el horror y la inhumanidad del conflicto armado.

Jared Vicente, el joven protagonisa de «El corazón del lobo», interpreta a un niño que vive de cerca el horror y la inhumanidad del conflicto armado.

Después de casi cuatro décadas de “La boca del lobo”, vuelves a abordar el conflicto armado con “El corazón del lobo”. ¿Por qué regresar a ese territorio emocional?

“La boca del lobo” tuvo una visión parcial del conflicto; mostraba lo que ocurría en el interior, pero desde un punto de vista urbano. Con los años sentí que me faltaba explorar el otro lado, el mundo íntimo y anónimo de Sendero Luminoso. La novela “El miedo del lobo”, de Carlos Enrique Freyre, me inspiró: contaba el día a día de un destacamento senderista desde la mirada de un niño. Fue la oportunidad perfecta para completar esa deuda pendiente conmigo mismo.

Una industria que aún no despega

Consciente del talento que surge en las nuevas generaciones, Pancho Lombardi mira el panorama del cine peruano con esperanza, pero también con preocupación. Reconoce el potencial creativo del país, aunque lamenta la falta de políticas públicas que impiden consolidar una verdadera industria cinematográfica.

Has mencionado que el cine peruano enfrenta dificultades por la falta de inversión pública. ¿Por qué aún no tenemos una ley sólida de fomento al cine?

Porque en el Congreso actual no hay conciencia real de la importancia cultural del cine, como sí ocurre en países como Chile o Argentina. Aquí hay un apoyo parcial: de cien películas, solo diez logran financiamiento. Mientras no exista una ley de cine eficaz, convivirán dos extremos: películas de autor o independientes que no llegan al público y cine comercial o de entretenimiento sin mayor profundidad. Necesitamos una ley que haga posible un equilibrio entre ambas vertientes y que puedan convivir juntas.

¿Cree que las nuevas generaciones de cineastas están entendiendo el oficio de contar historias o se están dejando llevar por la urgencia de hacer cine?

Es difícil responder porque depende mucho de cada cineasta. Ayer di una charla en una universidad y un alumno me preguntó cuándo debía hacer su primera película. Le respondí: cuando tengas algo que decir. No te apresures. Lee, infórmate, encuentra tu mirada. Solo así vale la pena filmar. Muchos hacen su primera película con urgencia, sin reflexión, solo para entrar a festivales. Aun así, creo que el cine peruano tiene un potencial enorme. Han aparecido cineastas muy interesantes como Josué Méndez, Joel Calero, Javier Fuentes, Fabrizio Aguilar y mi hija Joanna. Diría que las mejores películas peruanas se han hecho en los últimos quince años. El futuro del cine es prometedor.

En sus primeros rodajes, cuando el cine se convirtió en su forma de mirar el mundo.

En sus primeros rodajes, cuando el cine se convirtió en su forma de mirar el mundo.

¿Qué crees que pasará con el cine en general?

Estamos viviendo una etapa de cambios rápidos y profundos. Cada vez menos gente va a las salas, pero más personas ven cine en plataformas. La experiencia, sin duda, está cambiando, y hay que adaptarse.

Su pasión fuera de los rodajes

Hablar de fútbol le cambia el rostro a Lombardi. Se ríe, se endereza, y la nostalgia se mezcla con orgullo. Más allá del cine, el deporte rey sigue marcando su vida.

¿Qué te emociona o inspira hoy, más allá del cine?

La literatura y el cine siguen siendo mis mundos, pero el fútbol siempre me ha acompañado. Tuve la infinita suerte de ser parte de una de las etapas más brillantes de Sporting Cristal -equipo del cual soy hincha- cuando fuimos subcampeones de la Copa Libertadores. Las alegrías que viví como dirigente fueron enormes. El fútbol me divierte, me emociona y siempre me acompaña.

Suscríbase aquí a la edición impresa y sea parte de Club COSAS .