Brissa vive en el futuro. Literalmente. Si en el Perú son las cuatro de la tarde, en su mundo son las ocho de la mañana del día siguiente. A esa hora comenzamos a hablar, mientras, aún soñolienta, ella se aplica bloqueador solar en toda la cara. Su mundo, hoy por hoy, se ubica en Manly, al norte de Sídney y a tres cuadras del mar. En pleno verano australiano, que tan temprano ya registra 34 grados centígrados de temperatura, sin una pizca de viento. Desde su cuarto, puede verse el océano. Comparte departamento con dos amigas venezolanas que conoció en Lima hará unos cuatro años (obviamente, ellas también surfean). Pagan 660 dólares semanales de renta por ese piso. La vida en Australia es cara, pero allí todo trabajo está bien remunerado y, lo más importante, ninguno es mal visto. Brissa tiene más de uno; el principal, como nanny de dos niños –también da clases de surf y hace delivery para un restaurante thai y un supermercado–. El mayor de los niños a su cargo, de cinco años, ya es como su hijo. Lo lleva al colegio, lo recoge, lo lleva la playa, corren tabla, van a la piscina, caminan por los parques, almuerzan juntos.
Brissa llegó un jueves a Sídney; ese mismo día entró a buscar trabajo como baby-sitter en una página web y al día siguiente la llamó una familia. “Tengo tres hijas; una de dos años, una de cuatro y una de siete. Quisiéramos que las cuides este sábado, que tenemos un matrimonio; desde las cuatro de la tarde hasta la una de la mañana”, le dijeron. “¡Me dejaron a sus tesoros sin siquiera conocerme!”, recuerda Brissa. “Este país funciona por la confianza; la gente es demasiado buena onda”.
Tiene varios trabajos, pero no significa que trabaje todo el día. Con dedicarles cinco horas diarias le basta para “poder vivir y ahorrar un poquito”. “No he venido a hacer plata”, dice. “He venido a invertir mi tiempo en mis estudios, mis entrenamientos y mi vida. Lo que quiero aquí es calidad de vida”.
Siempre había querido conocer Australia. Uno de sus sueños era comprar una van y viajar por todo el país, como en las películas. “Todavía no tengo una van, pero me he comprado una camionetita, le he puesto una cama en la parte de atrás, y viajo por toda Australia”. Me cuenta que hace un par de semanas pasó diez horas manejando hasta llegar a Gold Coast, y se interrumpe un segundo para espantar a una araña. Estar en contacto con la naturaleza es lo que más disfruta, pero si bien allí no hay que cuidarse de las personas, sí hay que ser precavido con los animales, y no solo con los canguros que a veces cruzan por las calles. En el mar, los tiburones están a la orden del día. La primera vez que vio una aleta, Brissa salió volando del agua. La segunda, no se dio cuenta de que había llegado un helicóptero para ahuyentar a los bañistas. Se sentía feliz de haberse quedado sola en “el point”… hasta que comenzó a preguntarse por qué todo el mundo se había ido. “¡Había un shark… Waaaa!”.
Llegó a Australia hace nueve meses para estudiar Psicología Deportiva –antes había estudiado Psicología en la Universidad de Lima, y ya venía trabajando en el rubro que le interesa, en la academia de alto rendimiento de Sofía Mulanovich–; encontró la universidad (College of Sports & Fitness) y la especialidad que quería (Coaching deportivo), y, hace apenas unos días, luego de regresar de Fiyi como tercera del mundo en stand up paddle, también se encontró con la noticia de que el college le otorgaba una beca para costear los cursos que le faltan. “Estoy orgullosa de mí misma”, dice.
Es la primera vez que vive fuera de su casa en Perú, a donde no regresa desde que partió a Oceanía (en febrero volverá por dos semanas, aprovechando que el 19 es su cumpleaños). Dejar a su familia fue lo más duro. “En Australia todo es precioso, estar aquí es lindo, pero la parte familiar me hace demasiada falta”, confiesa. Sin embargo, pensó en positivo y aceptó el sacrificio. “Voy a cumplir 29, no tengo un compromiso con nadie ni una familia nuclear propia. No iba a perder esta oportunidad”.
Por Mariano Olivera La Rosa
Fotos de Constanza Plaza
LEE LA ENTREVISTA COMPLETA EN LA EDICIÓN IMPRESA DE COSAS 610.