Elena quiere llevarse el mundo por delante con risas, reflexión y optimismo. En su unipersonal Canta y no llores, que presentará en mayo en la Biblioteca Nacional, habla de su vida y de las voces interiores que la rigen.

Has dicho que este es un espectáculo diferente. ¿En qué se diferencia del unipersonal que tuviste en noviembre y que llevaba el mismo nombre?

El de noviembre era un unipersonal más clásico, más chico, más simple, un embrión de lo que es ahora. El actual es en un gran escenario, con cuatro músicos. Lo que voy a hacer esta vez será como un stand-up/teatro/musical… Cuento historias vividas por mí e interpreto a varios personajes de las historias. Soy la Elena de niña, también la profesora, y trato de transmitir las varias voces que hay dentro de mí. Al final, “Canta y no llores” habla de esas voces que tenemos todos. Una voz te dice: “Está bien, vamos, tírate en parapente”, y la otra, miedosa, te dice que no lo hagas, te susurra que no vale la pena arriesgarte. Esas voces están siempre ahí, tengas la edad que tengas.

¿Cuál dirías que es la voz que predomina en ti? ¿La que te dice que te tires del parapente o la que te retiene?

La que me dice que me tire. Hacer este espectáculo es más que tirarse en parapente. En realidad, mi historia, como la de cualquiera, se puede resumir en esta canción que compuse para el show (canta): “Las historias que he contado son historias de cualquiera, de la vida y de sus sueños, de combates y quimeras”. Creo que lo que me ha hecho ir avanzando en mi vida es hacerle más caso a esa voz que me decía: “Deja la psicología y vuélvete actriz”. O, después de haber triunfado haciendo “Maruja en el infierno”: “Vete a España a estudiar”.

¿Hubo gente que trató de protegerte, de impedir que te arriesgaras?

Sí. Para empezar, mis padres, que se asustaron un poco. Imagínate, dejar la Universidad Católica para ser actriz en un momento en el que, a diferencia de hoy, no abundaban las series. Fue una especie de locura de mi parte. Tenía todo en contra, pero se me ocurrió y lo hice.

Estuviste en España diez años y volviste en los noventa, cuando el Perú no atravesaba un buen momento. ¿Cómo viviste ese retorno?

Volví, en principio, a pasar unas vacaciones. Pensaba quedarme un mes y medio. Ahí fue cuando me ofrecieron hacer “De 2 a 4”. Primero se lo ofrecieron a Raúl (Romero, su hermano mellizo) y él propuso cambiar un poco el formato, que dos hermanos mellizos condujeran un programa de entretenimiento, que ambos cantaran, bailaran, animaran… Era algo fuera de lo normal. Eso fue lo que rompió los esquemas. Fue una época preciosa, tengo recuerdos muy lindos.

¿No te costó reacomodarte al Perú?

En la obra hablo de esa época, que también tuvo momentos complicados: se me dio mucho y perdí mucho (Elena perdió a su hermano durante esos años). Yo cuento la historia de mi hermano, por ejemplo, porque siempre en la vida hay este combate, dos cosas que se oponen… La vida nos da y nos quita, pero la diferencia es lo que hacemos nosotros con eso, la forma en que ponemos la cara para lo que viene. Por eso me encantó “Canta y no llores”, porque significa muchas cosas. ¿Para qué quejarse? Mejor mirar para adelante, con optimismo.

Al presentar este tipo de espectáculos tan introspectivos, ¿has ido conociéndote más a ti misma?

Sí, claro. Porque además hago toda la producción general, lo que me mantiene en alerta constantemente. He descubierto cosas de mi vida, porque también cuento historias de antes, de las que he ido aprendiendo conforme las voy contando, y me doy cuenta de que hay varias voces que están presentes en ellas. El hilo conductor es la persistencia a través del tiempo. No sé cómo, pero he salido, siempre he salido. E insisto: esta no es mi historia, es la de todos. 

Por Dan Lerner