Rosario Dulanto tiene tres hijos: Ignacio, Rosario y Belén. Todos ellos crecieron en este ambiente impregnado de creatividad y amor al Perú y a su gastronomía que es Brujas de Cachiche, el emblemático restaurante que fundaron sus padres hace más de veinte años. Quizá fue gracias a eso que, al igual que su hermano Ignacio, Rosario hija decidió estudiar para ser chef. Sin embargo, su vitalidad se paseó por muchos más ámbitos que el gastronómico.
Con una visión empresarial innata y una gran dosis de creatividad, combinadas con una filosofía optimista que la alentaba a vivir al máximo y a empujar los límites en busca de algo más, Rosario Alcorta brillaba con luz propia. Era muy joven aún cuando, después de viajar por el mundo poniendo en práctica sus dotes culinarias, decidió regresar al Perú para poner en marcha el proyecto Huaringas, un bar que, como ella misma decía, “rinde homenaje al pisco”.
Según la anécdota, Rosario descubrió la versatilidad del buen pisco durante una reunión entre amigos, cuando, a falta de limones, tuvo que improvisar una bebida a base de pisco y unas uvas que tenía a la mano. El resultado fue un pisco sour tan delicioso como original. Con la curiosidad a flor de piel, Rosario continuó investigando y experimentando con insumos provenientes de las diferentes regiones del Perú, y acabó creando gran parte de la impresionante variedad de cocteles a base de pisco y frutas que hoy conocemos, incluyendo el pisco sour de maracuyá, su favorito y el de muchos; hoy en día, más pedido incluso que el original.
Y Rosario no paró. Su vida misma fue un continuo ejercicio de creatividad.
Antes de que partiera en marzo de 2015, las dos Rosarios vivieron absolutamente conectadas entre ellas, trabajando en la concepción y el diseño de un nuevo sueño: Huaringas Cusco, un proyecto que Rosario hija no alcanzó a ver, pero que encierra toda su esencia.
La nueva sede en Plaza Las Nazarenas abrió sus puertas el 31 de diciembre de 2015 con una conmovedora ceremonia llena de magia y de símbolos, un rito de ofrenda a la tierra que involucró hojas de coca, música, pututos, baile y, por supuesto, pisco sour de maracuyá. El coraje –porque no hay otra manera de llamarlo– de Rosario Dulanto transformó esta experiencia en un nuevo comienzo. Y es que, como ella misma afirma sabiamente: “Los caminos que recorrimos juntas no tendrían para mí el mismo significado si no terminaran de concretarse”.
Lejos de lamentarse, Rosario agradece los 35 años llenos de dicha y aprendizaje que vivió junto a su hija. “Ha sido un camino tan iluminado, vivo, alegre, en el que recibí y sigo recibiendo tanta buena energía, que lo celebro”, confiesa. Siente que su hija es una suerte de guía supraterrenal, que desde un plano más elevado va enviándole señales, que ella interpreta con el corazón.
“Mi relación con ‘Rosarito’ perdura, me estimula y me lleva a enfrentar nuevos retos. Me impulsa netamente a seguir su línea, la que yo conocí, disfruté y creé con ella. Esa es la base de una relación madre-hija: ¡la creación! Y esa energía no muere nunca. Quedó en ella, que se llevó mucho de mi energía; y en mí, que me quedé con buena parte de la suya, para dirigirla hacia su hijo Noah”. Y es esa energía la que también la impulsó a concretar el proyecto que las dos planearon al detalle. Huaringas Cusco es la materialización del amor entre ambas, de esa conexión especial que las unió para toda la vida, y que hoy, a pesar de todo, persiste más fuerte que nunca.
Texto: Vania Dale Alvarado