La legendaria escritora y periodista acaba de lanzar las memorias de sus años en “Vanity Fair”, la revista que, bajo su dirección –de 1983 a 1992–, revolucionó el mundo de la celebridad y se convirtió en la bitácora obligada de una década de excesos, lujos y Trump.

Por Manuel Santelices

Tina Brown tenía apenas veintinueve años cuando se hizo cargo de la recién relanzada “Vanity Fair” en 1983, y lo hizo con una sola misión: “seducir, seducir, seducir”. Armada con un presupuesto sin límites, el talento de fotógrafos como Annie Leibovitz o Harry Benson, periodistas como Bob Colacello, Dominick Dunne y Marie Brenner, el total apoyo de Condé Nast, y una década dorada en excesos y celebridad, no tuvo mayores problemas para elevar la revista en poco tiempo hasta convertirla en la biblia de la fama que es hasta hoy.

Sentada en la cúspide de los medios, Brown extendió sus tentáculos desde los bancos de Wall Street hasta la Casa Blanca o las colinas de Beverly Hills, elevando a un puñado de íconos en su portada, que, en esos días, era la más codiciada del mundo.

La semana pasada, la editora lanzó al mercado estadounidense su nuevo libro, “The Vanity Fair Diaries 1983-1992”, una bitácora de sus años en la revista. La publicación no pudo haber sido más oportuna, justo cuando “Vanity Fair” anunció que la ex editora de libros de “The New York Times”, Radhika Jones, sucedería al actual editor, el monumental Graydon Carter, quien a su vez fue el sucesor de Tina Brown.

Por supuesto, el mundo editorial que recibe Radhika es muy distinto al que recibió Tina. Su libro parece a veces una lista de poderosos que ha caído en desgracia, en el olvido o, en el caso de Donald Trump, han dado un inesperado giro a sus vidas. Ivana Trump, por entonces una de las grandes figuras de la sociedad de Nueva York y también, en ciertos círculos, motivo de burlas, comentarios y parodias, ocupó la portada de “Vanity Fair” junto al titular “Ivana Be a Star!”.

Bajo la dirección de Tina, GoldieHawn posó montada en un elefante, Whoopi Goldberg se sumergió en una tina llena de leche, Cindy Crawford apareció afeitando a K.D. Lang y, en una de las portadas más recordadas de las décadas recientes, Demi Moore posó desnuda y embarazada para el lente de Leibovitz.

TRUMP SEGÚN TINA

En cierto modo, la fama de  Donald Trump se debió en gran parte a Tina y su revista. En los ochenta, su extravagante estilo de vida fue ampliamente cubierto por la publicación y, aunque en un principio, según dice la editora, lo encontró divertido, con el tiempo la relación se hizo más fría y distante. “Su enorme deseo de publicidad hizo imposible lidiar con él”, señaló Tina.

En 1992 abandonó “VanityFair” para dirigir “The New Yorker”, quizá la revista más prestigiosa de CondéNast, un ícono del reportaje profundo y la excelencia literaria. Como había sucedido con “VanityFair” –que bajo su dirección aumentó su circulación de 250 mil a un millón de ejemplares y duplicó la cantidad de avisaje–, la editora dio un nuevo impulso a la publicación, trayendo consigo su muy especial mezcla de tópicos periodísticos.

En 1999 renunció y lanzó una nueva revista, “Talk”, junto a Harvey Weinstein, el famoso productor que ahora protagoniza uno de los mayores escándalos de abuso sexual que se haya visto en los últimos años. “Nunca vi nada raro, y él nunca se comportó inapropiadamente conmigo”, dice Tina. “Creo que su preferencia eran chicas de Hollywood de veintiún años en tacos altos”. “Talk” nunca encontró su nicho en el mercado de Estados Unidos y fue cerrada después de tres años. Luego, en colaboración con “Newsweek”, creó el sitio web The Daily Beast.

En la última década, su participación en el periodismo ha sido más que nada a través de libros (su volumen sobre la princesa Diana, uno de sus temas favoritos durante sus años en “Vanity Fair”, se convirtió en un bestseller) y como moderadora en importantes citas cumbres sobre asuntos como el feminismo o el establishment tecnológico.

No importa lo que Tina Brown haga hoy, sin embargo, pues nada se compara con lo que un día fue.

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