El guitarrista peruano Ciro Hurtado, radicado en Los Ángeles desde 1975, vuelve a la conversación global con Cantando en el camino, nominado al Grammy 2026 en Best Global Music Performance. Entre un landó que camina y una vida de disciplina, Hurtado demuestra que la raíz —bien trabajada— aún puede ganar en tiempos de algoritmo.
Por: Tony Tafur
Entre el aroma del desayuno y las notificaciones del celular, Ciro Hurtado descubrió que su cumpleaños venía con un Grammy debajo del brazo. Pensó que los mensajes eran saludos, hasta que uno decía “Felicitaciones por la nominación.” Creyó que le hablaban de la del año pasado, cuando Paisajes fue finalista, pero no. Esta vez el nominado era el sencillo Cantando en el camino, un landó confesional sobre su travesía de décadas. “A veces me ha ido muy bien, a veces no tanto, pero sigo, lo hago cantando en el camino.” Nada de estridencias, solo oficio y constancia.
Ciro nació en Moyobamba, en la selva alta de San Martín, aunque su herencia musical viene de la sierra: su padre era de Canta, un pequeño distrito al norte de Lima. De esa mezcla entre selva y altura surgió un oído curioso que más tarde se convertiría en identidad. En 1975 dejó Lima y partió a Los Ángeles, donde se inventó un país portátil hecho de guitarra, oído y raíz. Se perdió generaciones completas de música peruana cuando no existía internet, pero nunca soltó el hilo. De un lado, Beatles, Stones y jazz; del otro, Pastorita Huaracina, Picaflor, el rock andino y el pulso afroperuano. El resultado es un sonido mestizo y nítido, sin maquillaje. “La Academia escuchó eso, honestidad, profundidad, una vibración milenaria.” En su categoría compite con figuras como Anoushka Shankar y músicos de África o Asia, aunque llega con un landó que conversa sin imitar.

Portada de “Cantando en el camino”, el tema con el que Ciro Hurtado obtuvo su nominación al Grammy 2026.
Entre el landó y el mundo
Cantando en el camino tiene la columna vertebral de un landó y la respiración de un viajero que no se rinde. Hurtado no es de slogans, es de método. De joven ensayaba hasta doce horas diarias y todavía abre la guitarra cada mañana como si fuera la primera vez. “Es ingrata”, confiesa. “Siempre hay que reaprender.” Esa terquedad elegante explica por qué su música suena actual sin perseguir modas. Trabaja con afinaciones celtas, octavas bajas y colaboraciones con músicos hindúes y de medio mundo, aunque la brújula sigue apuntando al Perú.
Defiende la raíz sin convertirla en discurso. Cuando se le pregunta por el gusto musical de hoy, no se escuda en diplomacias. “Las nuevas generaciones escuchan más hip-hop, reguetón, rap… es una pena.” Lo dice sin enojo, con la serenidad de quien se mantiene fiel a su camino. “Mi música ha sido consistente por seis décadas. Quien escucha nota la calidad y la dedicación. Es como un atleta que entrena a diario.” Su radar emocional, en cambio, sigue abierto. Pasa de Los Saicos, Los Shain’s o Los Doltons a los músicos jóvenes que descubre con curiosidad tardía pero genuina.
La melodía andina, recuerda, tiene un poder antiguo. Desde El cóndor pasa, que enamoró a Paul Simon, ese timbre provoca una nostalgia universal. Por eso hay quenas, zampoñas y charangos sonando en Tokio, Roma o Alaska. Y por eso sus piezas viajan. Caña Brava, interpretada con Huayucaltia hace 25 años en el Ford Theater, todavía provoca comentarios llenos de emoción. Un soldado en Irak le escribió para contarle que esa canción lo ayudaba a sobrevivir. Otro pidió que la tocaran en su funeral. Alguien más la compartía con su padre. La música como compañía, no como ruido.
Un peruano lejos que suena cerca
“Ser peruano es reconocer de dónde vienes.” En su caso también de quién. Su padre era de Canta y en casa la música andina sonaba como una lámpara encendida. De ahí nace Flor de Alelí, su historia más íntima. La soñó. Se despertó con la melodía en la cabeza y la desarrolló corriendo, hasta convertirla en una pieza grande, con varias voces, alma andina y espíritu global. Esa es su manera de trabajar, artesanal e introspectiva, de raíz, pero siempre en diálogo con el mundo.
No necesita agitar una bandera para que el Perú aparezca. Le basta tocarlo. Por eso su consejo a los jóvenes músicos no tiene glamour, pero sí verdad. “Estudio, estudio, estudio. Método, disciplina. Si no puedes vivir solo de tocar, enseña. Prepárate.” En tiempos donde todo urge, Hurtado propone otra velocidad, la del silencio afinado que permite oír. Tal vez por eso Cantando en el camino suena como una declaración de principios. No nostalgia ni moda, sino un país entero tocado con paciencia.
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