Si bien su faceta más conocida es la de periodista televisivo, Raúl Tola confiesa que su gran pasión es la literatura, a la que se dedica desde que publicó Noche de Cuervos, su primera novela, cuando tenía veintiún años.
¿Por qué te fuiste a Madrid?
Porque quería vivir la experiencia del exilio, de vivir fuera del Perú, de conocer gente y culturas nuevas. Estaba un poco molesto con el Perú por la forma como había salido de la televisión, estaba “cabreado”, como dicen los españoles. Me fui también porque me parecía que me tocaba una época de mayor reflexión. He trabajado en la tele desde los veintitrés años, todo el tiempo frente a pantallas, todo el tiempo con la noticia. Quería distanciarme. Y además lo hice para escribir esta novela, para ver qué tan cierto era eso de que la distancia es importante a la hora de escribir del país del que provienes.
¿Cambia mucho tu manera de ver tu país una vez que estás lejos?
Hay cosas que recuerdas con mucho cariño, que añoras, y que quisieras tener a la mano, pero también hay otras que empiezas a ver con una mirada mucho más crítica. Cosas que están normalizadas en nuestro país y que cuando te tomas el tiempo de verlas con cierta perspectiva, te das cuenta de que no son tan normales. Eso es lo que quería. Para la novela me vino muy bien, porque me permitió recluirme para escribir.
¿Qué tipo de cosas son las que ves a partir de esa nueva perspectiva?
Varias. En primer lugar, me he dado cuenta de lo profundamente conservador que es el Perú. En España, incluso las personas más de derechas reconocen la existencia de los derechos humanos y dicen que son intocables. Entre los comentaristas más conservadores, incluso monárquicos –“carcas”, como dicen ellos– esas cosas están superadas. Si uno de ellos viniera acá sería considerado un caviar, y ahí te das cuenta de que todo es un juego de perspectivas, y que aquí somos realmente conservadores y resistentes al cambio. En segundo lugar, una cosa que descubrí también es que los peruanos somos egoístas, en el sentido de que nos preocupamos muchísimo de conseguir nuestras metas sin que nos importe el resto. Y eso es un problema porque somos piezas de un sistema, y si no funcionamos individualmente, no funciona el sistema. Mira el tránsito, por ejemplo…
En España te mudaste a un cuartito de veinte metros cuadrados… ¿De alguna manera viviste la vida de un estudiante exiliado pero ya en tu adultez?
El sueño del escritor bohemio, ¿no? Pero tengo que reconocer que no cumplo en lo absoluto con el estereotipo del escritor que se va a sobrevivir, a malvivir y a trabajar de mesero. Yo llegué a Madrid con mucho tiempo en la televisión, y seguía trabajando, tenía un sueldo.
¿El periodismo es para ti un medio para dedicarte a la literatura?
No, creo que también es un fin. Toño Cisneros decía que el ciudadano Cisneros había permitido la vida del poeta Cisneros, y que sin la vida del ciudadano, el poeta se hubiera muerto de hambre. Yo creo que el ciudadano Tola –empleando la metáfora de Cisneros– (ríe) ha permitido que viva el escritor Tola. Pero también ha permitido que el periodista Tola viva. Es una doble vocación la que yo tengo. Sin duda, la más importante es la literatura, pero mi vocación periodística no es en absoluto desdeñable. Amo mi oficio.
Alguna vez dijiste que la televisión era una “trituradora de almas”. ¿Cómo has conseguido que no triture la tuya?
Quizás en algún momento, cuando era más joven, corrí el riesgo de que eso pasara. Cuando trabajas en la televisión solo por el sueldo, por estar ahí, porque te digan que eres bonito y te den golpecitos en la espalda, estás jodido, te han robado el alma. Porque la televisión nunca puede dejar de ser un trabajo como cualquier otro.
¿Ha triturado a mucha gente que conoces?
Conozco a muchísimas personas que eran muy simpáticas, pero cuando entraron a la tele se transformaron, se volvieron estos monstruos capaces de cualquier cosa por conseguir un punto de rating. Creo que tener otras vocaciones, además de la televisión, te puede ayudar a no verte contaminado por ese mundo. En mi caso, la literatura me ha ayudado mucho, y también me ha ayudado tener grandes amigos que siempre me han dicho las cosas en la cara.
Por Dan Lerner
Publicado originalmente en la edición impresa de Cosas 619.