Lucho Cáceres no es una estrella de cine. Según nuestro star system lo es, pero no brilla con esa luz estridente que a algunos los hace sentirse dioses. No tiene un asistente que conteste sus teléfonos ni un community manager que administre sus redes sociales. Vive en una calle de Miraflores alejada de la rimbombancia, colmada de bodegas y edificios de clase media, en un departamento que se parece a él: tiene estilo, sin ser ostentoso; es sencillo, pero transmite actitud. Una actitud que, en su caso, le ha valido insultos y cabezazos.
Los insultos le comenzaron a llover cuando ganó notoriedad siendo el buen Kikín, en Mil oficios (2001-2004). Primero, a través de un sector de la prensa de espectáculos que le hizo fama de prepotente. “Nunca he sido una persona agresiva. Soy impulsivo, pero creo que hay una diferencia entre ambos”, advierte. Y, hoy, recibe agresiones cada vez que publica una opinión controversial en su página de Facebook. “Estamos tan acostumbrados a no decir, a callar… Mis amigos, gente cercanísima a la que quiero y aprecio mucho, me han dicho: ‘Reniegas de todo’. Y ahí sí me rayo… ¿¿Reniego?? No considero que reniego, solo veo algo que no me vacila y lo pongo en mi Facebook. Lo uso como un medio para expresarme y decir lo que pienso. Para muchos de mis amigos, me deberían gustar todas las películas y las ficciones peruanas, porque alguno trabaja en ellas. ‘Con el esfuerzo que cuesta sacarlas adelante’, dicen… Ya… y por eso, si no me gusta, ¿me tengo que quedar callado?… También tengo una posición muy marcada, políticamente hablando, contra el fujimorismo. ¿Hay alguna norma que me impida opinar? ¿Estoy transgrediendo algún código? Denúnciame si no te gusta lo que digo. A mi alrededor, muchas personas comparten lo que pienso al cien por ciento; lo único que marca la diferencia conmigo es que yo lo publico… Lo bacán es que me pueden decir cualquier cosa y, de verdad, ya no me afecta, me he vuelto inmune; por lo menos, un insulto no me atraviesa. Hasta hace unos años, sí me llegaba al huevo”.
DE PADRES E HIJOS
Hace algunos años, dijiste que tenías la obsesión de ser padre de un hijo hombre.
Sí, me hubiese gustado, por el referente que tengo de mi padre. La vida no me lo dio, pero puedo vivir sin eso.
Eres papá de una hija de veinticinco años, Fiorella. ¿Es un orgullo haber logrado una buena relación con ella?
Justo estaba hablando de eso con una gente de la prom… Sí, de hecho, es uno de mis principales orgullos, como lo es la relación que tengo desde hace catorce años con mi pareja, que es un chambón y me ha hecho descubrir que el amor es una decisión. He conocido a Fiorella cuando ella tenía trece años. Nos perdimos muchas cosas, pero ganamos otras. Me tiene una confianza que otros hijos no tienen con sus padres. Desde el día en que nos conocimos, nos fuimos a comer un pollo a la brasa, nos reímos, conversamos; tuve la suerte de que era mi hincha. Y ahora es una mujer; salgo con ella y con su novio; nos hemos ido a Europa juntos, los cuatro. Es otro tipo de relación.
Esos trece años antes de conocerla, ¿estuviste muy conflictuado con el tema?
Yo no sabía que ella existía. No hay mucha culpa, en ese sentido. No sabía que existía, hasta que apareció. Y desde que la conocí, asumí todas las responsabilidades de un padre, y le he transmitido lo que mi viejo siempre me transmitió a mí. Cuento mucho con ella, y ella conmigo. Hemos creado un vínculo de padre e hija muy especial. Es más, ella es la que me ha dado las ganas de volver a ser padre… Pero soy una persona muy ansiosa, muy nerviosa, siempre he estado lleno de tics. Me pasé cinco años haciendo así –abre y cierra los ojos y la boca–; ahora carraspeo… Entonces, asumir esa tremenda responsabilidad que te genera la paternidad; sobre todo, cuando el hijo es criatura… Yo me toco de nervios; me corto un dedo y grito, soy así, eso no he podido chambearlo mucho; esa parte me pone inquieto.
Por Mariano Olivera La Rosa
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