Por primera vez en su gobierno, la presidenta Dina Boluarte acaba de usar la palabra “caviar”. Y también por primera vez acaba de identificar al enemigo de su administración: los caviares.

Por Isabel Miró Quesada 

“Santiváñez continuará siendo ministro del Interior y limpiaremos ese ministerio de los caviares”, dijo el pasado lunes 3 de marzo, en respaldo de Juan José Santiváñez. Sorprende que diga algo así a un mes de convocar a las próximas elecciones presidenciales. Es un primer intento de auto definición que llega tarde. Y que, a estas alturas del 2025, trae más confusión que certezas.

Desde que su gobierno empezó, se le pidió definiciones políticas. Se le reclamó un norte ideológico, una hoja de ruta o al menos una idea-fuerza que diera cierta estabilidad y predictibilidad a los inversionistas. Curiosamente, tuvo un inesperado respaldo desde la derecha durante esas primeras semanas en las que resistía, a duras penas, a la asonada golpista de las huestes de Pedro Castillo. Defendió el Estado de derecho, la legalidad y la democracia frente al golpismo zurdo. Nunca más volvió a ser tan popular.

Pero luego, sin el enemigo en común que unifique a la oposición, el caos manejó su gobierno a la deriva. El gabinete se desordenó y las decisiones se dispararon para todos lados. Y la esquizofrenia se agravó tras la salida de Alberto Otárola. Fue de izquierda y de derecha simultáneamente.

¿Cómo puede hablar de “limpiar el ministerio de caviares” un gobierno que se ha empeñado en subvencionar el estatismo hueco de la deficitaria Petroperú, en no reducir el déficit fiscal y en perder el grado de inversión? ¿Cómo puede negar ser de izquierda quien despidió a Javier González Olaechea, el único canciller que se enfrentó al dictador Nicolás Maduro?

¿Cómo puede reclamar el apoyo de la derecha quien no mandó a ningún ministro al último CADE y tampoco se hizo presente? Todos estos son gestos estatistas, izquierdistas, nacionalistas. Casi castillistas, si se quiere.

Pero es cierto que el gobierno de Boluarte también ha tenido gestos contra la izquierda, como mantener a Julio Velarde en el BCR y a sucesivos ministros de Economía liberales (Arista y Salardi, notoriamente). Y por eso la izquierda ha sido exitosa en instaurar la narrativa de que este es un gobierno de derecha. La izquierda ha instaurado la noción de que es la derecha la que sostiene a Dina Boluarte. Y lamentablemente la derecha no ha sabido cuestionar esa posverdad ni sacudirse ese sanbenito. Este tema es estratégico, por supuesto. Porque quien cargue con el pasivo del gobierno más impopular de la historia del Perú (menos de 5% de aprobación) tendrá dificultades para ganar las elecciones del 2026.

Quien no haga una campaña de abierta oposición al gobierno y al Congreso de turno no tendrá chances para ganar el 2026. Y en la lógica del péndulo en el que se mueve la polarización política peruana, este posicionamiento es clave. Luego de un gobierno de Perú Libre le tocaría el turno a uno de derecha. Pero el grueso de la opinión pública considera que este es un gobierno de derecha o sostenido por la derecha. Y eso hará que el 2026 llegue al poder otra fórmula de izquierda radical.

Y por eso, mal hace la derecha en asumir como cierto lo que dice la presidenta y en “celebrar” que le declare la guerra a “los caviares”, como han hecho varios articulistas, políticos y opinólogos. Al menos si quiere tener posibilidades con miras al 2026. El abrazo de Boluarte es un abrazo del oso. Un presente griego que les reventará en la cara a todo aquel que esté cerca de ella o de su Congreso. Y por eso la derecha debería recordarle a la presidenta que no se olvide que los caviares la llevaron al poder y que ella integró una plancha de izquierda radical.

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